Oyó como ella tomaba aire.
-Mi papá tampoco va a llegar porque acompañará a mi mamá, estaré sola con mi hermano. Por eso tengo que ir.
-O sea, que puedo ir contigo. ¿Eso me estás tratando de decir?
-Algo así.
-Ale habla claro de una vez por favor. –Ella inspiró mucho aire.
-Laura me llamó.
Eduardo trató de que ella no notara el pequeño temblor en su barbilla. Laura se había atrevido a llamar a la casa de Ale… ¿Y si alguien rastreaba la llamada? Se masajeó el puente de la nariz. Que la haya llamado solo significa una cosa: Problemas. Algo que quería lejos de Ale. Guardó silencio, no quería que ella supiera lo rabioso que estaba ahora.
-Me dijo que…
-Espera, ¿hablaste con ella? –la interrumpió.
-Sí…
-¿Cuándo?
-Mira, no te vas a enojar, pero…
-¿Pero qué? –Eduardo trató de controlar el impulso de esconderla en un baúl y llevársela lejos.
-Cálmate, ¿quieres? Sentí que me llamaban al celular, por eso me levanté, además igual tenía que llamar a mi casa.
-¿Qué te dijo ella?
-Este…
Eduardo advirtió que ella titubeaba.
-¿Qué fue lo que tú le dijiste? –preguntó esta vez.
-A ver Eduardo, córtala de tratarme como si fuera de papel, tendré manos de hule pero mi cerebro trabaja perfectamente como para entender en la situación en la que estamos. Así que te pediría por favor que la cortaras con tu paranoia. ¿Estamos?
Eduardo enarcó una ceja y la miró notablemente sorprendido. ¿Ale hablándole en ese tono? Sacudió su cabeza. No iba a perder la compostura.
-Sigue –le ordenó.
-Laura me llamó y me dijo que tenía problemas…
-No me digas. –Ironizó él. Ale bufó.
-La invité a mi casa.
Eduardo se atragantó. ¿Qué era lo que acababa de escuchar? A ver, a ver, a ver, si no mal recordaba ella estaba a salvo en su departamento. Feliz, suponía. Y sí, tendría que volver a su casa, pero con él. ¿Pero Laura? Primero muerto.
-No discutiremos sobre esto –le dijo.
-No estoy discutiendo, te estoy informando.
Eso descontroló su desesperación. La tomó por los hombros y la tiró al piso. Él se situó encima de ella y le clavó sus ojos.
-Me ha costado un montón que estés sana, no me hagas encerrarte.
-Atrévete –lo desafió. –Atrévete y no me vuelves a ver. Entiende que yo tengo otra vida, tengo responsabilidades y cosas de las que ocuparme, ni vivo sola ni me conozco la mitad del mundo. No pertenezco a alguna agencia “asesina-maleantes” ni quiero hacerlo. Soy tan normal como cualquier persona.
-Ale, por favor.
-Bájate ahora mismo o grito.
-Nadie te escucharía.
-¿Recuerdas que no estamos solos? –inquirió ella con una sonrisa de suficiencia.
-¿Por qué me haces esto? –inquirió casi suplicante. Ale suspiró.
-Eduardo, no me va a pasar nada. A demás en mi casa me siento segura.
-Laura no llegará sola, y lo sabes.
-¿No? –Ale hizo la pregunta con tanta inocencia que Eduardo se preguntó si de verdad ella no había pensado en esa posibilidad.
-Claro que no, irá con Daniel. –Y el nombre los masculló. No era que lo odiara, pero el chico ese no era capaz de ver más allá de sus narices para comprobar la verdad.
-Ah, no sabía eso…
-¿Cómo?
-Es que no se me ocurrió, cuando me llamó estaba poco más que histérica, me pidió que la escuchara. Eso es todo.
Eduardo la quedó mirando. Ahí, debajo de él se veía tan tierna e inocente que le dio más rabia lo que iba a hacer.
-Está bien –le dijo –pero iré contigo y me quedaré contigo.
-Pero Eduardo…
-Ale, esa es la condición con la que te dejo salir de aquí. Tómalo o déjalo.
-¿Y Estheffi?
-Con nosotros también.
-Olvídalo.
-Ale…
-No.
-Ale… -Eduardo se inclinó y quedó a un centímetro de ella. –Por favor.
-¿Cómo eres…?
Eduardo la besó, y supo que había ganado.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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