martes, abril 07, 2009

Capítulo IV. Parte 4

-¿A quién llamas tanto? –Preguntó Eduardo mientras conducía por la carretera en dirección hacia el sector sur de la ciudad.
- A nadie, -mintió Ale -sólo estoy viendo que tengo muchos mensajes en mi buzón de voz, no es bueno dejarlos allí, podría haber algo importante.
-Ah…. Claro, me doy cuenta – respondió él irónicamente.
-De verdad, ¿mira quieres escucharlos? –lo incitó Ale, esperando una respuesta negativa, porque de lo contrario Eduardo se daría cuenta de la mentira, si es que ya no lo había hecho. No quería que se diera cuenta de que llamaba sólo para disminuir su nerviosismo, necesitaba hacer algo con las manos, no se quedaban quietas.
-No gracias, -le dijo él amablemente. -No puedo conducir y sostener un teléfono a la vez, podría chocar –rió.
-Cierto, los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez –Él le hizo una mueca de disgusto. – ¿A dónde es que vamos? –preguntó Ale luego.
-¿Podrías partir por ponerte el cinturón de seguridad no crees? –le espetó él.
-¡Oops! Se me había olvidado –Eso era mentira. Ale no sabía como ponérselo, siempre tenía el mismo problema. Le daba vergüenza dar la hora tratando de encontrar la huincha y enchufarla en el asiento –pero creo que no es necesaria, estoy acostumbrada a andar así. –Trató de excusarse.
-No es bueno, -la reprendió Eduardo. -Yo podría chocar, y tú saldrías volando por el parabrisas en dirección al cemento y lo peor de todo es que darías vueltas por el piso, porque a la velocidad que voy no quedarías tan ilesa –y le volvió a insistir con la mirada.
Pero ¿cómo le explicaba que le costaba ponerse un simple cinturón?, ahí si que quedaría de doble tonta.
De repente, en una milésima de segundo, Eduardo ya había tomado la huincha del cinturón y se la había puesto, asegurándola fuertemente en el asiento.
-Listo, ahora si.
-Ahora si ¿para qué? –por toda respuesta la boca de Eduardo se transformó en una sonrisa juguetona.
En ese momento la rapidez del auto comenzó a aumentar, habían superado fácilmente la velocidad permitida, y la música de la radio iba acorde totalmente con la situación, algo totalmente extraño.
-¿Oye que te pasa?,-inquirió Ale muy asustada. -¡Vamos muy rápido!
-¡Jaja! Si, es normal, la carretera a esta hora está vacía, nadie me tomará un parte y además ¿quieres llegar temprano a tu próxima clase o no?
Parecía que la velocidad cada vez iba más en aumento, al pasar sobre los lomos de toro era como si volaran por encima de ellos, algo totalmente loco e impresionante. Si en ese momento chocaban ni siquiera se iba a dar cuenta, apenas podía respirar, y mas encima estaba la ventana abierta y la brisa del mar golpeaba muy fuerte su cara. Sin embargo algo más sorprendente estaba ocurriendo, llegó un minuto en que verdaderamente estaba disfrutando del “paseo”, la brisa del mar ya no le molestaba y la velocidad le parecía cada vez más alucinante, era como si la adrenalina fluyera libremente por todo su cuerpo.
En ese momento el techo del auto comenzó a bajar, Ale no podía creer lo que estaba viendo, era un auto DESCAPOTABLE. Ni en sus sueños hubiese pensado poder subirse en uno de esos, y ni siquiera se había dado cuenta de que ése era uno de ellos. A medida que bajaba el techo, el viento comenzaba a obstruir mucho más la vista, pero no importaba, la sensación era realmente impresionante. Eduardo le dio el máximo de volumen a un tema de Coldplay, se llamaba Low, era justamente el tema que a Marisol le encantaba, entonces ahora, sumando la velocidad del coche, junto con la música, sí que era genial.
Hubo un instante en el que se dio cuenta que iba con los brazos al viento, levantados, como en símbolo de victoria, algo totalmente ridículo, que lo hubiese evitado si se hubiese dado cuenta a tiempo, pero era tarde, la posición de los brazos le daba una sensación como de estar volando y el viento entraba libremente por donde fuese. El mar desde esa velocidad se veía como una débil línea en el horizonte y apenas lograba diferenciarlo de la arena. Se hubiese puesto hasta a cantar la canción que sonaba, pero su lucidez sí daba para darse cuenta de que eso ya sería totalmente estúpido y vergonzoso, así que logró evitarlo, se conformaba con disfrutar del viento.
Eduardo la miraba como si fuese una niña en el parque de diversiones, en la montaña rusa. Ale se dio cuenta, así que trato de disminuir su conducta, no creía correcto expresarse de esa manera ante un “extraño” del que apenas sabía el nombre y que la llevaba por un rumbo totalmente desconocido. De repente la ruta dio un giro, parecían que iban de vuelta.
Y así fue, en menos de dos minutos ya estaban de vuelta en la universidad, en el mismo estacionamiento del que partieron.
-Entonces ¿cuál era la idea? –le preguntó Ale, con un tono de curiosidad. Parecía extraño que el paseo fuera solo para gastar gasolina, sólo para volar en la carretera.
-¿No te gustó?, -le preguntó él a su vez, notoriamente sorprendido. –Yo vi todo lo contrario
-O sea, igual, estuvo genial. –admitió ella. -Desde ahora me gusta la velocidad, de veras –Eduardo se rió.
-Que bueno, eso también me gusta a mí.
Ale no sabía qué responder, la velocidad le había revuelto las neuronas y ya ni siquiera pensaba bien.
-Te voy a invitar de nuevo, pero esta vez va a ser mejor.
-¿Cómo?
-¿Te gustan las motos también o no? –esa pregunta le dejó perpleja y atontada.
-¡O sea, me encantan! –bueno, en realidad antes no le gustaban. Pero de un tiempo a esta parte, las motos le parecían fascinantes.
-Ok, yo te aviso. –Le prometió Eduardo.
-Bueno. -dijo Ale asintiendo. -Me tengo que ir, gracias. ¡Adiós!
-Adiós -le respondió Eduardo con un gesto en la mano de esos parecidos a los que hacen los pilotos. – Parece que ya no me pareces tan ácida – le dijo antes de que ella se diera media vuelta y se alejara.
-Ni tú tan pesado. –Reconoció Ale.
-Pero sabes… deberías peinarte… -comentó él.
-¡Já! – Ale lo miró con cara de “te mataría si no fueras más grande que yo”. Y comenzó a alejarse.
-¡Hey! –la llamó Eduardo. -¡Me faltó hacerte una pregunta!

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