Al parecer las cosas si que andan algo extrañas, pensó Ale. No era normal lo que estaba sucediendo en ese momento. Daniel parecía una persona totalmente extraña, no aquel chico de enseñanza media con apariencia despreocupada y rústica; ahora se veía más grande, incluso si no hubiese sido por las luces que alumbraron aquella oscuridad costera, él con su chaqueta negra sí que parecería un chico malo. De tan solo darse cuenta de esto Ale comenzó a reírse, pero por dentro. Había un ambiente tenso, la atmósfera estaba pesada y no era justamente por la neblina que comenzaba a hacerse ver.
-¿Nos vamos? –preguntó Eduardo a Ale, tomando ambos cascos. –Ya es tarde.
-Pero… -Ale miraba de un lado a otro. -¿Laura qué onda? –quiso saber Ale. Por toda respuesta Laura se echó a reír.
-Mapa, no tengo idea, este animal de Daniel que…
-Laura –la llamó Daniel con la mano –ando algo apurado –señaló el reloj que tenía en la muñeca.
-¿A si que ahora andas apurado?, ¿a caso tú crees que ando a la pinta tuya? Yo no te llamé para que me fueras a buscar, si fuera por mí ahora estaría calentita en mi camita, pero no, tú siempre…
-Estarías más abrigadita en tu camita si no hablaras tanto, ven, vamos –la interrumpió con tono grave.
Ninguna de las dos entendían bien lo que ocurría, parecía que ambos tipos se comportaban de una manera extraña. Y Eduardo no le quitaba los ojos de encima a Daniel, su mirada era algo extraña, parecía que se conocían de algún lado.
-¿Se conocen? – preguntó Ale.
-No - respondió seriamente Eduardo – vamos –y la tomó del brazo en dirección a la moto.
-¡Laura! –Gritó Ale casi a unos metros –después me cuentas que onda, ahora como que ando media volada.
-Ya... Y me cuentas tú también, porque no entiendo nada.
Ambas se despidieron con un gesto de manos.
-¿Porque me llevas así? –inquirió molesta Ale. La actitud de Eduardo no tenía ni pies ni cabeza.
-Es tarde, -le explicó él colocándole el casco. –Mañana tienes clases, yo igual y como veo creo que te vas a resfriar, además creo que Laura quería estar algo “a solas” con ese tipo. No podemos tocar el violín (frase que hace referencia a la persona que molesta cuando hay una pareja), nunca me ha gustado hacer eso –y la miró con una sonrisa.
-Yo siempre lo hago –le dijo Ale sin mirarlo.
Se acordaba cuando sus amigas estaban con sus novios y ella, allí al lado. En realidad no le gustaba mucho hacer eso, pero no le quedaba de otra, las dos amigas con que se juntaba tenían novio, y como siempre se venía con ellas del colegio y se iba también con ellas, se tenía que acostumbrar a ser la tercera siempre en la vereda. No le gustaba andar sola. Bueno solo en ese entonces. Aunque la parte buena era enterarse de todos los conflictos amorosos y las posibles discusiones que tenían, lo que era entretenido, incluso las encontraba algo cursi.
-No deberías hacerlo –la regañó Eduardo dulcemente. –Imagínate si a ti te interrumpieran siempre, de seguro que terminarías odiando a esa amiga por no darte privacidad.
–Mm…no creo, no tengo a nadie con quien estar, soy sola, en realidad siempre he sido sola.
Ale hablaba hacia el suelo. Eduardo frunció el cejo.
–Pues quizás estas algo equivocada, ¿Por qué crees eso?
–Porque…. –no encontraba las palabras para explicarlo correctamente. – Porque no sirvo –dijo al fin.
Eduardo la miró con una cara de pocos amigos
–O sea, no es que no sirva, -trató de explicar rápidamente. –Lo que pasa es que me encuentro algo diferente a las demás, no tengo esa vibra o como se llame para atraer a la gente, bueno al menos al polo opuesto, soy lo mas fría que puedes imaginar y los hombres no encontrarían en mi a esa chica que parece modelo, en realidad lo que quiero decir, es que soy algo anormal, dentro de lo normal por supuesto, la mayoría de los hombres como que buscan lo contrario a mi. Y yo no voy a salir en busca de nadie.
Eduardo la quedó mirando, como preparando una refutación a su comentario, o quizás para apoyar su idea.
-¿Sabes lo que pienso? –preguntó Eduardo tomándola de la cintura para acomodarla en el asiento de la moto.
-¿Qué cosa?
-Creo que no te quieres, buscas cualquier argumento que encuentres para engañarte a ti misma.
La pequeña oración de Eduardo la irritó, se hubiera bajado de la moto de no ser por el frío y porque ya estaba casi por partir. Sin embargo lo intentó.
-Me bajo –le dijo.
-¿Qué?
-Que me bajo, no tengo ganas de discutir contigo
-¿Y quien está discutiendo?
Era cierto, ¿Quién estaba discutiendo? De nuevo había inventado un argumento para evitar la situación. Y aunque trató de bajarse, Eduardo no le dio tiempo. Arrancó la moto. Él sabía que Ale no era lo suficientemente valiente para tirarse a la vereda, en realidad nadie con algo de cordura lo haría.
-¿Por qué arrancas? –le gritó ella para que pudiera escuchar, el viento se había vuelto algo molesto.
-Por que todavía no quiero que mueras, -le explicó. –Si te hubieses bajado de seguro que alguien te asalta, y qué otras cosas más. Este sector no es nada seguro.
-¿Entonces para qué me traes aquí?
-Averígualo tú, no puedo siempre decirte todo. –Le respondió él ya un poco molesto.
-¿Igual como tengo que averiguar el porque tu apareciste justo cuando me perseguían esos tipos? –siguió preguntando.
-Mejor te concentras en la prueba de mañana –le dijo acelerando como si así a Ale no le quedara otra que quedarse callada.
-Ya es tarde, -susurró ella. –Me lo hubieras dicho antes.
La moto siguió su curso. Cuando ya estaban por llegar a la avenida donde quedaba su casa Ale pidió que la dejara una cuadra más abajo. No se vería bien que la vieran llegar en una moto, no tenía ganas de dar explicaciones. Se sacó el casco y se lo pasó. Antes que nada, Ale quería saber algo más.
-¿Por qué reaccionaste así cuando viste a Daniel? –la pregunta era un intento vano de recibir alguna respuesta satisfactoria.
-Reaccione igual que siempre –le contestó él quitándole algunas pelusas del pelo de ella, el casco no estaba muy limpio.
-No me convence, -Ale lo miró entre enojada y cansada. -Mejor me voy, tengo sueño.
-¿Estás enojada?
-¿Por qué habría de estarlo? –inquirió ella irónicamente.
-Así me gusta –se alegró él sin notar que ella no estaba para nada contenta.
Se despidió con un beso en la mejilla y antes de que ella comenzara a caminar hacia su casa le susurró:
–En realidad sólo necesitas confiar algo más en ti, no trates de engañarte. Nos vemos mañana.
Su moto arrancó rápidamente en la dirección contraria. Ale se quedó de pie viendo como se alejaba. Lo único que le hacía creer que eso había pasado era el olor a su perfume que aun se respiraba en el aire.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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