Ale miraba a Eduardo sin pestañear. La verdad era que le había cargado que la española se fuera a meter al departamento de él y que más encima se tuviera que quedar allí. Es que aunque tenía unas ganas de sacarla por los pelos o, mejor aún, tirarla por el balcón así se arreglarían los problemas… ella no era tan mala para hacer eso. Suspiró. Eduardo la sentó a su lado en el sillón café que había en una especie de estudio en el que ambos habían entrado.
-Verás…
-Eduardo –lo calló ella –no entiendo para nada tu rollo con ella, pero yo ya decidí confiar en ti por lo que…
-¿No quieres saber porqué la traje? –inquirió él arqueando una ceja. Ale desvió la mirada.
-No es eso… es sólo que no quiero saber los motivos… no creo que me gusten mucho. –Admitió con un hilo de voz.
Eduardo asintió. Pasando su brazo más cercano por encima de su cabeza, la rodeó y la atrajo hacia sí.
-Siempre tan desconfiada Ale… -le susurró al oído. Ella se estremeció.- La traje aquí porque nos conviene a ambos.
-¿A ti y a ella?
-No, a ti y a mí.
-¿Ah? –preguntó ella alejándose un poco para mirarlo.
-Claro… ella es una buena excusa para no tener que irme… aunque es bastante egoísta de mi parte el hacerlo… de sólo imaginarme que estarás en peligro por mi culpa…
-Shhsst –lo calló ella colocando su dedo índice en sus labios. –No te preocupes por mí…
-Ah, Ale… ya viste lo peligroso que es el andar conmigo, ¿cómo puedes decir eso?
-Es que… -Ale supo que su cara ya estaba hecha un tomate –a tu lado no me da miedo… nada me asusta –añadió con un susurro.
Sintió como Eduardo se tensaba pero a ella poco le importó. Se acurrucó en su pecho, aspirando su olor rodeándolo a su vez con sus brazos.
-No quiero que te alejes de mí… nunca. –le dijo contra su pecho. Notó que él ponía su mandíbula sobre su cabeza y suspiraba.
-Yo no soportaría irme… estar alejado de ti…
Ale l subió lentamente la mirada hasta que sus ojos se encontraron.
-Prométeme que nunca me dejarás.
-Es una promesa bastante difícil dado que llevamos más o menos un día de ser novios, ¿no te parece? –Le sonrió. Ale no hizo ni siquiera un gesto.
-Promételo -exigió.
-Lo intentaré… no puedo darte más. –Y se sumió en sus labios.
-¿Qué hacemos? –preguntó Laura. Los dos, Daniel y Matías, la miraron.
-Te escondes –ordenó Matías.
-Y ahora –apuntó Daniel.
Matías la empujó hacia la pieza y Daniel entró con ella. La puerta fue cerrada por fuera y Laura solo atinó a pensar que ahora estaba apunto de ser encontrada por gente maniática de la S.S.J.
-Laura… -oyó que la llamaban.
Se giró y vio a Daniel sentado en el borde de la cama señalándole que ella hiciera lo mismo. Laura puso los ojos en blanco.
Olvídalo, articuló con la boca. Daniel encogió los hombros y se paró. Se acercó a ella y la abrazó.
Bien, lo último que le faltaba. Perder las fuerzas de voluntad justo en esos momentos. ¿Por qué a ella? ¿Por qué Dios la había creado tan débil? Aunque no lo abrazó sintió como sus brazos por momentos cedían al impulso de hacerlo. Pero él la había secuestrado por su propio bien. No podía olvidar eso, no podía perdonarlo así de fácil. Detrás de la puerta se oyó un crujido.
-¡Maldición! –dijo Daniel soltándola y apoyando su oreja en la puerta por si escuchaba algo. Laura lo imitó. Sabía que era inútil el tratar de escuchar algo porque nunca había podido hacerlo, así que con un suspiro se alejó de la puerta y se sentó en la cama con los brazos cruzados sobre su torso.
Se mordió el labio inferior tratando de no echarse a escupir palabrotas de toda la rabia que tenía y cerró los ojos para que no se le saliera lágrima alguna. No sabía qué hacer, qué creer y cómo superar esto… ¿cómo irá a acabar todo…? Se preguntó. Tenía que decírselo a alguien. Sabía que no era una persona capaz de guardarse algo tan grave, pero involucrar a alguien más le parecía sucio de su parte por lo que solo le quedaba una persona a la cual llamar. Miró por encima de su hombro al teléfono blanco que estaba en el velador junto a la cama y no se lo pensó dos veces, marcó el número de su amiga.
Daniel la miró pero no le hizo el menor caso, sabía que ella no era tonta como para meter más gente, a demás él no quería decirle nada, con lo mal que se había portado ya no le quedaban ni ganas de negarle algo. Así que solamente se concentró en lo que pasaba detrás de la puerta.
Eduardo contemplaba el mar desde el balcón fuera de su habitación. Con una mano se apoyaba en el suelo y con la otra acariciaba la mejilla de Ale que no hacía más que respirar. No se perdonaría nunca haberla metido en algo así, pero cómo no, si la quería a ella y no podía ocultarle algo, simplemente porque no podía. Era muy extraño lo que sentía pero ya estaba resignado a soportarlo, no, está mal dicho, no lo iba a soportar, lo iba a disfrutar. Recordó como la noche anterior se había quedado mirándola dormir. Se veía tan frágil, tan ajena a su mundo que de solo pensar en que estaba con una persona como él le daba asco. Sacudió su cabeza levemente y cerró los ojos.
Sintió que Ale cambiaba de posición para acomodarse más. Bajó la mirada y la notó frotándose las manos. Signo de que algo le molestaba. Ella no le dijo nada, pero él supo que algo no andaba bien.
-¿Qué pasa? –preguntó bajito para no interrumpir la quietud del momento.
-¿Qué hora es? –dijo por toda respuesta.
-Las 11:34 A.m. ¿Por qué?
-Tengo que llamar a casa.
-¿Qué les vas a decir?
-No sé… en el camino se me va a ocurrir algo.
Ale se levantó. Eduardo sonrió. Era muy linda y por eso la quería tanto. Tanto como para ser tan egoísta de querer tenerla con él.
-Te acompaño.
-No, -le pidió ella –es que… cuando tú estás me pongo nerviosa… -ella levantó los hombros en tono de disculpa y entró en la pieza.
Eduardo se quedó mirando el mar, lo grande, azul, envolvente, imponente y hermoso que era. No se movió cuando la sintió a su lado nuevamente. Lo que sí notó con certeza es que ella venía algo incómoda. Se volvió a mirarla y la notó un poco agitada.
-¿Qué te pasa? –le preguntó pasándole el pulgar por su mejilla rosada.
-Es que… -Ale lo miró y frunció el cejo.
-¿Qué pues?
-Tengo que volver a mi casa…
-Olvídalo Ale, no te quiero ahí a menos que estés a mi lado.
-Ah, bueno… eso no es tanto problema…
Eduardo sintió que ella bajaba la cabeza y rehuía su mirada.
-Explícate –le pidió en tono serio.
-Que mi mamá me dijo que mi abuela había enfermado por lo que ella iba a cuidarla, no volvería a casa hasta mañana en la noche y yo tenía que volver sí o sí para cuidar a mi hermano chico. Mi papá… -Ale guardó silencio. Eduardo esperó paciente a que dijera algo, pero ella no abrió la boca.
- Ale… -la llamó él.
-¿Sí?
-Continúa.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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