El policía entrecerró los ojos e hizo una mueca con los labios.
-¿A cuál? –inquirió.
-Al del medio. –Y esto lo dijo apenas. Ya le estaba entrando el miedo. Apenas ya podría hablar, pero tenía que controlarse, si no, cómo ayudaría a las personas que quería. El policía pensó un momento que a Laura le supo a siglos para luego fruncir los labios en otra horrenda mueca.
-Está bien, pero, tenga cuidado.
-¿Por qué?
-No son de los trigos muy limpios.
-¿Ellos?
-No me refiero a los tres… -el policía se acercó a ella y le habló al oído. –Digo los de los extremos. No creo que sean de acá.
-¿Usted es policía o no? –inquirió Laura, haciéndole entender de que si era policía y se daba cuenta de que los tipos no eran de los trigos muy limpios no debía quedarse allí parado haciendo la nada misma ni la cosa ninguna.
-Hija, -le respondió el señor. –Estamos en un mundo donde todo es manejado por el dinero. Aunque nosotros, los policías, tuviéramos las pruebas en las manos y alguien de más poder, viene y soborna a nuestros jefes, nada podemos hacer.
-Pero….
-No hay peros, jovencita. Así son las cosas en este país.
Laura le sonrió tristemente y asintió.
-Entiendo.
-Me alegro. Ahora vaya y tenga cuidado. La estaré mirando.
-Gracias… ¿y su nombre es?
-Álvaro Orellana.
-Muchas gracias.
Laura caminó otros pasos con cautela, cuando Eduardo levantó la vista y la miró entre sorprendido y miedoso. Unos ojos que gritaban “¡Largo de aquí!” la hicieron detenerse y reevaluar lo que estaba haciendo. Y cuando su mente se plagó de imágenes de sus amigos en peligro no el cupo duda de que estaba haciendo lo correcto. Se adelantó otro poco, al mismo momento en que los tipos la enfocaron con la mirada y se tensaron. Laura sintió que el corazón quería salírsele del pecho pero respirando pudo controlar lo que fuera que estaba apunto de suceder con su cuerpo.
Caminó hasta situarse justo frente a Eduardo que seguía con una cara de fastidio y se agachó a hablarle.
-Hola… -murmuró.
-¡Vete! –le dijo él.
El tipo a la izquierda de Eduardo la miró a ella y luego a Eduardo. Entonces le hizo una mueca al otro. Laura tragó saliva y se mojó los labios. Tenía que hacer algo para salir de su enorme nerviosismo, y lo que mejor le salía a ella, era la chacota, eso quiere decir, que en vez de hablar de lo que está pasando, prefiere hacerlas de payaso. Le sonrió a Eduardo y le palmeó la mejilla.
-Casi te matas ¿eh? –le preguntó.
-No pasa nada –le dijo él en un susurro.
-A ver… -Laura le revisó la frente que tenía con sangre. Eduardo chasqueó la lengua al sentir un poco de dolor. – Así que no pasa nada ¿hum?
-Fuera de aquí… -le espetó Eduardo cogiéndola de la mano y encaminándola por donde había venido.
-¿No nos vas a presentar a tu amiga? –preguntó el tipo de la izquierda.
-No. –Respondió Eduardo sombrío. Laura entonces le soltó la mano y se la presentó al tipo.
-Sandra Ponce –mintió sonriéndole. Eduardo levantó la vista tratando de comprender qué era lo que pretendía esta chica. El tipo quedó mirando la mano que Laura le ofrecía y le sonrió macabro.
-Mis manos están manchadas de sangre.
-Pues las mías también, ¿no ve? –Laura la dio vuelta para mostrarle que se había ensuciado con la sangre de Eduardo. El otro tipo ahogó una risa, pero al percibir la mirada asesina que le mandó su compañero se quedó callado.
-Pues… -el tipo tomó la mano de Laura y se la estrechó con fuerza. ¡Este tipo querrá dejarme lisiada! Se quejó. –Dígame Ismael.
-¡Jajá! –rió Laura. –Como el tipo de la ballena… ¿caza ballenas señor Ismael?
-No. –Le respondió él serio. Laura dejó de reír ipso facto y se alejó un poco.
-Bueno… Edu, ¿a qué hora podrás irte? –Eduardo hizo una mueca de “que no ves que no puedo…”, que ella hizo como que no entendía. -¿A qué hora? –Volvió a preguntar.
-Eduardo tiene que acompañarnos primero… -dijo Ismael.
-¿A dónde? ¿Al Mall? Porque conozco miles de ofertas, y también podemos ir al Yogüen Früz, ahí venden helados re ricos, o al Coppelia, aunque no me gustan muchos los helados de ahí, pero los pasteles, mmmm, ricos, ricos…
-La… Sandra… ¿podemos hablar? –inquirió Eduardo levantándose.
-No sé… ¿puedes tú?
-Eduardo, ¿qué tienes que hablar con ella que nosotros no podamos escuchar?
-Ella no tiene nada que ver con esto, a demás no sabe nada…
-¿Qué no sé nada? O sea, tengo muy buenas notas en la universidad, si no cree revise mi registro curricular y… -pero no pudo seguir hablando pues Eduardo se la llevó a la parte más alejada que podía. Los tipos los observaban detenidamente.
Laura se fijó por un momento en que el policía que la había ayudado la miraba también.
-¿Qué crees que haces? –le espetó Eduardo.
-Trato de salvarte…
-Já, como si eso se pudiera en estos momentos.
-Yo creo que…
-Laura, debes irte, anda a tu casa, duerme bien, mañana te levantas y vas a clases. Ya no te metas más.
-La Mapa me llamó.
Eduardo se puso tenso y apretó la mandíbula.
-¿Está bien? –preguntó con hilo de voz. Laura se sorprendió de la preocupación que tenía él por su amiga.
-Sí, o sea, creo… me llamó un poco histérica de que la pasara a buscar y…
-¡Ah! Te llamó a ti.
-Sí… Ahora, mira, yo llamé a Daniel para que me viniera a buscar y así poder ir a buscar a Ale, y como estás aquí puedes ir con nosotros, así no dejas a Ale sola…
-No puedo irme de aquí.
-Qué… ¿prefieres quedarte para que los mastodontes de maten? No quiero que mi amiga sufra por ti, así que por favor piensa más en ella…
-Y eso es lo que hago… no quiero ponerla en peligro, y mira como está ahora, sola en las ruinas…
-Ándate conmigo.
Eduardo volvió la vista hacia los tipos que estaban listos para correr si él daba el menos indicio de querer escapar. Laura también lo notó. No iba a ser fácil, eso lo tenía más que claro, pero ella confiaba en que una vez más la suerte estuviera de su lado.
-Vámonos. Ahora.
-¿Y quieres que corra? ¿Que ambos corramos? –Laura asintió y con una sonrisa le habló al oído.
-Tengo un plan.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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