jueves, abril 30, 2009

Capítulo XIII. Parte 3.

-¿Qué fue lo que hiciste? –le preguntó por detrás al oído. Ale se estremeció y cruzó los dedos.
-Eh… había venido a dejar tu cartera –y apuntó a un pequeño lugar en donde la cartera estaba tirada –y… bueno, vi tus fotos y luego miré dentro de tu cartera para comprobar si te parecías al de las fotos y… me di cuenta de los carnés y…
-¿Por qué lo hiciste? –Eduardo se colocó frente a ella y la obligó a mirarlo. Ale se pasó la lengua por los labios.
-No sé –admitió.
Eduardo la quedó mirando un momento con un semblante lleno de concentración. Ale sudaba la gota gorda mientras pedía a gritos que Eduardo no se enojara tanto. Había olvidado el incidente con todo lo que había pasado en el sofá y ver la habitación la había descolocado. Se mordió el labio inferior sin dejar de recibir esa mirada cargada de requisa. Si Eduardo se había enojado –y estaría en todo su derecho al hacerlo –ella estaría condenada a dormir en el sofá y… ¡Hey! Esa no era una mala idea, después de todo dormir separados les vendría bien a los dos. Por lo menos esa idea la reconfortaba y con cautela esperó a ver qué había resuelto él.
-Veo que eres toda una curiosa… -Ale lo miró extrañada. El tono empleado por él no era de enfado, si no más bien, de diversión.
-¿Eh?
-Verás, de todos modos ibas a saber la verdad hoy, así que hayas invadido mi espacio personal no me enoja mucho. Lo que sí me enfada es que hayas sacado conclusiones propias y no esperaras a que te diera una explicación.
-Yo… -trató de decir Ale quien no salía de su asombro. Había esperado que le dijera que era toda una entrometida, que no tenía porqué meterse en donde no la llamaban y hubiera esperado que la echara de su casa, pero él, siempre tan caballero, siempre haciendo cosas que sólo las haría un príncipe, tan perfecto y ella, dudando como siempre de todo. Eduardo le levantó la cara con la mano en su barbilla y se acercó tanto a Ale que ella podía sentir el rosa de sus labios sobre los suyos.
-No digas nada. De ahora en adelante las cosas tan claras como siempre debieron ser. ¿Te parece?
Ale lo miró y asintió. Él la besó.
-Ahora, ¿me ayudas a ordenar?
Se pusieron a la tarea de ordenar el desastre que Ale había dejado. Papeles iban y venían, y Eduardo sabía de qué era cada uno de ellos. Tanta información y yo apenas con los problemas de cálculo… se lamentó. Pero más aún, ella estaba atónita al notar que Eduardo ni siquiera la había regañado, nada. Algo tenía que él haber pensado para que eso pasara, y tenía que preguntárselo. Pero no ahora, a lo mejor mañana. Es que no quería que él se acordara, capaz que ahora sí se enojara y cambiara su modo de ver las cosas.
Cuando terminaron de ordenar los papeles y demás cosas Ale se puso nerviosa de repente. Ahora era el momento de la verdad, ¿trataría él de hacer algo? O bien, ¿se conformaría con dormir junto a ella y así pasar la noche? La miles de preguntas que tenía en la cabeza se confundieron más cuando Eduardo le ofreció su mano. Ale en vez de estirar la suya, retrocedió. Eduardo frunció el cejo.
-¿Qué? ¿Ya tienes miedo otra vez?
-No, pero ya te dije yo….
-Te iba a llevar al balcón, tonta.
Ale sonrió, Eduardo se acercó a ella y la llevó de la mano hacia la ventana a la izquierda de la habitación. Ale abrió la boca cuando vio el cielo despejado, y el mar con el reflejo de la luna a sus pies.
-Es hermoso –exclamó.
-No tanto como tú –le dijo él.
Ale se encogió y se puso roja.
-No digas tonteras –le dijo con esa risa histérica que tenía.
-No estoy mintiendo, es lo que pienso.
Ale se volvió a mirarlo y casi le da un retortijón en el estómago al notar que él estaba serio, como una estatua.
-Tú… ¿tú me encuentras linda?
-Por supuesto.
-Ah, bueno, yo también te encuentro lindo –por no decir bello, perfecto, maravilloso…
Eduardo le pasó el brazo alrededor de la cintura y la apretó hacia sí.
-Te amo. –le susurró al oído.
Ale contuvo la respiración, pero antes de que pudiera responder algo, él la envolvió con sus brazos y la besó a la luz de la luna.
Yo también te amo… pensó ya lejos, Eduardo era lo único lindo en esos momentos en que redes de tráfico y peligros sangrientos la rodeaban. A su lado podía esperar de todo y aguantarlo todo. Lo quería solo a él, y a nadie más.



Cuando Estheffi abrió los ojos y se vio en una habitación iluminada apenas por una pequeña ventana a su derecha, con el piso de cemento cubierto de cera roja y sobre una cama tan baja que podía tocar el suelo sin necesidad siquiera de bajar el brazo, supo que no estaba en su casa. Bueno, eso era más que obvio, ya que si lo pensamos ella estaba escapando de una asociación que se encargaba de utilizar adolescentes para cumplir su cometido y, en el caso de que los adolescentes como ella, se escaparan, deshacerse de lo que no servía. Se cubrió la cara con las mantas y replegó sus pies hasta quedar en forma de feto.
Le hubiera gustado nunca haberse metido en una asociación como esa, bueno, en realidad, no meterse en ninguna asociación. Continuar con su vida de adolescente, vivir tranquilamente con su hermana y padres en León, España y tener un amor normal. Porque aunque todavía quisiera a Eduardo, tenía que admitir que lo de ellos había sido algo muy espeluznante. No malo, pero sí espeluznante.
Lo había conocido por casualidad cuando ella, recién ingresada a la S.S.J. había sido llamada por la misma para cuidar la retaguardia en una misión. Para ella fue amor a primera vista, claro que sin siquiera saber que él era el objetivo de la misión. Sintió remordimiento cuando se alegró de que la misión fracasara y se calló cuando notó como él escapaba. Lo había seguido, aunque dijo que sólo quería patrullar los alrededores por si lo encontraba, lo que en parte era cierto, aunque no estaba dispuesta a delatarlo.
Le había visto con un gorro en la cabeza, sentado frente a la gran catedral de León, que yacía ahí desde el siglo X. Se acercó sigilosa y le habló de quien era, de qué hacía allí y de que no lo iba a delatar. Eduardo la había mirado con desconfianza, pero a partir de eso ella siempre le había avisado de las misiones que habían sido planeadas en su contra y por esa razón Eduardo la llegó a considerar una amiga.
Su relación había comenzado cuando luego de un operativo ellos habían escapado juntos. Se quedaron toda una noche solos, caminado por las calles de Barcelona, mientras ella, que lo había ido queriendo cada día más, lo miraba sin dar crédito a sus ojos de que tal maravilla podía existir. Se le había declarado bajo la luz del alba y él le había correspondido. No había estado más contenta.
Lástima. Podían haber sido felices, si no fuera por que él siempre iba a ser el enemigo jurado de la S.S.J. y aunque no lo quisieran les era imposible estar juntos. Todo había acabado como había empezado y Estheffi suponía que era la única que había sufrido. No podía saberlo, en realidad, por que Eduardo había vuelto a Chile apenas hubieron cortado la relación.
-¡Ah! -exclamó cuando se estiró por toda la cama. Iría por una ducha en este instante.
Se levantó y abrió su maleta en busca de la toalla para secarse. Esperaba que por lo menos el tipo este, Osvaldo, tuviera una bañera. Pero viendo en las condiciones que estaba lo dudó. En fin, la higiene era lo primero, en un jacuzzi o en un río. Escogió las prendas que utilizaría, la ropa interior y las enredó en la toalla, por si él la veía. Miró el reloj.
Las 9:17 AM. Temprano, podía preparar un desayuno decente antes de que Osvaldo se levantara y así por lo menos agradecerle el gesto de tenerla en su casa. Abrió la puerta con cautela, pues no quería despertar a nadie y se fue en cuclillas al baño que quedaba dos puertas más a la derecha que la suya.
La puerta se abrió de golpe.
-¡Jo...! -dijo ella estampándose contra la pared.
Ahí estaba Osvaldo, con la toalla envuelta en su cintura y secándose el pelo. Le sonrió al verla así de sorprendida.
-Buenos días -la saludó.
-¿Podrías por lo menos esperar a que me recupere? -le pidió ella con la mano en el pecho y con la otra apretando muy bien la toalla.
-Disculpa, no sabía que estabas ahí.
-Si ya me he dado cuenta.
-Pues bueno, puedes ocuparlo ahora.
-Gracias -dijo arrastrando las palabras. Aunque estaba más sorprendida de como su corazón había saltado al verlo ahí, medio desnudo, al hecho de que la hubiera asustado con su imponente porte.
Pasó a su lado, y sintió el fresco aroma de la piel perfumada con jabón de lavanda, se volvió a mirarlo esperando que él no se diera cuenta, pero he aquí que él estaba mirándola fijamente.
-¿Qué pasa? -le preguntó ella sintiendo como sus mejillas se sonrojaban.
-Nada, -Osvaldo levantó los hombros pasando de largo el hecho de que ella estuviera colorada, debe ser que está recién despierta, se dijo- el desayuno estará listo para cuando termines, a menos que te demores, claro.
-No te preocupes, tío, soy una bala -y dicho esto se encerró en el baño.
Ahí, se apoyó en la puerta, cerrándola con pestillo y dándose media vuelta se miró al espejo.
-No más, por favor. -le suplicó a su reflejo.
Cuando se hubo dado la ducha –no había bañera ni por si acaso- y se hubo vestido, salió al pasillo y el aroma de huevos revueltos le golpeó en la cara. El estómago le pasó cuentas y se dio cuenta de que estaba hambrienta. Pero antes de pasar al comedor, se dirigió rápido hacia su pieza.
-¡Woo! –Exclamó al ver a Osvaldo en ella -¡¿Qué coño haces aquí?!
Osvaldo cerró la puerta de golpe dejándolos encerrados y la tomó del brazo sentándola en la cama.
-¡Jope! ¡Qué chungo me has salido! ¿Qué diantres te pasa? –Estheffi trató de levantarse pero Osvaldo la miraba taladrándola con los ojos.
-Esto me pasa –y le mostró el revólver que yacía colgado del índice de su mano izquierda. Estheffi frunció el cejo.
-¿Y qué tiene que ver el revólver?
-Aquí no quiero armas, ¿me escuchaste?
-Jo… pero ¿cómo supones que me defienda cuando vengas a por mí?
-Bueno… -Osvaldo se enderezó y a Estheffi le pareció que media casi un kilómetro –para eso Laura te dejó aquí, creo que esperaba que yo te protegiera.
Estheffi soltó una risotada.
-¿Tú? –Osvaldo entrecerró los ojos –tú no puedes protegerme, eres apenas un crío.
-¿Y tú que se supone que eres entonces?
-Pero yo tengo la experiencia, tú no.
-Mira cabrita –Osvaldo se agachó hasta quedar frente a ella.- No te va a pasar nada mientras estés conmigo, Laura me dejó esta responsabilidad, mínimo hacerme cargo.
Estheffi abrió la boca, pero antes de que dijera nada Osvaldo se levantó y fue hacia la puerta.
-Te espero en el comedor. Vamos a tomar desayuno y luego vamos a ir a la universidad, que hoy me toca delta. ¡Ya! Quita esa cara de loca y apúrate.
Estheffi lo vio salir de la habitación aún con el revólver en la mano. ¿Loca? ¿Yo?... pensó. ¿Qué le estaba pasando? Nunca en su vida había sido tratada así, ni su madre lo había hecho. Qué se creerá este gamberro, me las va a pagar, él estará como regadera, lo que es yo, estoy bien cuerda. Y con este pensamiento se levantó de la cama y salió al comedor.

Capítulo XIII. Parte 2.

La habitación era muy amplia. De paredes de tapiz color canela y los mubles de pino Oregón la hacían ver muy elegante. Avanzó temerosa de que una red le cayera de pronto en la cabeza. Hacia la derecha la habitación daba paso al living que constaba de dos sillones enormes, de cuero negro. En el centro había una mesilla de vidrio y sobre ella muchas velas. Se quedó en el umbral del living incapaz de avanzar más.
Matías en cambio, se movía de un lado para otro, ordenando papeles que había en los sillones, recogiendo una polera que yacía en el piso tirada desde no sé cuando, entrando y saliendo de una habitación que estaba a la izquierda de donde ella se encontraba.
-Siéntate –le ordenó al pasar junto a ella y viéndola que estaba estática en el quicio del living.
-Estoy bien así.
-Te vas a cansar de tanto estar parada.
-No pienso quedarme más de lo necesario, que supongo no será mucho, por lo tanto así me quedaré.
Matías se detuvo justo antes de volver a entrar en la habitación por donde ya había pasado millones de veces y le sonrió.
-No te vas a ir. Bueno, no todavía.
-¿Qué quieres decir con eso de “no todavía”?
-Por ahora lo único que voy a decirte es que no vas a volver a tu casa en un buen rato más.
-¿Qué? –gimió apenas.
Oh no, esto no eran buenas noticias, si no llegaba a su casa en las próximas dos horas su padre era capaz de degollarla y rostizarla. Se le formó un nudo en el estómago
–No me puedo quedar –le dijo.
-No te preocupes, con una llamada a tu casa todo saldrá bien.
-No los voy a llamar para decirles que un loco fanático me secuestró. Olvídalo.
-Bueno, pero no creo que quieras involucrar a tu familia, ¿o sí?
-Serás… -masculló con los dientes apretados.
-Si no llamas se preocuparán, por lo que llamarán a la policía y bueno, para serte sincero, me carga la policía, y puede que ellos sufran las consecuencias, no sé nada yo.
-¿Cómo puedes ser así? –inquirió acercándose a él-. No sé por qué mugre estoy aquí, más encima tengo que venir a este lugar y ahora me sales con la estupidez de que no sabes por cuanto tiempo y que tengo que llamar a mi familia. Estás demente.
-Cuidadito, ragazza. Aquí las cosas se hacen como yo las diga, y al que no le gusta mala cueva dijo el conejo y se cambió de hoyo.
Laura estaba a centímetros de él. Podía percibir su perfume, su respiración y su aliento en la cara. Subió la mirada y notó que él estaba serio. Como no lo había visto nunca. Se mordió la lengua antes de decir cualquier cosa y bajó los brazos rendida.
-Dime donde está el teléfono –pidió en un murmullo.
-Así me gusta mia donna.
Matías le señaló un mueble de madera bordeo que estaba al lado de uno de los sillones y hacia allí se dirigió Laura.
Cuando terminó de hablar, dejando sus padres tranquilos diciéndoles que se iba a quedar en casa de su amiga Fabi hasta el otro día, miró a Matías que se había sentado a su lado lanzándole una mirada cargada de veneno.
-Ahora vamos a lo nuestro –le dijo él sonriendo otra vez.


-Eduardo para… -pidió Ale mientras él la seguía besando. Rozando su cuello, sus orejas, sus ojos, sus hombros, sus brazos, sus manos… -Ya es suficiente…
-Nunca es suficiente si se trata de ti…
Ale puso los ojos en blanco y trató de concentrarse en el hecho de estar en el sofá de Eduardo, es su casa, solos, de noche y sin poder controlar lo que sea que él estuviera tratando de hacer. Le tomó la cara entre sus manos y lo obligó a mirarla.
-¿Qué pretendes hacer?
A Eduardo le descolocó la pregunta y frunció el cejo.
-No sé… ¿qué pretendes tú?
Ale suspiró con fuerza y se enderezó. Se arregló el pelo y se bajó la polera que se le había ido subiendo de a poco.
-No pretendo nada. Es más, no quiero pretender nada.
Eduardo entrecerró los ojos captando la indirecta y también se enderezó a su lado.
-Como quieras.
Se levantó y fue al baño. Ale entonces pudo pensar tranquilamente.
Ahora todo se veía borroso, a demás que no estaba en condiciones de especular ni de ordenar ideas en su cabeza. Respiraba agitadamente y el corazón le latía a mil por horas. Rechazar a Eduardo había requerido de toda su fuerza, concentración y voluntad, por lo que ahora estaba agotada. Pero tenía que hacerlo. Cómo si no, llevaban un día y nada de pololeo y él ya se quería ir por las ramas. No me arrepentiré, no, no lo haré…
Suspiró decepcionada.
Lo estaba haciendo, se estaba arrepintiendo de lo que había hecho y tenía miedo de que él se hubiera enojado. Pero una sabia vocecita le decía que si para eso él la quería, entonces no valía la pena. Se pasó las manos por la cara y cerró los ojos. Tenía sueño, los parpados le pesaban y si no hubiera sido por el pequeño incidente de recién ya estaría durmiendo a pata suelta en el sofá. Miró su pequeño reloj de pulsera y se sorprendió al notar que ni siquiera era media noche, con suerte las 10:30 pm. Descansó su cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos nuevamente. Sintió unas manos mojadas que le acariciaban la mejilla y no pudo reprimir una sonrisa.
-¿Tienes sueño? –le susurró Eduardo al oído. Se estremeció.
-Mm, un poco.
-Pues vamos a hacer tuto.
Abrió los ojos de golpe y lo miró horrorizada. Ahí estaba su nuevo pololo con una sonrisa de galán de cine que la miraba con ternura mientras seguía rozando su pulgar contra su mejilla. Oh, que por favor esto no sea un sueño y él de verdad exista… se dijo. Pero era real. Eduardo la quería a ella y ahora la invitaba a dormir con él. Claro que sin el mal concepto de la palabra.
-Pero tú no… -alcanzó a decir antes de que él le pusiera el dedo índice en los labios.
-¡Shsstt! Yo sólo voy a estar donde tú quieras que esté. Perdón por lo de recién, es que no me pude contener.
-No, Eduardo, está bien, yo comprendo… -dijo Ale sin poder ocultar lo roja que se ponía –entiendo lo que pasó, ni yo misma sé como pude dominarme –añadió y bajó la cara. Eduardo se acercó a ella y le tomó por la barbilla.
-Es la atracción, querida.
Y al ver cómo él se tomaba todo, se puso a reír. Una risa bastante histérica, hay que decir, pero risa al fin y al cabo, y él la imitó. Ale entonces secándose las lágrimas de la risa, le tomó la mano.
-Te quiero mucho –le dijo.
-Y yo a ti.
Eduardo la quedó mirando, pero esta vez fue ella quien se le acercó y lo besó.
-No me provoques –le advirtió. Ale se alejó un poco, pero no lo suficiente para calmar las pasiones.
-Pues no lo hago, es un simple beso –Ale le sonrió inocente.-Y… bueno, ¿dónde voy a dormir?
-Corrección, querida, donde vamos a dormir.
-¿Ah? –Ale le soltó la mano ipso facto y Eduardo ahogó una risa.
-Ale, no va a pasar nada que tú no quieras que pase, pero no voy a dejar que duermas sola, no después de lo de hoy, a demás no soportaría estar lejos de ti durante toda la noche.
-Eduardo… -le reprochó ella.
-Ale basta, ya dije.
Ale hizo un mohín y cruzó sus brazos por su pecho.
-Como tú digas. –masculló poco convencida.
Eduardo entonces se levantó y le tendió la mano. Ale subió las cejas y lo pensó nuevamente, pero suspiró. Estaba condenada a lo que él le dijera, no entendía cómo había sucedido esto, pero ya no había vuelta atrás, lo que él decía le parecía una orden sin reproche, algo que no podía refutar. Aspiró con fuerza armándose de valor para lo que pudiera pasar detrás de esas puertas y lo siguió.
Eduardo le abrió la puerta de entrada y cuando ella hubo pasado prendió las luces.
Se quedó estático. La pieza era un desorden, cientos de hojas estaban tiradas en el piso y la cama llena de cajones y carpetas. Notó que Ale se encogía y retrocedía, pero él la detuvo poniendo una mano en su espalda.
-¿Qué fue lo que hiciste? –le preguntó por detrás al oído. Ale se estremeció y cruzó los dedos.

Capítulo XIII.

-¡¿Wow, cómo lo hacen ustedes?! –preguntó Laura sorprendida al ver un Hyundai Coupè del año aparcado frente a una casa con luces apagadas. Matías le sonrió.
-La verdad es que no sé, a mi me dieron a elegir entre un Volvo y este Hyundai, como no sabía mucho elegí este por que era más lindo.
Laura lo miró con odio.
-Un Volvo es mejor, LOL.
-¿Ah sí?
-Sí, a demás son más rápidos que los Hyundai… lo leí.
Matías levantó los hombros.
-Bueno, ya lo elegí, no puedo hacer nada.
-Ya sabía que los de tu asociación eran idiotas, pero tú rompes el récord –dijo Laura si dejar de mirar al auto. Matías le dedicó una mueca que ella no notó.
-¿Vas a subir?
-Olvídalo.
-Tienes que hacerlo, ya sabes… -Matías hizo un gesto de cuchillo por su cuello. Belén tragó saliva.
-Pero… ¿para qué caminamos tanto si veníamos por un auto?
-Es que hay que ser precavidos, ya sabes, escondernos, hacernos uno con la naturaleza… ese tipo de cosas.
Laura lo miró entre horrorizada y desconfiada. No entendía cómo él se comportaba así, como si fueran amigos, haciéndole bromas y hasta pareciendo un niño si luego la amenazaba con la muerte. Este tipo es bipolar, estoy segura…
-Vamos, arriba.
Laura respiró hondo armándose de valor. Abrió la puerta de ese espectacular auto y entró. Matías ya estaba dentro por lo que apenas ella hubo cerrado la puerta arrancó el auto.
-¿A dónde vamos?
-Ya te dije, a mi casa.
-¿Y se podría saber dónde vives?
-En las inmediaciones de la sociedad.
Laura gimió. Ir a la sociedad no era exactamente donde hubiera deseado ir en esos momentos. Apretó los puños tratando de no enterrarse una uña, y buscó algo bueno de todo eso. No encontró nada. Las veía negra de aquí en adelante, por lo que en su mente sólo corrían escenas de terror, muerte, sangre… tragó saliva por enésima vez.
-¿Estás asustada? –preguntó Matías que estaba con la vista fija en la vía. Los autos pasaban a su lado, y Laura sentía la necesidad de gritarle a alguno de ellos que se detuviera, que parara y la llevara a casa.
-No. –mintió.
-Por supuesto.
Y esa fue la única interacción que tuvieron dentro del auto. Laura movía su pierna de arriba para abajo, nerviosa, con ganas correr apenas el auto parara en un semáforo, pero, maldita sea, los semáforos todos estuvieron en verde. Apretó los dientes con frustración. De vez en cuando sentía que Matías le lanzaba miradas furtivas de reojo para luego volver a concentrarse en el camino.
Ella no se tomó la molestia de ver por donde iba. Entre menos sé, mejor para mí… vaya, ahora se me ocurre esto… Seguro que si le hubiera hecho caso a Daniel y no le hubiera insistido acerca de la verdad ahora estaría acostada en su cama, tomando un vaso de bebida mientras veía una película en el HBO. Sacudió la cabeza espantando esos sueños que ahora se veía irrealizable y se concentró en lo que debía hacer a partir de ahora.
Tenía muchas dudas, acerca de su futuro, del de su Dani, del de Estheffi y Osvaldo, del de su amiga Ale, y por ahí también se le escapó un miedo por Eduardo, que más que mal, era el tipo que había estado con su amiga y la había cuidado. Ella tendría que haberse alejado, al igual que hubiera tenido que hacerlo yo. Ansió poder tener la fuerza y la mente de alguien con ingenio, alguien al que se le ocurrieran ideas, planes, quería salir de esta situación y como no se le ocurría nada veía un futuro horroroso. Cerró los ojos tratando de encontrar una respuesta lógica al hecho de que Matías la llevaba a las inmediaciones de la S.S.J., no quería ni pensar en lo que allí podían hacerle, pero su mente siempre iba más rápido que ella y se vio a sí misma en una silla se torturas. Se le revolvió el estómago. Nunca había podido soportar los dolores físicos sin que le dieran ganas de vomitar o se le bajara la presión. No me va a pasar nada, no me va a pasar nada, no me va pasar nada… repitió hasta el cansancio. Cuando hubo abierto los ojos, se dio cuenta de que Matías subía por una pendiente a un estacionamiento debajo de un gran edificio.
Me tiré… pensó.
Matías aparcó en un lugar obscuro y bajó del auto. Laura hizo lo mismo, no quería quedarse allí, si más rápido se movía, más rápido se iría de allí. Matías la condujo hacia una puerta de metal plateada con dos pequeñas ventanas redondas en la parte de arriba, que a Laura Le recordó las puertas de un hospital. Atravesó la puerta sin mayor problema, lo único que encontraba raro, era que todavía estaba oscuro. Impulsivamente, y sin poder controlarlo, agarró de la manga a Matías y se acercó más a él.
-¿Qué? ¿Ya te entró miedo?
-No es eso…
-¿Entonces qué?
-Es que no me gusta caminar a ciegas. –Marías rió con ganas.
-Eres bien rara tú ¿eh?
-No soy rara –le respondió ella con un mohín –A demás no sé porqué caminamos a oscuras.
-Por seguridad, ¿o querrás que te vean mis superiores?
-¿A ti te preocupa que me vean? –Matías carraspeó.
-No preocupar, en realidad no quiero que sepan que estás aquí. Eres como una carta bajo la manga.
-¿Carta eh? ¿Tengo cara de un tres de trébol yo acaso?
-Buenooo… -Matías dudó al contestarle.
-Idiota. –masculló ella soltándolo con brusquedad.
-¡Hey! ¡Casi me arrancas el brazo!
-Ojala lo hubiera hecho, así podría arrancarme y de paso robarte el auto.
Matías rompió a reír nuevamente. Laura lo miró con hosquedad.
-¿Qué es tan gracioso? –dijo deteniéndose. Matías le agarró del brazo y la instó a caminar.
-Camina, que nos pueden ver de un momento a otro.
-Eres bien cambiante, ¿sabías? A demás yo no soy la que se ríe como cacatúa.
-Bueno, -le respondió sin soltarla y pasándose la mano por la cabeza –la verdad es que he sido así siempre, por lo que si me escucharan les daría lo mismo, normalmente me río solo.
Y le dedicó una sonrisa que dejó a la vista sus perfectos dientes blancos. Laura sintió una pequeña punzada en el estómago que reconoció al instante pero que prefirió dejar pasar. Ahora ese tipo era su enemigo, nada más.
-Me confundes –le confesó ella.
-Ese es mi trabajo, il mio piccolo.
-¿Qué dijiste?
-Mi pequeña.
-¿Acaso eres italiano?
-No, pero estuve mucho tiempo allá.
-Para ser un idiota, has viajado mucho.
-No me subestimes, ragazza.
Laura puso los ojos en blanco y no le respondió. El tipo era un payaso, pero algo de poder debía tener para que él, en especial él, fuera el encargado de encontrar gente para la S.S.J.
Caminaron unos metros más en silencio y cuando ella se resignó a que él la estaba llevando a través de un laberinto de paredes oscuras y pequeñas luces de neón en el suelo, se detuvieron delante de una puerta que bien podía pasar por pared si uno no se fijaba en le picaporte minúsculo que sobresalía disimuladamente por unos de los lados. Matías introdujo una llave pequeña y la puerta abrió sin el menor sonido. Cuando ella entró y sintió que él volvía a cerrar la puerta por dentro, supo que ya no tenía escapatoria y por idiota que fuera el tal Matías, él ahora tenía el control de la situación.

miércoles, abril 29, 2009

Capítulo XII. Parte 5.

Laura caminaba nerviosa junto a Matías. Jamás se le hubiera ocurrido meterse en algo así, pero el tipo este, medio animal, medio drástico le había dicho que si no lo hacía sus amigos y seres queridos estaban fritos. Por las recanillas del mono, a donde me fui a meter… pensaba al borde del colapso. Más encima estaba el hecho de que este tipo era el que reclutaba miembros para la S.S.J., ¿Y si la quería reclutar a ella? Ah no, que eso ni se le pasara por la mente, primero patada en el traste y luego corriendo por mi vida, pensó ella. Lo miró de reojo. El tipo sonreía cínico por la vida, caminaba cono si fuera el rey del mundo y eso más rabia le dio.
-¿Falta mucho para llegar a tu casa? –le preguntó cuando se dio cuenta de que llevaban caminando más de 5 minutos.
-¿Ya estás cansada? Pensé que siendo la novia de Daniel serías más atlética…- y la miró con burla. Laura apretó los dientes.
-Serás… Mira animal, no tengo tiempo para jueguitos imbéciles, o me dices qué demonios quieres conmigo o me voy largando, mira que tengo muchas cosas que hacer más importantes que esto…
-¿Más importantes que la vida de tus amiguitos?
Laura se detuvo y Matías hizo lo mismo.
-Di la amenaza con todas sus letras, a lo mejor ahí podríamos irnos entendiendo.
Matías sonrió irónico.
-Digna compañera de ese negro… -Laura levantó el dedo índice.
-A mi Dani no me lo insultas.
-¡Já! –rió él –está buena esa, bueno pequeña…
-Pequeña tu abuela –murmuró Laura.
-La cosa es así –continuó Matías como si no hubiera oído nada-. Si no me acompañas haré visitas a ciertas personas y no seré tan amable. ¿Te quedó claro?
Laura tragó saliva. La amenaza estaba dicha, pero no fue eso lo que la asustó. Notó el tono implícito en la voz de Matías que le decía: Si no vienes conmigo usaré la fuerza bruta y no será gracioso…
Ahora sí que estaba en problemas.


-Bueno y estas son las frazadas.
Osvaldo dejó las mantas de lana y algodón a los pies de la cama y miró a Estheffi con aire de suficiencia.
-No es un hotel, pero estarás segura.
Estheffi asintió. Osvaldo viendo su trabajo cumplido salió por la puerta.
-¡Espera! –lo alcanzó ella justo cuando la puerta se cerraba. Él se volvió y levantó las cejas prestándole atención.
-¿Si?
-Te lo agradezco –Estheffi bajó la cabeza. Osvaldo la miró de reojo y asintió.
-Cuando esté listo el té te llamo ¿ok?
-¿El qué?
-El té.
-¿Acaso eres como los japoneses que tomas té?
-No, acá se toma el té en la noche.
-¿Y la cena cuándo? –Osvaldo la miró con burla.
-Te dije que no era un hotel tía –le dijo imitando el acento español. Estheffi bufó enojada.
-Jo, pero moriré de hambre –reclamó ella.
-Bueno si yo no le he hecho, y pregúntale a Laura si no soy un cerdo para comer, no creo que la hagas tú.
Estheffi se amurró contra la puerta de su pieza. Osvaldo le miró de reojo.
-Puedes comer algo, pero tendrás que compartirlo conmigo.
-¿Por qué? ¿No dijiste que…?
-No he dicho nada.
Estheffi lo miró con los labios apretados. Antes de decir cualquier cosa lo pensó bien. Después de todo si Laura había confiado en él por algo tenía que ser. Suspiró.
-Está bien, ¿pero qué vas a cocinar?
-¿Yo? Pensé que tú eras la del hambre.
-Hala, yo no sé cocinar, a demás la cocina es tuya, es tú responsabilidad.
Osvaldo la miró, para luego bajar los hombros derrotados.
-Está bien, pero tendrás que ayudarme.
-Vale, vale.
Osvaldo puso los ojos en blanco y la condujo a su cocina. Estheffi, quien nunca había estado en una casa chilena se sorprendió al verla tan pequeña.
-Te dije que no era un hotel –le repitió Osvaldo malhumorado.
-Pero esto, no sé, en España…
-No estamos en España, por si no te has dado cuenta –Estheffi resopló exasperada pero viendo que ya no tenías mas que acatar ladeó la cabeza conformándose.
-Jolines, está bien. Trataré de quedarme callada.
-Uy, como que nos estamos suavizando un poco…
-¿Estamos? ¿Tú también? –preguntó ella. Osvaldo suspiró rendido. Era imposible hacerle entender lo que quería decirle.
-Como sea, démosle.
-¿A qué?
-A la cocina.
-¿Cómo?
-¡Agg! ¡Que cocinemos!
-Ah, pues haber empezado por el principio.
Osvaldo hizo una mueca de resignación y le indicó un mueble.
-Saca el arroz de ahí dentro.
-OK. –le respondió Estheffi yendo hacia donde él le indicaba.
Hicieron arroz con hamburguesas. “El presupuesto no alcanza para más” explicó Osvaldo. Estheffi no hizo ningún comentario. Cuando se sentaron a la mesa Estheffi miró con desagrado el tomate con palta.
-Mm, ¿esto se come?
-No, cómo se te ocurre –ironizó Osvaldo –esto es de adorno, se ve bien lindo… ¿lo notas?
-Que eres malo… -dijo Estheffi haciéndose la víctima. –Si yo preguntaba, nada más…
Osvaldo la miró y por encima de la mesa se le acercó.
-Para ser de la S.S.J., eres bastante nena.
-¿Ah? ¿Nena?
-Una guagua… una bebé –añadió cuando vio que no había caso con la muchacha. Entonces Estheffi le hizo una mueca desagradable.
-Mejor te callas y comes. No quiero una gresca con la persona que me ofreció su casa…
-Yo no te he ofrecido nada, tú llegaste solita.
Estheffi le sacó la lengua y comenzó a comer. Osvaldo la miró por unos instantes y luego la imitó.
Comió con hambre. Bueno eso siempre hacía puesto el hambre era eterna compañera de su estómago. Mientas lo hacía pensaba en el montón de cosas que le habían sucedido ese tiempo. Su prima, la loca de Camila, metida hasta el cuello en problemas con una asociación retorcida de gente sin escrúpulos, su mejor amiga ahora también, y él, un cabrito que por meter su nariz donde no le incumbía salía perdiendo. Y ahora de niñera de una española. ¿Qué falta que haga? Por que puedo ser superman y no me importaría… se dijo.
Cuando se hubo terminado el tercer plato de comida y Estheffi acababa de comerse el suyo, se estiró en la silla y se palmeó el estómago.
-Estaba delicioso.
-Y yo que pensaba que vosotros los chilenos no comíais tanto, con todo eso del “té”.
-Pues, para que lo vayas notando, yo no soy como todos los chilenos.
-Mm, pues verás que tienes razón. Me he dado cuenta que los chilenos son más amables. Tú ni al caso. –Y dicho esto se levantó de la mesa, recogió su plato y lo llevó al lavabo. Osvaldo la siguió con la mirada frunciendo el cejo.
Estheffi lavó el plato y su vaso. Cuando se dio vuelta para preguntar por donde estaba el baño se dio cuenta de que Osvaldo la observaba parado en el umbral de la puerta.
-¿Qué? –preguntó sin poder controlar su nerviosismo. Nadie la había mirado así desde cuando estaba con Eduardo.
-Nada, -Osvaldo levantó los hombros –me preguntaba si tienes miedo.
-Hala hombre… por supuesto que sí, pero soy toda una tía, así que debo aguantar como tal. ¿No te parece?
-Mm, claro, una tía…
-Eh… me preguntaba dónde quedaba el baño.
Osvaldo le señaló el pasillo.
-Al fondo a la derecha.
Estheffi asintió y sin dejar de mirarlo caminó hacia la puerta, pasó por su lado sin tocarlo y se dirigió hacia donde él le había indicado.
-Buenas noches –le deseó Osvaldo. Estheffi se dio media vuelta y le sonrió.
-Buenas noches a ti también.
Estheffi entró al baño y suspiró tranquila.
Hace tato tiempo que nadie la ponía así. Estaba entre temerosa, cohibida y nerviosa. Le sorprendió tener estos sentimientos puesto que lo principal que debía sentir era el terror por lo que la S.S.J., estuviera planeando hacerle ahora que ella se había escapado. Tragó saliva al recordar eso. Vale, ahora debo descansar.
Cepilló sus dientes, se lavó la cara. Fue a su cuarto, cerró muy bien la puerta, la ventana, revisó todos los espacios por donde se podía filtrar algo, sacó su revólver, lo dejó en el velador al lado de su cama, se cambió ropa, apagó las luces y se acostó.
Ahora no le quedaba más que esperar porque todo se resolviera de forma tranquila. Y con este pensamiento se durmió.

Capítulo XII. Parte 4.

Eduardo bajó la vista ocultando el dolor que lo embargó en ese momento. Hablar de su mejor amigo, que en pocas palabras había dado la vida por él, lo ponía muy triste. Y la rabia lo consumía. Sintió la mano de Ale sobre su espalda y se giró atónito.
-¿Ya no estás enojada?
-No es eso… -respondió ella.- No sabía que la habías pasado tan mal, me imaginaba que te habías metido en esto sólo por ego, pero nunca por otros motivos.- Eduardo sonrió triste.
-Qué mal concepto de mí tienes.
-Bueno, este, yo….
-No, si entiendo lo que quieres decir. Obviamente a primera vista puedo parecer un engreído que cree que se las sabe todas.
-Exacto.
-Pero ya sabes que no es así.
Ale asintió. La historia que Eduardo le contaba era espantosa. Y ella que creía que los adolescentes debían preocuparse de salir del colegio y nada más. Ahora se daba cuenta de que había muchas cosas que jamás se le hubieran pasado por la cabeza, cosas horribles de asociaciones que utilizaban a niños para sus cometidos, jóvenes que se veían desesperados por admiración, jóvenes solos…
-¿Daniel está metido en algo así no? –inquirió. Eduardo dudó de responderle pero suspirando renunció a mentirle ya que le había prometido la verdad.
-Sí. Pertenece a la S.S.J.
-¿Pero cómo…? ¡Qué horror! Y Laura está…
-Sí, ella está metida en todo esto. Aunque ella es mas bien una espectadora. Algo debo reconocerle al tipo ese, la deja al margen. Cosa que ya no puedo hacer contigo.
-Por que yo no quiero, no te eches la culpa.
Eduardo sonrió más animado.
-¿A la señorita “quiero saberlo todo ahora” le bajó lo Madre teresa, que se echa la culpa ella?
-No seas antipático. Ya, continúa.
Eduardo se mordió el labio nervioso de repente, ya que había pensado que ella no seguiría preguntando dada la gravedad de la situación. Pero se dio cuenta de que no era así. Asintió.
-Cuando supe lo de Aníbal, me dio mucho coraje. Jamás me has visto enojado y no creo que sea buena idea que lo hagas, pues puedo hacerte mucho daño… En fin.
“En su funeral unos tipos, jóvenes; uno de pelo negro largo recogido en un moño y otro con pelo corto y muy rubio, se me acercaron. Pensé que eran de la S.S.J., por lo que me puse en guardia de inmediato y les hablé desconfiadamente. Pero más tarde me di cuenta que no era así. Se presentaron como Leandro y Víctor, y me contaron qué les había llevado a hablarme.
“Dijeron que la rabia que habían visto en mis ojos le recordaban a sujetos que laguna vez ellos habían admirado. Fruncí el cejo tratando de entender qué querían decirme puesto que hablaban y hablaban y no decían nada, al final me aburrí y les pregunté:
“-¿Qué es lo que quieren?
“Ambos me sonrieron.
“-Así nos gusta, jóvenes con coraje. Vayamos al punto, ¿te parece Leo? –el tipo de pelo negro largo asintió y me pasó un brazo por el hombro.
“-Somos una organización cuyo objetivo es desarmar cada plan de contrabando en el país. Lo contrario que hace la S.S.J.
-¿Qué es exactamente lo que hace la S.S.J.? –preguntó Ale. Eduardo se estiró hacia atrás y pasó un brazo por encima del sillón.
-Se encarga de que el contrabando se haga lo más inadvertido posible. Y por eso utilizan a jóvenes, ya que así pasan más desapercibidos. ¿Me entiendes? – Ale asintió. El terror la invadía, o sea, ¡cómo se le pudo ocurrir a Laura meterse entremedio de eso! Sentía que el pecho se le comprimía. Ahora entendía las preocupaciones de Eduardo, su seguridad, nada era un chiste, esto era realmente peligroso, no era un juego… y si algo le pasaba a él no se creía capaz de soportarlo…
-¿Por qué sigues en eso? –le preguntó en un susurro-, ¿ya no es suficiente con tanto peligro? ¿No te das cuenta de lo riesgoso que puede llegar a ser? ¿Qué hago si te pierdo…?
Ale no puedo seguir hablando, en parte por que la voz se le quebraba cada vez que se imaginaba a Eduardo herido y por otro lado la rabia la consumía por completo.
¿Quiénes se creían los de la S.S.J? ¿Unos semi demonios que controlaban los asuntos del más bajo mundo? ¿Cómo el idiota de Daniel había metido a su amiga en medio de todo eso? Veía cómo Eduardo hacía lo posible por mantenerla al margen, mientras ella se inmiscuía más y más. Lo miró de reojo y notó que él la observaba con detención. Más parecía que la estaba estudiando.
-¿Qué? –él levantó los hombros.
-Eres linda.
Ale notó que la sangre se le subía a la cabeza y se rió nerviosa. Carraspeó y enderezó su columna.
-No me cambies el tema.
-Era un comentario, nada más.
-Como sea, ¿puedes continuar?
-¿En qué íbamos?
-Tenías que responderme el porqué seguías en esa organización en contra de la S.S.J.
Eduardo abrió la boca y respiró hondo.
-Está bien –puso sus manos sobres su rodillas y la miró fijo.- Ya no me puedo salir.
-¿Cómo…?
-Verás, cuando uno se mete es como un compromiso para siempre.
El formulario… Pensó Ale acordándose de los papeles que había visto en el cuarto de Eduardo.
-A demás ya llevo más de siete años allí, estoy en una posición muy alta, lo que traducido significa que las operaciones dependen de mí.
-Eduardo, mandril, tienes 24 años. ¿Cómo puedes estar metido en algo tan retorcido?
Eduardo lanzó una risa histérica al aire y a Ale se le erizaron los pelos del brazo.
-Bueno, ya no hay más vueltas que darle, las cosas están así y no se pueden cambiar.
Ale lo miró entre apenada y rabiosa. Se lo tomaba todo tan a la ligera, como que si ya no hubiera y no se tuviera escapatoria conformándose con lo que se tiene. ¡Bah! A mí no me engaña…
-Si las cosas no se pueden cambiar ¿Para qué te vas a ir, dejándome sola, si al fin y al cabo, cuando vuelvas, vas a estar metido en la misma tontera?
Eduardo dejó de sonreír y se concentró. Por un momento Ale notó que dudaba y la respuesta lo ponía nervioso. Algo no encajaba, algo estaba pensando Eduardo y lo que sea que estuviera en su cabeza en estos momentos no era bueno. Esperó a que contestara.
-No quiero que te pase nada, y creo que lo mejor es irme…
-¿Me estás ocultando algo cierto?
-Sácate esas ideas de la cabeza Ale… -Eduardo bajó la cara y Ale vio que movía su pie de forma anormal.
-Respóndeme Eduardo, ¿cuál es tu verdadero plan?
-No sé de qué estás hablando, será mejor que duermas…
-Mira mandril, no soy tonta. Hay algo en tus ojos que me dicen que tienes otras ideas, algo que no quieres decirme… Confía en mí, ya va siendo hora de que tú lo hagas.
Eduardo se movió de tal forma que quedó a un centímetro del rostro de Ale. Ella no alcanzó ni a respirar cuando lo tuvo frente a sus narices. Entonces él, como si nada de lo anterior -habitaciones espiadas, gritos de rabia ni revelaciones terroríficas- hubiera pasado, le tomó la cara entre las manos.
-Ale, por favor, deja las cosas así, ya es suficiente con lo que sabes y no sabes cuánto me arrepiento de que seas partícipe de esto, pero ya es suficiente.
-Nunca debiste acercarte a mí entonces, esa es a la única conclusión que llego.
-Puede que tengas razón, -convino él, y un semblante de decepción apareció en el rostro de Ale -. Pero no me arrepiento.
Y la besó.

Capítulo XII. Parte 3.

Laura lo miró y trató de parecer casual.
-Sí, sí la conozco ¿Por?
-La estamos buscando.
-En ese caso sigue con lo que estás haciendo, tengo que llegar a la universidad –Laura trató de pasar a su lado de forma rápida, pero Matías no la dejó, le tomó del brazo.
-No te hagas la tonta.
-¿Ya? O sea, me preguntaste si la conocía, bueno pues, sí, pero no sé nada más. Ahora suéltame –Laura con fuerza se zafó de la mano que la sujetaba y comenzó a caminar.
-¡Espera! –Matías la alcanzó y la detuvo de nuevo.- Tú sabes donde está ¿no es así?
-¿Qué te hace creer eso?
-Tú eres su amiga.
-Eso no tiene nada que ver, así que por favor quítate del camino que voy más que atrasada.
-Daniel está en problemas.
Laura se detuvo en seco y subió la mirada hacia el tipo.
No debía tener más de 24 ó 25 años, era alto, más alto que Daniel mismo. Llevaba una camisa cuadrillé abierta y debajo una camiseta negra que se le ceñía a su esbelto cuerpo. Ella había escuchado de él, éste es el tipo que metió a mi Dani en todo esto, masculló en su mente con rabia. Apretó los dientes.
-¿Cómo que en problemas?
-El jefe no está contento con su trabajo, lo que pasó en el casino anoche no fue un juego, y él falló.
-Tú no estabas ahí, así que no sabes qué fue lo que pudo pasarle a Daniel para que todo saliera mal.
-¿Y tú si? –Laura tragó saliva.
-Tampoco –dijo en un murmullo.
-No me vengas con el cuento, sé perfectamente que estabas ahí anoche.
-¿Para qué preguntas entonces?
Matías le sonrió descaradamente y Laura consideró la idea de propinarle un puñete en esa perfecta nariz que tenía.
-¿Qué quieres de mí? –preguntó ella al fin.
-Acompáñame.
-Ah no, estás loco, o sea, yo contigo no voy ni a la esquina, primero muerta, a demás estoy atrasada, mis compañeros me van a matar si no llego en… ¡uf! Mira la hora, no, ya, me tengo que ir…
-Si no vas conmigo tus amigos, y con eso incluyo al grandote con el que hablabas recién, van a pasarla muy mal.
Laura dejó de hablar de golpe y sintió el miedo en cada parte de su cuerpo. Ella no era una cobarde, es más, nunca le habían asustado las típicas cosas de las que hay que asustarse. Por ejemplo: la oscuridad, los bichos, saltar de algo muy alto, etc., pero ahora era diferente. No se enfrentaba a un miedo que podría causarle un daño a ella, sino un daño a otros por su causa.
Notó cómo Matías al verla, ya saboreaba una victoria. Laura, quién prefería sufrir ella antes que sus amigos suspiró resignada.
-Vamos –convino.
-Muy buena elección. –Matías le señaló que caminara junto a él.
-¿A dónde vamos?
-A mi casa.


Ale notó la respiración de Eduardo, o como se llamase, en su rostro. Lo único que deseaba en ese momento era salir de ahí. Ya estaba harta de engaños y de verdades a medias, quería respuestas ahora, y si Eduardo era incapaz de dárselas, ella ya no tenía qué más hacer ahí.
Ojala me pillen esos tipos, por lo menos ellos sí me dirían qué está pasando. Pensó con tristeza. Miró hacia el suelo notando que Eduardo cada vez presionaba más su cuerpo contra el de ella. No iba a hablar, no hasta que él tomara la decisión de confiar en ella sí o no.
-Ale… -la llamó el suavemente.
Ella siguió con la vista fija en el suelo y su cabeza en otra parte.
-Ale, por favor…
-Quien quiera que seas, suéltame ahora. –Ella se sorprendió al escuchar ese tono de voz, en su voz. No era una súplica, era una orden. Una orden de alguien que ya estaba cansada de un juego en el que la habían metido sin siquiera preguntar, una orden de alguien decepcionada.
Eduardo se dio cuenta de su tono, pero aún así no se separó ni un poco de ella.
-Por favor no me hables así –imploró él.
Ale comenzó a flaquear al oír ese tono en su voz. Cómo lo hace, Dios… respiró hondo y trató de controlarse.
-Suéltame –volvió a decirle.
-Prométeme que no te vas a ir.
-No te prometo nada. Eso ya no funciona conmigo.
-Ale…
-No digas mi nombre otra vez. Y aléjate de mí.
Ale lo empujó y él retrocedió dejándola libre. Sorprendida descubrió que dudaba entre quedarse o irse. Tengo que irme, ya. Pero sus pies no le hacían caso. Eduardo aprovechó su indecisión y le tomó la mano.
-Te prometo, no, te juro que te voy a contar la pura y santa verdad.
-No te creo.
-Confía en mí.
-Si serás… -masculló ella enrabiada –ya saliste con la cantinela del “confía en mí”. He confiado en ti y mira como estoy. No me pidas estupideces.
-Entonces…
-¿Entonces qué?
-¿Quieres escuchar la historia o no?
-¿Estas seguro de que ahora me la vas a contar entera, sin censuras ni idioteces como que “eso no importa”?
-Seguro como que te quiero.
Ale puso los ojos en blanco y asintió. Eduardo le indicó que se sentara en el sillón y ella lo hizo. Lo más alejada de él posible. Él tomó aire y se dispuso a contar su historia:
-Me llamo Eduardo Freire Ossa. Nací en Santiago el 12 de diciembre de 1984. Tengo un padre llamado Rubén Freire, una madre que murió hace casi 22 años y ningún hermano. No tengo muchos recuerdos de mi infancia puesto que la pasé en un internado desde que tengo memoria. Hasta que mi padre pudo hacerse cargo de mí. Mi madre murió de cáncer y mi padre quedó devastado por eso. Mi abuelo, que murió años después, le aconsejó que lo mejor, era que se mantuviera alejado de mí, puesto que yo le hacía recordar a mi madre y eso lo llenaba de más rabia, ponía en peligro mi salud física y su salud mental. Así que la parte de mi infancia la voy a dejar ahí no más, pues no es eso lo que quieres escuchar, ¿me equivoco?
Ale lo miró sin ninguna expresión en la cara que Eduardo entendió como un “continúa”. Asintió.
-Cuando tenía 16 años a mi padre le dieron un trabajo que le consumía la mayor parte del tiempo y nunca estaba en casa. Por mi parte no me importaba mucho, pues estaba pasando por la típica etapa de “adolescente libre” y su ausencia me venía como anillo al dedo.
“Todo comenzó cuando mi mejor amigo, Aníbal, empezó a faltar a clases muy seguido. Me preocupé puesto que lo quería mucho y…
-¿Querías? –preguntó Ale interrumpiéndolo, sorprendida de que él usara el verbo en pasado.
-Murió –le respondió él sin la menor expresión.- La cosa es que cuando ya no aguanté no saber nada de él, fui a buscarlo, a su casa, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de lo que realmente pasaba. Mi mejor amigo estaba siendo utilizado como un “agente” por una asociación que se autodenominaba “S.S.J.”
-¿S.S.J?
-Sociedad Secreta Juvenil –le explicó –me dio una rabia, no podía ser que se estuviera metido en algo tan bizarro. Aníbal me hizo jurar que nunca se lo contaría a nadie, y yo se lo juré. Estaba muy asustado. Me dio rabia, te prometo Ale, que por eso me uní a la organización en contra de la S.S.J. – Ale arqueó la cejas sin comprender.- Cuando se dieron cuenta de que Aníbal me había contado todo, le dieron dos opciones, o me metía a la sociedad o me mataba.
Ale abrió la boca muda de horror. Eduardo asintió apesadumbrado.
-¿Qué decidió él? –preguntó Ale cuidadosamente.
-Él hizo lo peor, claro.
-¿Trató de matarte?
-Se suicidó.

lunes, abril 27, 2009

Capítulo XII. Parte 2.

Osvaldo guió a Estheffi a una habitación de huéspedes al fondo de un pasillo.
-Puedes acomodarte aquí... –le señaló. -No es muy “lujoso”, pero ¿será solo por un par de días no es cierto?
-Claro, no tienes porqué preocuparte, donde tenga una cama voy a estar bien… pero, ¿Y tus padres? ¿Qué te dirán?
-Nada… -Osvaldo desvió la mirada. -Fueron de viaje esta mañana, estoy solo con mi hermano y a él… Demás que le invento algo rápido, no le cuesta creer mis mentiras.
-Guay –dijo Estheffi sin muchos ánimos.
Osvaldo fue a living rápidamente para hablar con Laura antes de que se fuera.
-¡Oye! Laura espera… -ella se volvió con la mano en el picaporte.
-Dime.
-¿Sabes? –le dijo apoyándose en la pared. -Este problema puede llegar demasiado lejos, ¿porqué mejor, ya sabes, no te mantienes al margen?
-¿Ya?… -Laura dejó el picaporte de la puerta y se colocó frente a él. -¿De cuando tú eres el hermano mayor? Sóplame este ojo, a ti te pasa algo, ya cuéntame –le exigió. Osvaldo se rió nervioso.
-No, no nada… -se rascó la cabeza. –Es sólo que… tú sabes tanto como yo que estas cosas siempre terminan mal, la organización no se va a quedar cruzada de brazos sabiendo que tienen una “prófuga” con información importante. Es solo cuestión de una cuenta regresiva y estoy seguro que alguien va a terminar muy mal herido… -sus ojos reflejaban miedo e inseguridad, Laura lo observaba callada, como nunca.
-Bueno….mira, -le dijo dispuesta a contarle lo que de verdad sentía. -Lo que pasa es que por más que trate de mantenerme al margen siempre hay algo que me empuja nuevamente a estar en esto. Es simple, tengo a Estheffi, no la puedo abandonar, es mi amiga. Te tengo a ti… y no me digas que tú no sabes a cerca de la SSJ lo mismo que yo, porque no te creo, también corres peligro de cierta manera… y lo tengo a él… -le costó pronunciar aquella oración. –No sé, es que me preocupa tanto su seguridad, y me choca no saber a ciencia cierta en lo que anda metido, si me despego de su lado mi estado emocional emporraría notablemente, no podría vivir tranquila sin saber sus próximos movimientos. Verás, prefiero estar con el aunque sea en el conocimiento de sus planes y sus cosas a no entender su mundo y alejarme de él para quedarme inserta en la más terrible agonía… ¿entiendes? No está en mis manos –Osvaldo se quedó de una pieza y suspiró lentamente, casi como si hubiera perdido una batalla.
-Ya me lo pensaba… -su mirada se perdió en dirección a la cocina. –Si es así, es mejor que te cuides, -la volvió a mirar. -Camila no salió muy bien parada de todo esto…no quiero que te pase lo mismo.
-Sí, si sé… -Laura le hizo un gesto displicente con la mano. -No me va a pasar nada… de veras –se despidió de él con un beso en la mejilla – ¡Ah! y acuérdate de alimentarla bien, no vaya a ser que llegue yo y este toda desnutrida la pobre niña.
-Si, si… además no creo que coma más que yo, -ambos se rieron. -Así que… no te preocupes, una vez vi en un programa que las españolas comen muy poco, son bien ahorrativas –Osvaldo quería hacer un chiste pero no le salió, Laura se lo quedó mirando.
-Eh…ya. Osvaldo, entonces nos estamos viendo.
-Oye, oye… ¿te acuerdas que me habías contado que tenías una amiga que conocía a ese Eduardo?
¿Se lo había contado…? ¿O… me está inventando? ¿Cómo puede él saber esas cosas?
-Yo no te he contado nada –dijo ella. Le inspeccionó la mirada tratando de encontrar una señal que lo delatara en su mentira.
-Mira eso no importa, el punto es que dile que también trate de mantenerse al margen, la situación no se ve bien, yo sé por qué te lo digo.
-A ver Osvaldo, últimamente tú estás sabiendo muchas “cosas”…. ¿qué es lo que ocurre en verdad? Me estas ocultando algo... lo sé.
-Nada, nada, solamente hazme caso.
-Mm... No me convences animal. Te tienes guardado algo y no lo quieres soltar, mira si piensas…
-¡Ay Laura! ¡Cómo te gusta arruinarlo todo con tus preguntas! La cosa es muy simple, y te lo voy a decir de una, -Osvaldo se acercó a su amiga hasta quedar a su altura. -Lo que pasa es que Camila antes de que se saliera de la SSJ supo que hace unos años la organización había tenido problemas con ese tal Eduardo… y entonces contrataron a unos tipos con ese tipo de intenciones que… tú sabes, cuando se contratan tipos es por una sola razón… -Osvaldo la invitó a seguir el hilo de sus pensamientos.
-Ya, ya… ¿Querían eliminarlo cierto?
-Bueno… algo por el estilo, el punto es que esos tipo al final terminaron trabajando por cuenta propia, porque tenían sus propios problemas personales con Eduardo. Luego el conflicto se terminó y nadie nunca jamás supo que había ocurrido con ellos, pero…
-¿Pero qué?
-Que han vuelto. O sea, Camila dijo que los había divisado el otro día por el sector sur y no sé me da mala espina. Tengo mis hipótesis.
-¿Ah? A ver dímelas… -Osvaldo entrecerró los ojos. Reticente a seguir dejando que su amiga supiera más de la cuenta. Suspiró.
-Creo que la SSJ puede estar involucrada en la vuelta de esos tipos, y ahora con lo del Estheffi las cosas se van a complicar de veras, ella puede soltar mucho y créeme a ninguno de ellos les conviene tenerla desaparecida.
-Oye… -Laura lo miró pensativa. –Tú si que sabes más de lo que yo creía, es decir, nunca te di tantos detalles de la organización y apenas sabías de la existencia de Estheffi y resulta que hora le sabes hasta el signo zodiacal… ¿A caso hay algo más de lo que debería enterarme?
-Ahora no –le dijo él cortante. El celular de Laura sonó. Lo contestó fastidiada.
-¿Aló? Si, si ya llevo el trabajo… en serio si ya lo tengo casi listo –le dijo a quien estuviera por el otro lado de la línea. -Ya Osvaldo tengo que irme, pero esta conversación no ha terminado para nada… te salvó la campana, tengo que ir a dejar un trabajo, pero espérate que te vuelva a pillar solo –le dijo mientras guardaba su celular y acomodaba unas cosas en su mochila.
-Ok… -le dijo él divertido. Cuando Laura se ponía así, era muy entretenida verla. -Adiós y nos vemos por ahí…
Inmediatamente cerró la puerta de su casa y Laura siguió su camino hacia la micro, de vuelta a la universidad para entregar un trabajo “atrasado”.
Eran ya casi las 20:30, tenía hasta las nueve para entregarlo, por lo tanto la única opción que le quedaba era tomar un taxi y si tenía suerte llegaría a la hora, de lo contrario terminaría golpeada por sus compañeros. Bajó rápidamente hacia la avenida y como siempre cuando se tiende a tener más prisa, los taxis no pasan nunca. Cada dos minutos veía el reloj y nada. De pronto se acordó que por la avenida siguiente pasaba otro número de taxis que también la dejaba en la universidad; no lo dudó y se dirigió hacia allá. Lo malo de ese camino es que tenía primero que atravesar por un callejón muy oscuro y ese sector era algo peligroso.
-Me encantan los callejones, me encantan los callejones…. –tarareaba a medida que llegaba a su objetivo.
Sin embargo una sombra detrás de ella la hizo dudar de su seguridad y comenzó a replantearse la situación. Una voz le habló:
-Oye…
Laura seguía caminando a paso apresurado, muy apresurado…
-Oye…tú –le dijo la voz mientras se aproximaba hacía ella.
Ambos comenzaron a jugara a una pequeña persecución. El tipo llegó mucho antes a la esquina que ella y la enfrentó obstruyéndole el camino. El individuo se quedó parado y ella no se le ocurrió otra cosa que gritar.
-¡Déjame!… estoy apurada –le pidió, tratando de salir de aquel encierro.
-Oye, cálmate… ya me habían dicho que eras muy gritona pero en verdad has superado los rumores con creces… -Laura dejó de forcejear.
¿Qué onda?
Lo miró algo atónita. “Ya me habían dicho…”
-¿Cómo sabes quien soy? –inquirió.
-Me llamo Matías, -contestó el tipo. -¿Daniel no te ha hablado de mí? Lamento haberme presentado de una manera tan particular… pero, ¿tendrías algunos segundos para hablar conmigo un tema muy importante? –el tono que empleaba era muy irónico.
-Estoy muy apurada ahora… -le dijo ella. -Tengo que ir a la universidad a entregar algo y… -hablaba tratando de no ponerse nerviosa.
-Mm… yo preferiría que fuese ahora… a Daniel no le va a gustar si te llama más tarde a la casa y no te encuentra.
-¿Él te mandó?
-Algunos tenemos derecho de guardar algunos secretos –le dijo él susurrándole al oído, muy cerca de ella, casi rozándole la mejilla. Laura tiritó entera. La apariencia de Matías era algo diferente, su pelo desordenado y ese aire de grandeza la ponían más nerviosa aún.
Me está intimidando…
-Dilo luego. –Le invitó Laura. Entre más rápido lo dejara hablar, más rápido terminaría todo.
-¿Te suena el nombre de Estheffi García? Si yo fuera tu diría todo lo que supiera, no es bueno mantener secretos con nosotros y creo que eso lo sabes muy, pero muy bien.

Capítulo XII.

Ale entró en una habitación. Debía de ser esa la de Eduardo. Estaba pintada de un extraño tono azul claro con un leve ambiente juvenil, sin dejar de ser sobria y elegante. Hay que admitirlo, tiene buen gusto. Buscó una frazada, pero como no encontró sacó el cobertor de su cama. Estaba a punto de salir de la habitación, cuando le llamó la atención unas fotografías de Eduardo pequeño con un hombre. Seguramente su papá. Se veía muy tierno, y entonces se le ocurrió comparar esa fotografía con la del carnet de identidad, tenía ganas de reírse un poco.
Dejó el plumón en el piso, tomó la billetera, la abrió y sacó el carnet de identidad. La cara de Ale se tensó y comenzó nuevamente a ponerse nerviosa, pero esta vez con un ataqué de pánico más cerca. No había sólo un carne, eran dos y con diferentes nombres. Lo único en que estaban iguales era en la edad: 24 años. No podía creerlo. Seguramente es una broma. Comenzó a sacar desesperadamente todas las tarjeras e identificaciones de la billetera y las tiró encima de la cama tratando de encontrar lo que fuera que la calmara y la convenciera de que lo que había visto no era verdad. No encontró nada, abrió un cajón lleno de documentos y los comenzó a hojear torpemente iluminada por la luz de la luna que invadía la habitación oscura. Lo que no le servía lo tiraba en cualquier lado, estaba casi neurótica. Encontró algo que decía: “Formulario de Iniciación: O.S.A.I (Organización Secreta Anónima Interlazt). No entendía casi nada de lo que aparecía; lo que decía una y otra vez eran cosas como: objetivos, tratamiento, procesos, etc. Y al final un juramento firmado, comprometiéndose con la organización y aceptando el cargo de “funcionario especial (agente)”.
¿Qué está pasando aquí?... ¿Quién es este…tipo?
Sin darse cuenta se había puesto a llorar, mientras que las manos le tiritaban y se apoyaba en la pared con la mano en la cabeza. Quería seguir abriendo los cajones, pero no tenía fuerza, estaban cerrados con llave. Se quedó inmóvil pensando, cuando en un rincón del suelo vio algo brillante, una llave. La recogió rápidamente y trató de abrir lo que fuese que esa cosa abriera. No le servía, con ningún cajón. Entró al gran ropero que era casi del porte de los baños de la universidad, buscando cualquier cosa que se abriera, detrás de unos trajes encontró un cajón, metió la llave y calzó; cuando lo abrió casi se desmayó. En su interior habían armas. Dejó tirado todo y casi ya sin poder pensar salió del “ropero”. Estaba en estado de shock, se balanceaba un poco al caminar. La habitación estaba hecha un desastre, de pronto sintió que él la llamaba.
Y… ¿ahora qué hago?
En su interior sabía que él era incapaz de hacerle algo, pero no podía evitar sentir temor frente a lo que había descubierto, no tenía idea del tipo con quien andaba. Seguramente lo de los contrabandistas también era mentira, pensó. Trataba de controlar los sollozos de nerviosismo.
Eduardo empujó lentamente la puerta de la pieza encontrándose con todo revuelto y a ella en una esquina mirándolo con recelo, temor y lágrimas. Se puso pálido y se quedó quieto en el umbral de la puerta. Ella sólo atinó a salir corriendo de allí, ahora no podía discutir, saldría perdiendo en su actual estado. Corrió rápidamente por el pasillo que llevaba al living para pescar sus cosas e irse, pero “Eduardo” la siguió. Ale pescó su mochila y se dirigió a la salida, él se le adelantó y le obstruyó el paso.
-¡Déjame salir! –le gritó ella llorando y golpeándole el pecho.
-Así no… -le respondió mientras trataba de calmar los brazos que lo golpeaban.
-¿A caso debo llamarlo por su verdadero nombre señor? ¿Cómo era…Andrés, Marco o…? ¡Ya se me olvidaron los otros! Se me olvido hasta tu edad… ¿Cuánto tenías… 23? –el tono de Ale se volvió histérico. –O mejor… ¡dispárame con una de esas pistolas a ver si así me retienes aquí, porque va a ser la única manera de que lo consigas! –le gritó al mismo tiempo que le lanzó sin pensar un artefacto puntiagudo que estaba de adorno en la mesa. Le llegó en los labios y le comenzó a sangrar el labio superior. En seguida se arrepintió y se dio cuenta en el estúpido estado que se encontraba. Lo herí…
Eduardo la miraba entre furioso y apenado. Está histérica, pensó. Entonces sujetó fuertemente sus brazos y la puso entre la pared y él, para que se tranquilizara a la fuerza.
-Esta noche no vas a salir de aquí –le dijo en tono grave.



Osvaldo se había quedado casi en un estado de pánico al ver a Laura junto a Estheffi afuera de su casa, por supuesto que trató de mantener la compostura, pero se le hacía demasiado complicado; tenía el presentimiento de lo que estaba a punto de ocurrir, y no le gustaba la idea de lo que se le venía. Osvaldo sabía mucho más de la SSJ de lo que le había contado a Laura, su verdadera razón para ocultarle tantas cosas era porque quería protegerla. Él pensaba que su amiga ya sabía demasiado como para más encima hacerle saber los detalles más oscuros de esa organización, porque había más mucho más. Por este motivo es que odiaba tanto a Daniel, lo encontraba culpable de poner a Laura en peligro, porque si de algo estaba seguro, era que aquel que supiera de la existencia de la organización, no importaba quien fuera, ni edad, ni sexo, siempre se vería perjudicado. Él lo sabía por experiencia, lo sabía por su prima Camila.
De todas maneras para ocultar las apariencias las hizo entrar como si nada, pero sin triunfo. Ambas notaron enseguida su nerviosismo.
-¿Y…qué te parece la idea Osvaldo? –pregunto Laura muy animada después de contarle su “increíble idea”.
-Mm… me parece que estas viendo muchas novelas…-le contestó él haciéndose el loco.
-¡Ah, animal! Si no te cuesta nada... además mírala, esta toda desprotegida, no la pensaba dejar allá sola en esa industria donde la dejo el idiota de Ed--
-¿Qué idiota? –Osvaldo se volvió hacia Laura y luego miró a Estheffi.
-Eh…-trató de decir Laura.
-Eduardo –respondió Estheffi sin dejar de mirarlo a los ojos.
-Así que él también esta metido en esto… Como me lo esperaba…. –Osvaldo se dejo llevar por sus pensamientos.
-¡Ah, no! ¿Por qué tú también lo conoces? –preguntó Laura al borde de un ataque. Osvaldo la miro algo perturbado.
-Hay cosas obvias Laura. Camila había oído hablar de él, en realidad no sé mucho… -Osvaldo desvió la mirada hacia la ventana del fondo. –Solamente sé que para la SSJ es algo peligroso, y no les gusta hablar del tema.
-Mm…. –murmuró Laura no muy convencida, mientras sus ojos le observaban incrédulamente.
-Bueno –retomó la conversación Osvaldo –ese no es el punto, ¿por qué tengo que ser yo el que cuide de ella?
-Si quieres no lo hagas, me las puedo arreglar perfectamente sola –contestó algo irritada Estheffi, cuya conversación no hacía más que agotarla. Se volvió a la puerta.
-No, no, Estheffi –la alcanzó Laura –no te vayas, si este animal va a decir que si… supieras tú como lo conozco… - Laura miró de reojo a Osvaldo en una señal de: “si no aceptas…te mato” él comprendió.
-Bueno… Ya. –Contestó sin muchos ánimos. –Pero de esto no se va a enterar nadie, ¿me escuchaste Laura?
Era la primera vez que él le hablaba tan alto, ya no parecía como “su hermano menor”. Laura asintió.
-Si, si… relájate, si yo muero pollo… - Laura daba saltos de júbilo, para ella cualquier cosa era mejor que dejar la situación en manos de Eduardo.
-Eso también incluye a Daniel… -le advirtió él seriamente.
¿Mi Daniel? Pensó Laura. Claro... No puede enterarse, Estheffi huye de ellos y él también va incluido en el paquete de “los malos”
-Sí, si… no te preocupes. - Laura bajó la vista. -Estheffi también ya me había pedido lo mismo.

domingo, abril 26, 2009

Capítulo XI. Parte 5.

-¿Tienes sueño? –le preguntó. -Te veo cansada, no te preocupes, vas dormir bien…
¿Dormir bien? Se preguntó Ale para sus adentros ¿a caso piensa que voy a poder dormir con este grado de incertidumbre? y además… ¿en un sillón? Porque yo no duermo en su cama, no duermo allí. No. Lo miró preocupada. Pero no dijo nada, subieron por el ascensor hasta el piso 17. A ella le daba algo de “cosa” subirse a esas máquinas y sin pensarlo se agarró bien fuerte de él.
-¿Le tienes miedo a los ascensores? –preguntó Eduardo tratando de hacer la situación lo más normal posible.
-A los ascensores y a los primos que después resultan no serlo –le contestó ella a propósito para que no se fuera por la tangente como siempre –él se quedó mudo.
Llegaron al piso correspondiente, él sacó su llave y abrió la puerta numero 1703, encendió las luces de la “casa” y el resplandor iluminó todos los lujosos muebles y la bella decoración; claro que con un notorio toque masculino y un estilo moderno. Pescó un control remoto y encendió el equipo de música como si nada, se sacó la chaqueta, tiró su mochila y fue directamente al refrigerador a sacar jugo y unos sándwiches. Ale se quedó estática en la puerta de entrada, observando todo a su alrededor, se parecía a esas casas que mostraban en la tele, cuyas UF llegaban más allá del cielo.
-Ale ven a la cocina, seguro que tienes hambre, has estado sin comer toda la tarde –ella estaba algo insegura, no había pedido permiso para entrar y sus padres seguro que andaban por allí. Caminó lentamente hasta llegar a la hermosa cocina americana de color damasco.
-Eh… oye, -lo llamó tímida. -¿Y tus padres no se irán a enojar porque traes a una desconocida a la casa?
-Vivo solo –le contestó él mascando la Punata de un sándwich.
-¡¿Qué?! –se alarmó Ale –. ¿So-solo?, pero y los gastos y el agua, la luz, el teléfono… o sea… -comenzó a hablar muy rápido por la impresión, pero Eduardo entendió en seguida que la preocupación de ella iba por otro lado.
-Si te preocupa donde vas a dormir… -le dijo sonriendo –no estás obligada a compartir habitación conmigo.
Ni siquiera había pensado en esa posibilidad, ¡tonto!
-Me gustan los sillones –le dijo ella desviando la mirada. Eduardo se le acercó y le ofreció un vaso con jugo, ella tomó el vaso y bebió lentamente, estaba muy nerviosa. Solo, solo, ¡¿Solo?! Él se rió al ver la inmensa cara de preocupación de Ale – ¿Qué, acaso parezco un payaso?
-¿Te la creíste? –inquirió él sin dejar de reír.
-¿Creerme qué? –Ale no estaba para bromas. Las carcajadas de Eduardo parecían no querer acabar.
-Para tu tranquilidad, -le dijo apenas. -No vivo solo… aún.
¡Idiota!
-No sé porqué tendría que preocuparme eso… -le dijo ella mirando al suelo. Pescó el vaso y se fue a mirar al gran ventanal que había en el living, la luna hacía ver muy hermoso el mar.
-Mi papá está de viaje… -le confesó él. -Como siempre. No te estoy mintiendo, si quieres puedes comprobarlo, su pieza está al fondo, tiene todas sus cosas allí.
-Eso no me influye ahora, lo que me preocupa son otras cosas –Ale estaba muy nerviosa. Eduardo se puso serio. Sabía a lo que se refería ella. Ale quería saber lo que estaba sucediendo. Se le acercó.
-Primero vamos a cenar algo, estás muy nerviosa todavía.
-Más nerviosa voy a estar todo lo que me resta del tiempo si no me aclaras nada.
Eduardo se negó a hablar, puso en el microondas unas cajas de algo y luego las sirvió en un plato, seguramente cocinar no era lo suyo. Ambos comieron sin hablar, al menos, Ale estaba muy sumida en sus pensamientos y posibles hipótesis. Cuando terminaron él la llevó al sillón, se sentaron y la atrajo a su hombro.
-Prométeme que si te cuento vas a mantener la calma.
-¿La calma?... ya se me esta olvidando lo que es eso Eduardo si no comienzas ya. –Él la abrazó más fuerte y claro, algo de calma le vino, sólo algo.
-Esos tipos persiguen a mi papá, -comenzó él. –Tuvo problemas con ellos hace algunos años en Santiago, lo creen culpable de una gran cantidad de dinero que desapareció en condiciones poco creíbles. Pertenecían a la misma organización. Creímos que nos habían perdido la pista. Pensábamos que ya no nos seguían, pero… -sus palabras se fueron tensando y salían muy poco naturales.
-Eso no es algo como para que te maten… -Ale comenzaba a dudar de esa versión.
-Claro que sí, el dinero que se perdió era, era de… contrabando.
-¿Contrabando? –Ella se alarmó y se desató de sus brazos para mirarle a la cara –¿Droga?
-… Sí – Eduardo parecía estar inventando un rompecabezas – pero, o sea… mi papá y yo nada que ver con respecto a eso, al contrario, a él también lo embaucaron. Pensaba que la organización se dedicaba a otros fines, pero una vez adentro se enteró, por eso tratamos de salir lo más rápidamente de la capital. No tenemos nada que ver con ese dinero robado, nada –Ale miró alrededor de la casa y luego lo miró a él con duda.
-No es lo que estás pensando –Eduardo rió-. Siempre hemos tenido la misma situación económica, bueno al menos mi papá. Lo que tenemos no es con dinero robado.
-¿Y qué tengo que ver yo en todo esto? – él suspiró.
-Esos tipos son algo peligrosos, ya nos localizaron. Y lo peor de todo… es que te vieron conmigo. Eso no es bueno. Debemos despistarlos por lo menos un tiempo.
-¿Eso qué significa?
-Bueno, que…. quizás vas a tener que alejarte de mí y también sería lo más correcto irme por un tiempo –Ale se quedó pasmada y trago saliva mientras jugaba con sus manos.
¿Ah?... ¿Escuché bien? Se va… a ir.
-¿Con tu padre?
-Claro… voy a tener que contarle, no le va a gustar nada –él la miró de reojo y notó su preocupación. -No te preocupes, una vez que ya no te vean conmigo ni se van a acordar de ti. Los blancos somos mi papá y yo.
-También me preocupas tú, tonto –Ale le hizo una mueca, él se rió. -Si es mejor que no te vean conmigo ¿por qué me trajiste aquí?
-Porque si te dejaba sola hoy, lo más seguro era que quisieran nuevamente hablar contigo y sacarte información, desde mañana… podré tener todo controlado y tu estarás más a salvo –Ale no parecía muy convencida, la explicación era algo vaga –tengo que hacer una llamada, vuelvo enseguida –le dijo, se fue al balcón y cerró el ventanal. Ale se quedó sola sentada en el living.
Laura me había dicho que tuviera cuidado… ¿Habrá sido por esto o…?
Eduardo entró nuevamente, venía algo más relajado. Se dejó caer en el sillón y la volvió a abrazar. El equipo comenzó a tocar “Map of the Problematiqué” de Muse a volumen bajo. Ella se estaba imaginando cómo volverían a ser las cosas una vez qué él se fuera y la idea no le gustaba. Un noviazgo de un día seguramente era un record y se rió.
-Parece que ya te relajaste… -notó él -¿de qué te ríes? –ella pareció no escuchar.
-¿Con quién hablaste por teléfono? –Él se acercó más a ella, tratando de evadir la pregunta.
-No te preocupes por eso ahora –le contestó prácticamente susurrándole al oído. Parecía aprovecharse de la situación muy bien.
-Pero... a mi me interesa saber – decía tratando de escabullirse de entre sus brazos.
Ya era tarde. Eduardo le hizo recordar todo lo que había pasado en el auto. La besaba, le acariciaba el cuello, los brazos. Sus manos se entrelazaban con su cabello, le murmuraba cosas al oído… Ale lo quería evitar, pero no le funcionaba y él parecía muy entretenido. No quería que llegara un momento en donde las cosas se fueran a complicar.
Seguramente Laura no se resistiría si estuviera en esta misma situación, pero con Johnny Depp…
A él se le cayó la billetera del pantalón a un rincón del sillón. Ale se dio cuenta y trato de alcanzarla. No vaya a ser que después se le olvide, pensó. Si iba a irse de la ciudad necesitaba sus documentos. Pero no pudo alcanzarla. La respiración de él comenzaba a aumentar y cuando ella pensaba que ya todo estaba perdido sonó el celular. Eduardo no quería contestar la llamada y tiró el celular para que siguiera sonando en otro lado.
Ese celular casi me salva…se lamentó ella. Tiene que contestar…
-…Oye… contesta, podría ser algo importante, -le dijo entre sus labios. -Tu padre o algo por el estilo –Eduardo pareció volver a la realidad. Dejó de besarla y controló su respiración, se tiró el cabello hacía atrás y corrió a donde lo había tirado.
¡¡Amo a ese celular!!
Nuevamente se fue a hablar al balcón. Ale estaba algo nerviosa, iba a tener que inventarse algo y pronto, no pretendía pasar más allá de ese living. Así que improvisó una cama para “ella sola” en el sillón y acomodó los cojines, sólo le faltaba una frazada. La idea era que cuando llegara Eduardo de hablar por teléfono ella estuviera “dormida” tenía que apurarse, la llamada estaba siendo muy larga, ya estaba por terminar. Tomó la billetera que a él se le había caído, su mochila azul tirada en el piso y se tomó la libertad de llevarlas a su pieza, para que cuando se fuera no se le olvidara nada… Para cuando se fuera, pensó con tristeza… tale vez dentro de la habitación conseguía una frazada.

Capítulo XI. Parte 4.

-¿Qué te pasa? –le espetó un poco enojada ya que los últimos minutos sólo se había quejado.
-Nada, es que…
-¿Qué?
-¿No será peligroso involucrar a alguien ajeno? –Laura la miró y sonrió.
-Créeme, este animal de ajeno no tiene nada.
La puerta se abrió y apareció Rodrigo, el hermano de Osvaldo.
-¡Hola! –saludó Laura. Rodrigo la miró extrañado.
-Hola –saludó confuso.
-Oye, ¿está tu hermano? –Rodrigo asintió y entró a buscarlo.
-¿No nos va a hacer pasar? –preguntó Estheffi con tono ofendido.
-No, todavía. –Laura entonces advirtió la forma de la sombra de su amigo. Al segundo Osvaldo la miraba con sorpresa que más parecía susto.
-¿Laura? –preguntó.
-Obvio animal.
-¿Y qué haces acá? ¿Se te olvidó preguntarme algo cuando nos juntamos?
-¿No nos vas a hacer pasar? –inquirió Estheffi adelantándose hasta quedar frente a él. Laura notó que de pronto Osvaldo se enderezaba y la miraba con escrutinio.
-Claro, -dijo desconfiado –pasen.
Laura se dio cuenta de que su amigo actuaba extraño, y no se debía todo a su repentina aparición con Estheffi, sino de algo que le había pasado antes. Pero creyó conveniente conversarlo con él más tarde, cuando Estheffi no estuviera escuchando, y no era que no le tuviera confianza, pero conocía a su amigo, y él no decía las cosas que le pasaban tan fácilmente, así que se concentró en encontrar las palabras correctas para poder pedirle a Osvaldo si podía albergar a Estheffi por un tiempo.


Ale iba casi tiesa en el auto cuando Eduardo dobló una esquina por la calle 14 de Febrero en el centro de la ciudad. Había llamado a su mamá para pedirle el falso permiso de quedarse a estudiar en casa de una compañera. Obviamente su mamá la llenó de preguntas y ella tuvo que darle el número de teléfono de la casa de la de Jani, y eso que la llamó antes para avisarle de que por cualquier cosa dijera que se había quedado dormida. Le había dado una lata tremenda tener que crear esa historia pero entre todas las cosas que sentía en ese momento, el miedo la gobernaba por completo y como Eduardo sabía lo que había que hacer, sólo le quedaba acatar como simple espectadora que se ve de repente involucrada en algo de lo que es completamente inocente.
Estaba segura de que los habían estado mirando mientras estaban en el auto. Sus primos, había pensado ella, pero Eduardo con la cabeza había negado categóricamente la existencia de algún primo. Eso la había puesto más nerviosa. Más encima el hecho de que ahora pasarían la noche juntos la ponía a tiritar de miedo. Tantas cosas que le pueden pasar a alguien tan mansa como ella. Suspiró, recordando con aprensión el fundamento de Eduardo para que ella accediera a quedarse con él esa noche:
-Si ya saben quien eres, por lo que tú me has dicho –dijo –no creo que te dejen irte así como así. Apenas yo te hubiera dejado, ellos habrían hecho algo contigo. No sé qué, y me da una rabia haberte metido el algo así. Más encima si tú estabas en tu casa, no se me ocurre qué podrían haberle hecho a tu familia.
Ale había sentido un escalofrío de terror. Aunque ella lo sabía desde un principio, nunca hubiera pensado que estar con Eduardo significaba tanto peligro (y menos estadías nocturnas). Creía que su relación sería como las demás… cuán equivocada estaba. Ahora que lo pensaba, Eduardo todavía no le había contado nada de lo que hacía, su vida real detrás de esa otra vida de estudiante de Universidad, aún ella no sabía nada. Por eso se había sorprendido mucho al ver cómo manejaba las cosas, y cómo pensaba en todas la posibilidades antes de actuar. En especial las posibilidades que concernían la seguridad de ella misma por sobre la de él. En una parte del viaje le había oído: Primero yo, antes que ella… Ya no sabía que pensar.
Iban por la calle 14 de febrero, derecho, cuando Eduardo al parar en un semáforo la mira.
-¿Qué pasa? –preguntó ella.
-Eh…
Ale, con asombro, se dio cuenta de que él estaba titubeando. Enarcó las cejas, segura de que estaba bromeando. Eduardo miró el semáforo que estaba en rojo y suspiró.
-No quiero que te sientas incómoda –le dijo-. Si sientes algo ahora y comprendo perfectamente qué puede ser, házmelo saber. Por favor.
Eduardo le clavó los ojos y Ale notó el mensaje implícito en aquellas palabras: Si no quieres pasar la noche conmigo, dímelo. Tragó saliva.
-Yo… este… -trató de decir, Eduardo levantó las cejas mientras bajaba la cabeza.
-¿Sí?
-Haré lo que tú me pidas. Quiero decir, que lo que sea por mi bien está bien.
Ale escondió la cara en la oscuridad que proyectaba el parabrisas en ella. Sentía que las mejillas se le sonrojaban y cómo no, si le había dicho: haré lo que tú me pidas. Idiota. Escuchó una risa ahogada a su lado.
-Te entiendo –dijo asintiendo. Ale lo miró-. Yo también estoy nervioso, no llevamos ni un día de novios y ya vamos a pasar la noche juntos.
-¡Oye, nada que ver! –Ale apretó los puños sobre sus rodillas. Eduardo soltó una risa despreocupada.
-No en ese sentido, claro. No te pases rollos.
Ale se amurró.
-No me estoy pasando ningún rollo, sólo que no me gustó como sonó.
-¿Qué? ¿Acaso no te gustaría pasar la noche conmigo como Dios manda? – Ale sintió que se atragantaba.
-Será mejor que avances, ya estamos en verde. –Le dijo apenas. Eduardo entrecerró los ojos y desviando lentamente la mirada de ella, apretó el acelerador, metió segunda, y avanzó.
Me metí en la pata de los caballos, pensó.
Eduardo siguió conduciendo rápidamente, aunque su dirección no tenía mucho sentido, después de doblar por 14 de febrero cambió su rumbo hacía el oeste, en dirección a la costa. Parecía que jugaba a hacer laberintos. Ale estaba ya un poco mareada y cansada y no precisamente por las maniobras de conducción de Eduardo, si no que por la situación. Todo era muy, pero muy raro para ella, las piezas no calzaban y cada minuto se le hacía más tormentoso sólo al imaginarse lo que podía estar ocurriendo.
El auto se detuvo en un gran departamento a la orilla de la playa; Eduardo miró bien hacia todos lados afuera en la calle y continúo conduciendo, pero ahora se adentraba en los estacionamientos del “condominio” si así podría llamarse. Ale estaba algo “anonadada”, el tipo de vehículos allí estacionados no eran cualquier tipo de autos, podría jurar que eran de los más caros que vendían en la región; y el departamento… no habían comentarios. Sospechaba que Eduardo no pertenecía a una clase socioeconómica “normal”, pero de allí a imaginarse que era totalmente un ABC1 (medida de las clases sociales en Chile), la dejaba media tonta y la inseguridad la invadía. Nunca había estado tan cerca de relacionarse con “ese” tipo de gente, hasta encontraba muy extraño que un tipo como él, se fijara en alguien como ella; muy, pero muy raro, a su manera de pensar. Sin embargo ahora, preguntas e inseguridades peores la embargaban e iba a tener que enfrentarlas con un ataque de pánico casi en las manos.
Su estacionamiento estaba reservado, como todos los que vivían en el departamento. Ale no se había percatado de que ya habían llegado, mantenía su mirada en un punto fijo, pensando. Eduardo se bajó, le abrió la puerta del auto y con la mano le hizo señales.
-Hey… ya llegamos –parecía divertido.
-¿Ah?... –Ella lo miró confusa, Eduardo dejó de mover su mano para hacer las señales, hizo un gesto de olvídalo y le tomó el brazo sacándola del auto.

sábado, abril 25, 2009

Capítulo XI. Parte 3.

Ale estaba entre enojada y nerviosa. Antes que todo, cabe mencionar que la pobre tenía EL lío en la cabeza. En primer lugar deseaba poder enojarse más firme con Eduardo, pero no le funcionaba. En segundo lugar quería estar con él como estuvo en “los pastos” esa tarde cuando le pidió ser su novia, pero tampoco podía porque aunque no estuviera completamente enojada, sí sentía algo de rabia hacia él. Y Eduardo no ayudaba en nada, le acariciaba el cuello, le besaba la mejilla, la abrazaba y le susurraba al oído que estuviera tranquila porque la única que le hacía sentir verdadero amor era ella. ¿Cómo planeaba ella seguir resistiéndose a eso? A su voz en su oreja, a su respiración en su cuello, a sus manos en su cintura y a su olor… ¡Oh! ¿Cómo podía resistir ese olor que la adormecía? Respiró hondo. Graso error, el olor ahora estaba en cada rincón de su cuerpo. Bajó la cabeza derrotada.
-¿Ya se te pasó?
Ale levantó los hombros.
-Aún no me respondes, te hiciste el loco, pero ahora quiero respuestas –Eduardo se acercó más a ella, Ale sintió un hormigueo enérgico que le recorrió la espina dorsal y la dejó tiesa.
-¿A qué es serio para mí?
-Cla-claro –le respondió ella apenas. Eduardo sonrió.
-¿Te importaría si pongo algo de música para responderte?
Ale se dio la vuelta pensando que él la estaba molestando.
-¿Ah?
-Claro, música, para ponernos en onda –Eduardo le sonrió infantil y estiró el brazo para prender el estéreo de su auto. Una canción antigua que Ale había escuchado en pocas ocasiones invadió el lugar –Ahora sí.
Eduardo la obligó a ponerse frente a él y le tomó la cara.
-Para mí todo lo que tiene que ver contigo me parece serio. Lo demás son cosas de la vida.
-¿Conmigo? ¿Ah sí? ¿Cómo qué? – Ale quiso morderse la lengua después de preguntar algo tan estúpido. Pero Eduardo se la tomó muy enserio.
Le besó en la comisura del labio.
-Como esto.
Le tomó la mano y la olió.
-Como esto.
Aprisionó su cara entre sus manos y la miró fijamente.
-Ver tus ojos, como brillan al ver los míos, cómo tratas de concentrarte en hablar correctamente, cómo tú corazón late rápidamente cada vez que me sientes… Ésas son cosas serias.
Ale quiso concentrarse, pero esto ya llegaba más allá de lo que podía soportar. Ya no podía aguantar más, ya no sobrellevaba las ganas de besarlo de una vez y antes de que cualquier cosa se le viniera a la mente diciéndole que la cortara con la estúpida tentación de raíz y pensara con la razón en vez de con el corazón, lo atrajo hacia sí y le besó en los labios.
Eduardo sonrió mientras tenía los labios de ella sobre los de él. Ale le pasó sus brazos por el cuello y lo estrechó más.
Sintió que él le tomaba la cintura y le pasaba una mano por todo el cabello. Sus labios tenían un sabor tan especial que la hacía sentirse en las nubes, por allá, por el éter, en un lugar lejano, en el quinto cielo. No podía creer que se pudiera sentir tanta felicidad. Además el auto, con esa música, tenía una especie de influencia afrodisíaca que hacía que no pudiera controlar sus movimientos y menos sus sentimientos.
Eduardo le tomó de la barbilla y la obligó a detenerse. La miró.
-Y… ¿Qué fue eso? –le preguntó con las cejas fruncida divertidas.
Ale se mordió un labio y trató de pensar en una respuesta con fundamento, pero lo único que se le venía a la mente era: Porque me dieron ganas. Pero no podía responderle eso, o sea, sería como admitir que lo necesitaba. Pero es la pura verdad, trató de convencerse. Lo miró sonriendo inocente.
-Creo que… -trató de hallar algo que la sacara de la situación, pero Eduardo tomó su mano y la puso sobre su majilla. Ella sintió lo caliente que él estaba.
-No importa. Eso es exactamente lo que me gusta de ti, que a veces haces cosas que sorprenden a todos. Espero que siempre seas así.
Ale le sonrió roja de vergüenza. Lo miró a los ojos dispuesta a recordar cada detalle de ese momento, pero algo afuera le llamó la atención.
-Eh, Eduardo, creo que nos están viendo.
Eduardo la miró un momento, luego ella notó cómo se ponía rígido y su mandíbula se apretaba con mucha fuerza.
-No te muevas, y hace como que me sigues hablando –Ale abrió la boca para decirle que no sabía hacer eso, pero antes que pudiera siquiera pensar en algo, la persona que estaba afuera se fijó en ella, y ella lo reconoció.
-Ah, son tus primos –Eduardo se volvió a mirarla frunciendo el cejo.
-¿Qué primos?
-Los tuyos… -Eduardo le agarró la cara.
-Yo no tengo primos Ale.
-Ah, entonces….
-¿Cómo sabes eso?
-Hoy día fueron a la biblioteca y…
-Mal nacidos –masculló Eduardo con los dientes apretados, bajó la vista y se concentró en que la rabia no lo invadiera o Ale se vería afectada, ya no quería hacerle sufrir más-. ¿Qué-qué te dijeron?
-Eh… me dijeron que eran de Canadá, que tu madre vivía allá y que venían para darte una sorpresa…
-Imbéciles –murmuró quieto como estatua.
-¿Pasa algo?
Eduardo la estudió con la mirada.
-¿Te importaría mucho si hoy no vuelves a tu casa?


-Laura, me voy a quedar aquí.
Estheffi se detuvo y le señaló una casa media abandonada, negra por algún incendio reciente.
-Olvídalo.
-Pero no me puedes llevar a tu casa, es demasiado peligroso.
Laura se detuvo y le sonrió maliciosa.
-¿Y quién te dijo que te llevaría a mi casa?
-¿Ah no?
Laura levantó las cejas a lo 1313 y siguió caminado hacia arriba. Estheffi la miró un momento sopesando la actitud de su amiga, y con un suspiro se rindió. Laura sabía lo que hacía, además esta era su ciudad, conocía a sus habitantes.
-Y… ¿Dónde me llevas?
-Se cuenta el milagro pero no el santo.
-¿Eh?
-Nada, olvídalo. –Laura había recordado que Estheffi no era chilena.
-Pero Laura –le dijo ella mientras la alcanzaba, Laura caminaba como bólido-, tienes que decirme dónde vamos.
-Es un secreto, además es mejor que no le sepas, así por lo menos si te atrapan no sabrás a quién acusar, y la persona a la que te llevaré quedará a salvo.
Estheffi frunció el cejo.
-Pero hombre, por lo menos dime si es de confianza.
-Oh si, de mucha confianza –Laura sonrió imaginado la cara de Osvaldo cuando le dijera que debía cuidar a una chica. Vamos a ver si él controla al hombre que lleva dentro.
-¿Por qué sonríes? –inquirió Estheffi mirándola fijamente.
-Nada Estheffi, nada de importancia.
Laura siguió subiendo.
-¿Vamos a caminar todo el rato? –Laura se volvió hacia ella.
-¿Ves que pase alguna micro por aquí? –preguntó ella señalando el sector que ya se estaba oscureciendo.
-Pues la verdad…
-No. Por aquí nunca pasan micros, además la casa de la persona con la que te voy a llevar no queda tan lejos, a lo mas a 15 cuadras de aquí.
-¿¡15 CUADRAS!? –Estheffi le agarró el brazo-. No voy a caminar tanto.
-Por las canillas del mono, - Laura se detuvo y la miró con exasperación –Tengo que ponerte a salvo, no quiero que te pase nada de malo, además mi amigo te va a cuidar. Confía en mí.
-¿Amigo?
Laura se mordió el labio inferior, no quería decir ese pequeño detalle hasta que estuvieran en la casa de él, pero siempre su bocota hacía lo que quería. Suspiró.
-¿Quieres estar protegida? Sí o no.
Estheffi la miró pensando la respuesta y luego puso los ojos en blanco.
-Hala, está bien, si tú confías en él, será pues.
Laura asintió y ambas siguieron caminando.
La ciudad está siempre empinada por lo que la subida no era nada un chiste. Laura caminaba a un ritmo constante, pero Estheffi que no estaba acostumbrada y a la que siempre andaban trayendo en auto resoplaba ya al borde de sus fuerzas.
-¿Podemos descansar? –preguntó deteniéndose y apoyando sus manos en sus rodillas.
-Falta una cuadra más –le dijo Laura pensando en que si se detenía perdería su ritmo lo que causaría estragos en su corazón. La miró por sobre el hombro-. Continúa.
-Ok –aceptó Estheffi.
Continuaron subiendo y cuando Laura dobló hacia la derecha, Estheffi sintió el alivio de sus piernas al poder caminar de forma horizontal nuevamente. Laura se preguntaba si Osvaldo no le pondría mala cara o algo, pero ya no podía renunciar. Aunque le daba cosita meterlo de nuevo con la S.S.J., pero no creía que Estheffi fuera a quedarse una eternidad aquí… ¿O sí?
Laura se detuvo en la puerta de la casa de Osvaldo y tocó el timbre. Notó que Estheffi se mordía el labio inferior.

Capítulo XI. Parte 2.

Se subieron en un taxi en dirección a una zona más central de la ciudad, lo más lejos posible. Se bajaron en el sector industrial.
-Oye Estheffi, -comenzó a decir Laura cuando se bajaron del taxi y vio que estaban muy solas. -Si lo que quieres es esconderte, bueno… Antofagasta llega mucho más allá que esto, podrías no sé, irte a Juan López –Laura aún no sentía la tensión de su amiga.
-No, aquí estoy bien, créeme, además esta fábrica es grande y Ed— alguien me dijo que… -Estheffi vaciló en seguir contándole.
-¿Ah? ¿Con quién hablaste? –Laura lo preguntó como si ya supiera el nombre de aquel individuo.
-Con nadie, un amigo, me dijo que aquí es seguro y que me iba a mantener protegida, nada más que eso. No tiene mucha importancia. Lo que sí es relevante es que no le digas a nadie que me viste, dame por desaparecida hasta nuevo aviso.
-¡Já! O sea, yo te prometo todo lo que quieras, pero primero me vas a contar que onda… Si no me lo cuentas tú, tendría que pedírselo a Eduardo, es el único amigo que te conozco que empieza con E. –Laura le habló con tono de victoria por haber descubierto su secreto.
-Mm… -refunfuñó Estheffi vencida. -Bueno, para qué te voy a mentir. Le he pedido ayuda a Eduardo, para que me esconda. Se portó muy amable.
-¿Y de qué te escondes?
-Bueno, tengo algunos problemas, mas bien son problemas internos conmigo misma, es decir, me he estado cansando. No quiero seguir en la S.S.J, hay cosas que me molestan. Pero no es llegar y renunciar, eso es imposible. Una vez adentro ya no sales. Así que lo único que se me ocurrió es desaparecerme un tiempo hasta que se me ocurra otra cosa qué hacer…
-¿Qué te aburriste? Pues ya era hora, esa cosa trae puros problemas, aunque no creo que la solución sea escapar, esto puede terminar mal. ¿De quién crees que van a sospechar si despareces? –Estheffi se quedó pensativa.
-Eduardo me dijo que no me preocupara, que a él se le iba a ocurrir algo.
-Como te iba a decir que no –Ironizó Laura –a ese tipo le gusta jugar a las dos caras, creo que…
-Laura, no todas las cosas son como te las cuenta Daniel. Si supieras todas las irregularidades y cosas extrañas que he visto en la organización creo que cambiarías tu punto de vista –Laura no respondió –sólo cálmate y deja que arregle esto a mi manera. Si te lo conté es porque no quería que te preocuparas por mí en todos los días que voy a estar escondida.
-Todo es muy confuso Estheffi, lo que dices tú, lo que dice Daniel… -Laura se angustió.
-Lo mejor es que te mantengas alejada de esto un tiempo y tomes aire, te puedes contaminar de tantas cosas extrañas.
¿Cómo le hago para alejarme de Daniel? No sé hacer eso… No quiero hacerlo.
-En los días que vienen va a haber una nueva emboscada. Estoy segura que si las cosas se complican hasta podría ocurrir una escena de balas, sólo mantente alejada un tiempo, nada más.
-Pero… supongo que lo hacen porque ese tipo al que buscan ¿es malo o no? Ustedes se encargan de mantener todo bien, entonces…
-No te fíes de todo; cuando un perro está hambriento no le importa si come sus propios excrementos o comida para perro… -Estheffi se rió –. Ni nosotros mismos a veces estamos seguros de si la organización trabaja para su propio bienestar… No creo que sean “buenos” por amor al arte… algo deben sacar a cambio. El año pasado en una misión en Guatemala logramos detener el tráfico de más de tres millones de dólares. Había sido la misión con más éxito de los últimos años, pero… un millón de dólares no se registró al final, nadie supo muy bien lo que pasó con eso, hace poco me enteré de que hubieron contactos en secreto entre la S.S.J., y un grupo de dudosa procedencia de los estados árabes, algo sobre las utilidades del petróleo y cosas de ese estilo. Cuando los altos mandos se dieron cuenta de que estaba averiguando, me mandaron a llamar y me “advirtieron” de que mantuviera alejada de lo que no me correspondía, tuve que acatar. Pueden llegar a ser aterradores si le llevas la contra, demasiado… -su rostro palideció.
Laura estaba como en estado de shock, no se imaginaba Daniel haciendo cosas truculentas, bueno, no más de las que ya hacía. Se quedaron en silencio algunos minutos.
-¿En qué mas quieres que te ayude? –preguntó Laura para romper la tensión.
-Solo mantente a salvo, no le digas nada, pero nada a Daniel y… dale las gracias a Eduardo… –Estheffi titubeó.
-¿Qué? –Laura levantó una ceja. -¡No! es que ese tipo me cae como… -Estheffi la miró suplicante. -Bueno ya, ya, haré un esfuerzo… -Laura no soportaba las caras de pena de otras personas. -Pero apuesto a que tu renuncia va más allá de que no te guste la organización, no se porqué, pero creo que mientras más te alejas de la S.S.J., más te acercas a Eduardo.
-Pues… -Estheffi miró hacia el cielo. -Siempre hay algo bueno cuando abandonas algo malo –rió burlona –ah... y dile a tu amiga que ojala también se mantenga al margen, manténganse las dos lo más alejadas posibles, hasta que reclute nueva información más tranquilizadora, pero no lo creo….
-Mm, pero eso se me va a hacer muy difícil, ¡ese tipo es de lo más! – Cálmate, cálmate -En todo caso no creo que sólo te importe la seguridad de mi amiga. Es más, a ti te conviene mantenerla lo más lejos posible…
-¿Y tú qué crees? –le preguntó divertida.



Matías llegó a le media hora después a casa de Daniel, luego de que belén se fuera.
-¡Hombre! Menos mal que estás listo, pensaba que te iba a tener que esperar a que te vistieras y todo…
-Matías ¿podrías no hablar tanto? Cada vez me duele más la cabeza cuando vienes…
-Qué humor… -Matías se volvió serio. -En todo caso, no vine a hacer vida social, es urgente que encontremos a Estheffi…
-Sí, ya sé, pero no se me ocurren lugares en donde se puede encontrar…
-Pero se nos van a tener que ocurrir y rápido, el jefe está que se tira los pelos de la cabeza, la quiere y lo más rápido posible. Tú sabes porqué.
-Sí – Daniel se quedó pensativo – en todo caso aunque no lo parezca, ella tiene mucho tacto, no cuenta cosas y las lanza a los cuatro vientos… menos iría a la compañía contraria.
-No estoy tan seguro. Esa niñita es muy amiga del tal Eduardo, no me gusta eso, no se nos viene bien.
-A nadie se nos viene bien, a nadie… -Daniel apretó fuertemente la mano contra su pierna.
-Oye, pero… -Matías miró a Daniel maliciosamente –tú amiguita es bastante cercana a Estheffi, de más que ella sabe donde podría estar.
Daniel lo miró con odio.
-No la involucres, ella nunca debería haber sabido nada.
-Yo decía no más. Aunque si el jefe se entera de que tienes ese tipo de contactos… no sé, estarías traicionándonos ¿no?
Daniel agarró a Matías del cuello de la camisa.
-Tú te vas a quedar callado, no te conviene hablar, ya sabes que conozco unas cuantas tuyas y de nuestra división… -Matías sonrió nervioso.
-Eh, claro, si yo hablaba solamente…
Daniel lo soltó. Matías se arregló el cuello y miró la hora.
-Deberíamos irnos, ya se nos hace tarde –Matías abrió la puerta de la calle.
-Creo que yo no voy –Daniel estaba sentado en el sillón.
-¿Cómo que no? Están no son mis órdenes, son del jefe, y a él no le gustan…
-Sé lo que no le gusta Matías.
-Pero…
-Estoy seguro de que hoy voy a ser necesario en otro lado. No te preocupes, yo hablo con el jefe.
Matías lo miró con los ojos entrecerrados. Conocía a ese chico, y sabía que lo que estuviera planeando debía ser grande.
-Te ayudo.
-No hace falta Matías, entre menos sean, mejor.
Matías asintió con desánimo y con la cabeza gacha pero sin dejar de notar de Daniel estaba más excitado que antes salió.
Daniel entonces tomó su móvil y marcó un número.
-¿La tienen vigilada? –Esperó con paciencia a que la persona que le hablaba por la otra línea le respondiera, asintió –excelente, por hoy eso es todo. Esperen más instrucciones.