sábado, mayo 16, 2009

Capítulo XVII.

-¿Ale? –le preguntó una voz ronca… de hombre.
-¿Daniel? –preguntó ella a su vez. Primero se delataba él que ella…
-Sí, ¿estás sola?
Ale abrió la boca de puro enfado. El tipo parecía detective, ¿cómo le preguntaba si estaba sola cuando la veía un poco más que trastornada? Quiso responderle con una ironía, pero pensándolo mejor, no lo hizo. Al fin y al cabo era el tipo que la iba a sacar de allí. Suspiró y se acercó a él.
-Sí, estoy sola. ¿Por?
-¿Tu novio no está contigo? –la voz de Daniel era de extrañes. A Ale le sorprendió.
-No, él… bueno, él me dejó aquí.
-¿Te dejó?
Ale sintió el tono implícito en esas palabras pero también lo pasó de largo.
-Sí, pensó que estaría a salvo aquí…
-En realidad me da lo mismo, así que súbete al auto y nos vamos a buscar a Laura, que como es, demás que está conversando de cualquier tontera y se olvidó de nosotros… ya vamos.
Ale levantó las cejas sorprendida de lo bien que conocía Daniel a su amiga, nunca se lo hubiera imaginado. Asintiendo caminó hacia donde Daniel le señalaba, pero se detuvo siquiera antes de tocar la manilla para entrar. ¿Estaba haciendo lo correcto? Es decir, Eduardo no confiaba en Daniel para nada, y ahora ella, en un momento de desesperación llegaba y entablaba una relación con él. ¿Estaba bien? Su cerebro le decía que tenía que salir de allí lo más pronto posible, pero en su corazón no tenía la menor intención de traicionar a Eduardo… ¿Qué sería lo correcto en este caso? Lo primero que le vino a la mente fue la reacción que hubiera tenido Laura en este caso, pero con Eduardo. ¿Habría ella confiado en él? Estaba claro que sí. Laura tenía corazón de abuelita, por eso era que se bancaba al egocéntrico de Daniel.
Suspiró. Está bien, se rindió, lo haré, pero pobre de que me pase algo, estoy segura de que no se saldrá con la suya… todo sea por salir de aquí…
-¿Pasa algo? –Preguntó Daniel abriendo la puerta del auto, pero deteniéndose al ver que ella dudaba.
-No… -mintió Ale, -estaba preocupada…
-Ah, mejor nos vamos que yo no tengo mucho tiempo…
Y entró en el auto. Ale respiró hondo y también entró. Ya no le quedaba de otra que continuar con lo que estaba haciendo, así Eduardo se pusiera como loco cuando lo supiera. A demás, también quería saber en dónde se había metido su amiga Laura.
El auto no era como el de Eduardo. Era más deportivo, más del estilo de Daniel. El de Eduardo podría considerarse muy elegante, en cambio este era más práctico. Se fijó en el contador de velocidad y vio que llegaba a las 280 k/h. Tragó saliva y rezó por que a Daniel no se le ocurriera legar hasta esa velocidad.
-¿Dónde la vamos a buscar? –preguntó ella cuando Daniel hizo la maniobra de retroceder y regresar por donde mismo había venido.
-En donde se me perdió –le respondió él sin el menor atisbo de querer seguir hablando con ella. Ale asintió.
-Y… -comenzó a decir, Daniel levantó la mano. Ale se calló. Entonces Daniel sacó un celular del bolsillo de su pantalón y contestó.
-No. –fue lo único que dijo y cortó. –Maldita sea… -masculló y tiró el celular al hacia el frente. Apretó más el acelerador.
-¿Estás muy apurado?
-¿No te parece? –inquirió él con ironía mirándola con una sonrisa de burla.
Ale entrecerró los ojos. Este Daniel cada vez le caía más mal. No sabía como su amiga podía aguantarlo. Apretó los dientes y prefirió no decir nada, no hablarle a menos que fuera muy necesario, lo que no creía que pasaría ni por asomo.



Laura movía el pie de forma muy nerviosa. Nunca jamás en toda su existencia –que no era muy larga por cierto –le había pasado algo tan extremo. El miedo más grande que en su vida hubiera pasado fue cuando unos tipos trataron de entrar a su casa a robar y ella los pilló. Anduvo más de tres semanas con el miedo de que los tipos la vieran cuando ella iba a comprar al almacén y la pobre hasta el día de hoy recuerda cómo el corazón se le salía solo.
Pero ahora era distinto… Muy distinto.
Sabía que podía hasta morir en esto, o sea, no pasar la noche con vida, no ver más el sol, no ver a sus hermanas… no volver a ver a Daniel. Se le atragantó un nudo en la garganta. Las cosas estaban más feas de lo que su infantil mente hubiera imaginado. Se mordía el labio tratando de encontrarle el lado bueno a la situación y lo único decente que sacaba a relucir era que no tendría que hacer la prueba de filosofía que se venía muy difícil. ¡Pero qué estoy pensando! Yo apunto de morir y me interesa la estúpida prueba con el cara de pingüino… bufó avergonzada del camino que tomaban sus pensamientos a la menor distracción. Pero siempre había sido así. Tal vez era para que su mente no sufriera un colapso de todas las cosas malas que le pasaban o sólo un escudo para borrar todo sentimiento de miedo en situaciones como éstas en donde claramente su vida peligraba. Y con lo que le estaba ocurriendo ahora, su mente más la enviaba a lugares sin sentido… La prueba de filosofía… qué desastre, se dijo.
Respiró hondo y subió la vista hacia el frente. Ninguno de los hombres con los que se encontraba, la miraban ni le prestaban la menor atención. Más encima que tenía frío y muchas ganas de ir al baño. Ya no sabía que podría pasar, no tenía ninguna idea de si pasaría la noche, así, con vida, pero de lo único que estaba segura era de que Daniel no se iba a quedar así si no la encontraba…
-¿Estás segura? –escuchó que Eduardo le preguntaba. Frunció el cejo, ¿de qué diablos hablaba?
-¿Eh?
-¿Estás segura de que él te vendría a salvar?
Laura ladeó la cabeza en señal de no comprender nada de nada. ¿Cómo él podía saber lo que pensaba? No es un vampiro… se dijo.
-No, no lo soy, -respondió Eduardo a su pensamiento. -¿A qué va la comparación…?
-Sabes lo que estoy pensando… -le dijo ella con un hilo de voz, sorprendida de que él de verdad escuchara sus pensamientos.
-No, -le respondió el con una sonrisa –lo que pasa es que estás hablando hace rato. Yo solo te respondí lo último.
-Oh… -gimió Laura recordando todo el rollo con la prueba.
-Exacto. –Asintió Eduardo. –Por eso te pregunto, ¿estás segura de que no se va a quedar así no mas?
-Aunque tú no lo creas, y yo no lo sienta para nada, yo sé que él me quiere… a su manera, pero me quiere.
-Ah… -fue lo único que dijo él.
Laura levantó las cejas e iba a decir algo acerca de qué era lo que él sentía por su amiga, pero Ismael les ordenó que se levantaran.
-Caminen. –dijo con la voz ronca.

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