La habitación era muy amplia. De paredes de tapiz color canela y los mubles de pino Oregón la hacían ver muy elegante. Avanzó temerosa de que una red le cayera de pronto en la cabeza. Hacia la derecha la habitación daba paso al living que constaba de dos sillones enormes, de cuero negro. En el centro había una mesilla de vidrio y sobre ella muchas velas. Se quedó en el umbral del living incapaz de avanzar más.
Matías en cambio, se movía de un lado para otro, ordenando papeles que había en los sillones, recogiendo una polera que yacía en el piso tirada desde no sé cuando, entrando y saliendo de una habitación que estaba a la izquierda de donde ella se encontraba.
-Siéntate –le ordenó al pasar junto a ella y viéndola que estaba estática en el quicio del living.
-Estoy bien así.
-Te vas a cansar de tanto estar parada.
-No pienso quedarme más de lo necesario, que supongo no será mucho, por lo tanto así me quedaré.
Matías se detuvo justo antes de volver a entrar en la habitación por donde ya había pasado millones de veces y le sonrió.
-No te vas a ir. Bueno, no todavía.
-¿Qué quieres decir con eso de “no todavía”?
-Por ahora lo único que voy a decirte es que no vas a volver a tu casa en un buen rato más.
-¿Qué? –gimió apenas.
Oh no, esto no eran buenas noticias, si no llegaba a su casa en las próximas dos horas su padre era capaz de degollarla y rostizarla. Se le formó un nudo en el estómago
–No me puedo quedar –le dijo.
-No te preocupes, con una llamada a tu casa todo saldrá bien.
-No los voy a llamar para decirles que un loco fanático me secuestró. Olvídalo.
-Bueno, pero no creo que quieras involucrar a tu familia, ¿o sí?
-Serás… -masculló con los dientes apretados.
-Si no llamas se preocuparán, por lo que llamarán a la policía y bueno, para serte sincero, me carga la policía, y puede que ellos sufran las consecuencias, no sé nada yo.
-¿Cómo puedes ser así? –inquirió acercándose a él-. No sé por qué mugre estoy aquí, más encima tengo que venir a este lugar y ahora me sales con la estupidez de que no sabes por cuanto tiempo y que tengo que llamar a mi familia. Estás demente.
-Cuidadito, ragazza. Aquí las cosas se hacen como yo las diga, y al que no le gusta mala cueva dijo el conejo y se cambió de hoyo.
Laura estaba a centímetros de él. Podía percibir su perfume, su respiración y su aliento en la cara. Subió la mirada y notó que él estaba serio. Como no lo había visto nunca. Se mordió la lengua antes de decir cualquier cosa y bajó los brazos rendida.
-Dime donde está el teléfono –pidió en un murmullo.
-Así me gusta mia donna.
Matías le señaló un mueble de madera bordeo que estaba al lado de uno de los sillones y hacia allí se dirigió Laura.
Cuando terminó de hablar, dejando sus padres tranquilos diciéndoles que se iba a quedar en casa de su amiga Fabi hasta el otro día, miró a Matías que se había sentado a su lado lanzándole una mirada cargada de veneno.
-Ahora vamos a lo nuestro –le dijo él sonriendo otra vez.
-Eduardo para… -pidió Ale mientras él la seguía besando. Rozando su cuello, sus orejas, sus ojos, sus hombros, sus brazos, sus manos… -Ya es suficiente…
-Nunca es suficiente si se trata de ti…
Ale puso los ojos en blanco y trató de concentrarse en el hecho de estar en el sofá de Eduardo, es su casa, solos, de noche y sin poder controlar lo que sea que él estuviera tratando de hacer. Le tomó la cara entre sus manos y lo obligó a mirarla.
-¿Qué pretendes hacer?
A Eduardo le descolocó la pregunta y frunció el cejo.
-No sé… ¿qué pretendes tú?
Ale suspiró con fuerza y se enderezó. Se arregló el pelo y se bajó la polera que se le había ido subiendo de a poco.
-No pretendo nada. Es más, no quiero pretender nada.
Eduardo entrecerró los ojos captando la indirecta y también se enderezó a su lado.
-Como quieras.
Se levantó y fue al baño. Ale entonces pudo pensar tranquilamente.
Ahora todo se veía borroso, a demás que no estaba en condiciones de especular ni de ordenar ideas en su cabeza. Respiraba agitadamente y el corazón le latía a mil por horas. Rechazar a Eduardo había requerido de toda su fuerza, concentración y voluntad, por lo que ahora estaba agotada. Pero tenía que hacerlo. Cómo si no, llevaban un día y nada de pololeo y él ya se quería ir por las ramas. No me arrepentiré, no, no lo haré…
Suspiró decepcionada.
Lo estaba haciendo, se estaba arrepintiendo de lo que había hecho y tenía miedo de que él se hubiera enojado. Pero una sabia vocecita le decía que si para eso él la quería, entonces no valía la pena. Se pasó las manos por la cara y cerró los ojos. Tenía sueño, los parpados le pesaban y si no hubiera sido por el pequeño incidente de recién ya estaría durmiendo a pata suelta en el sofá. Miró su pequeño reloj de pulsera y se sorprendió al notar que ni siquiera era media noche, con suerte las 10:30 pm. Descansó su cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos nuevamente. Sintió unas manos mojadas que le acariciaban la mejilla y no pudo reprimir una sonrisa.
-¿Tienes sueño? –le susurró Eduardo al oído. Se estremeció.
-Mm, un poco.
-Pues vamos a hacer tuto.
Abrió los ojos de golpe y lo miró horrorizada. Ahí estaba su nuevo pololo con una sonrisa de galán de cine que la miraba con ternura mientras seguía rozando su pulgar contra su mejilla. Oh, que por favor esto no sea un sueño y él de verdad exista… se dijo. Pero era real. Eduardo la quería a ella y ahora la invitaba a dormir con él. Claro que sin el mal concepto de la palabra.
-Pero tú no… -alcanzó a decir antes de que él le pusiera el dedo índice en los labios.
-¡Shsstt! Yo sólo voy a estar donde tú quieras que esté. Perdón por lo de recién, es que no me pude contener.
-No, Eduardo, está bien, yo comprendo… -dijo Ale sin poder ocultar lo roja que se ponía –entiendo lo que pasó, ni yo misma sé como pude dominarme –añadió y bajó la cara. Eduardo se acercó a ella y le tomó por la barbilla.
-Es la atracción, querida.
Y al ver cómo él se tomaba todo, se puso a reír. Una risa bastante histérica, hay que decir, pero risa al fin y al cabo, y él la imitó. Ale entonces secándose las lágrimas de la risa, le tomó la mano.
-Te quiero mucho –le dijo.
-Y yo a ti.
Eduardo la quedó mirando, pero esta vez fue ella quien se le acercó y lo besó.
-No me provoques –le advirtió. Ale se alejó un poco, pero no lo suficiente para calmar las pasiones.
-Pues no lo hago, es un simple beso –Ale le sonrió inocente.-Y… bueno, ¿dónde voy a dormir?
-Corrección, querida, donde vamos a dormir.
-¿Ah? –Ale le soltó la mano ipso facto y Eduardo ahogó una risa.
-Ale, no va a pasar nada que tú no quieras que pase, pero no voy a dejar que duermas sola, no después de lo de hoy, a demás no soportaría estar lejos de ti durante toda la noche.
-Eduardo… -le reprochó ella.
-Ale basta, ya dije.
Ale hizo un mohín y cruzó sus brazos por su pecho.
-Como tú digas. –masculló poco convencida.
Eduardo entonces se levantó y le tendió la mano. Ale subió las cejas y lo pensó nuevamente, pero suspiró. Estaba condenada a lo que él le dijera, no entendía cómo había sucedido esto, pero ya no había vuelta atrás, lo que él decía le parecía una orden sin reproche, algo que no podía refutar. Aspiró con fuerza armándose de valor para lo que pudiera pasar detrás de esas puertas y lo siguió.
Eduardo le abrió la puerta de entrada y cuando ella hubo pasado prendió las luces.
Se quedó estático. La pieza era un desorden, cientos de hojas estaban tiradas en el piso y la cama llena de cajones y carpetas. Notó que Ale se encogía y retrocedía, pero él la detuvo poniendo una mano en su espalda.
-¿Qué fue lo que hiciste? –le preguntó por detrás al oído. Ale se estremeció y cruzó los dedos.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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