sábado, mayo 02, 2009

Capítulo XIII. Parte 5.

El amanecer desde un piso 17 era algo de otro mundo, y sin exagerar. De a poco se fue disipando la oscuridad de la noche y con leves tonos celestes el cielo comenzó a aclarar. Si a esto se le sumaba el sonido de algunas poquitas y pequeñas aves que cantaban. El silencio del departamento, más bien de la ciudad a esa hora era algo maravilloso, sólo unos pocos autos ya comenzaban a sonar en la carretera, muy a lo lejos. Ale estaba pegada a la baranda del balcón que estaba en el living, porque claro, ese tipo de edificio tan “cool” balcones para regodearse; en las piezas que daban al mar y uno grande en el living, que daba al este.
Eran las 6:45 de la mañana, y Ale se había levantado a tomar un poco de agua. Se quedó pasmada en el balcón durante un largo rato y se volvió a acostar. Recordar el raro episodio que estaba viviendo le daba dolor de cabeza.
La noche anterior había formado una fortaleza con almohadas en la cama de dos plazas, es decir, una división equitativa. Eduardo se la había quedado mirando con cara de dibujo animado cuando ella comenzó a dividir las frazadas y esas cosas.
-¿Cuál es tu plan? –él le había preguntado.
-Ninguno, solo trato de hacer como si fueran camas separadas…
-¿Ah?
-Mira, es fácil, tu duermes al lado derecho y yo al izquierdo, eso es todo, así que divido la cama con esta larga almohada y tu te quedas con una frazada y yo dos, porque me da frío –Eduardo parecía divertido con la “idea”
-…Pero… ¿de qué tienes miedo?
-…De nada, solo me aseguro…porque si te molesta puedo ir a dormir al living o a esas otras habitaciones que tienes por allí y…-lo dijo dirigiéndose a la puerta de salida, pero Eduardo le obstruyó el paso.
-Ok, como tu digas, termina tu “fortaleza” –ella le sonrió en señal de victoria.
Una vez que hubo terminado la división se acurrucó en su lado izquierdo dentro de su frazada en posición fetal para dormir.
-Hasta mañana –le dijo ella y apagó la luz.
-Hasta mañana –él le respondió también, se rió levemente y cruzó su brazo por encima de la “fortaleza de almohadas” derribando la primera parte.
-¡Hey! ¿Qué hiciste con las almohadas?
-Nada, -le respondió riendo. -Sólo que me estorban para respirar, ¿no querrás que muera ahogado verdad? –insinuó utilizando su tono irónico.
-Es más probable que mueras por un disparo –dijo Ale. El tono serio de su afirmación tensó el ambiente y Eduardo se puso serio.
-Tienes razón… por eso no me gusta dejar para mañana lo que puedo hacer hoy… uno nunca esta seguro de lo que puede ocurrir. Lo único que ahora quiero es abrazarte, nada más –ella no respondió. –Así mira. –Y la abrazó contra su pecho -¿Ves que no es tan grave?
-Pues no, no es tan grave… -admitió ella. -Sólo que si duermo muy pegada a ti vas a escuchar mis ronquidos –él se rió. –Y a veces hablo sola, no me hago responsable de que duermas mal.
-Delégame a mí esa responsabilidad.
-Como quieras –y se acomodó nuevamente en su forma fetal, pero ahora rodeada en los brazos de aquel chico, depositando la mitad de su cabeza en la almohada y la otra mitad en el hombro de Eduardo.
Durmió muy bien a pesar de no haber pasado la noche en su cama, pero es que esa cama de dos plazas era muy suavecita, como de espuma y de seguro le había costado un ojo de la cara.
Claro, deben de gastar todo el dinero que les sobra en algo útil…
Cuando volvió a la cama después de ir a tomar agua, Eduardo ya estaba despierto, había dormido toda la noche como un bebé y su pelo estaba algo desordenado. Ella se volvió a acurrucar y él la abrazo de nuevo.
-¿Cómo dormiste?
-Mmm pues, tus ronquidos fueron atroces y si a eso le sumo las cosas incoherentes que hablabas… -ella le lanzó un pequeño almohadón.
-Mentiroso –él se rió.
-Relájate –le dijo mientras seguía riéndose –no roncaste nada.
-Obvio que no, me hubiese dado cuenta.
Se mantuvieron en silencio largos minutos, ambos mirando hacia la nada,
-¿Al final te vas a ir igual? –preguntó ella sin mirarlo.
-Creo que sí…
-Pero, ¿qué más me escondes? Y no me digas que nada, porque anoche ya me desviaste el tema...
-No me cuesta nada hacerlo –y se acercó rápidamente a ella a casi milímetros de su rostro.
-¡Oye! –Ale lo sacó de encima con la poca fuerza que siempre había tenido, – tienes cinco minutos para contarme –su voz estaba firme.
-Mmm… -Eduardo volvió a su posición. -De verdad no tiene importancia, en serio… -Le tomó la mano y comenzó a besarle los dedos.
-Eduardo córtala… -le rogó ella con apenas fuerza.
-No quiero…
-Te quedan dos minutos… -le avisó Ale. -Y el tiempo va disminuyendo.
A Ale se le hacía difícil evitar a Eduardo cada vez que él comenzaba a hacerle cariño o a besarla. Pero ahora tenía miedo de lo que él pudiese estar pensando, por eso tenía que detenerlo.
-No –Le dijo él, obstinado.
Él parecía hacerse el sordo, pero su celular comenzó a sonar, con un suspiro de resignación lo tomó y contestó.
-¿Aló? –Eduardo escuchaba a su interlocutor de manera irritada, se sentó y se paso por el pelo la mano libre con aires de grave preocupación –Voy para allá –y colgó.
-¿Para donde vas? –le interrogó ella. Lo dijo casi como una orden. Eduardo no la miraba.
-… Me salió algo imprevisto –seguía desviándose del tema.
Suspiró al pasarse ambas manos por la cabeza. En ese descuido Ale le tomó el celular y salió disparada de la habitación para buscar el último número de la llamada entrante. Él la siguió
-Ale, ya córtala, no es nada, pásamelo… -Ella lo enfrentó furiosa.
-¿Por qué “requiere de tus servicios” la española?

No hay comentarios:

Publicar un comentario