-¿Qué fue lo que hiciste? –le preguntó por detrás al oído. Ale se estremeció y cruzó los dedos.
-Eh… había venido a dejar tu cartera –y apuntó a un pequeño lugar en donde la cartera estaba tirada –y… bueno, vi tus fotos y luego miré dentro de tu cartera para comprobar si te parecías al de las fotos y… me di cuenta de los carnés y…
-¿Por qué lo hiciste? –Eduardo se colocó frente a ella y la obligó a mirarlo. Ale se pasó la lengua por los labios.
-No sé –admitió.
Eduardo la quedó mirando un momento con un semblante lleno de concentración. Ale sudaba la gota gorda mientras pedía a gritos que Eduardo no se enojara tanto. Había olvidado el incidente con todo lo que había pasado en el sofá y ver la habitación la había descolocado. Se mordió el labio inferior sin dejar de recibir esa mirada cargada de requisa. Si Eduardo se había enojado –y estaría en todo su derecho al hacerlo –ella estaría condenada a dormir en el sofá y… ¡Hey! Esa no era una mala idea, después de todo dormir separados les vendría bien a los dos. Por lo menos esa idea la reconfortaba y con cautela esperó a ver qué había resuelto él.
-Veo que eres toda una curiosa… -Ale lo miró extrañada. El tono empleado por él no era de enfado, si no más bien, de diversión.
-¿Eh?
-Verás, de todos modos ibas a saber la verdad hoy, así que hayas invadido mi espacio personal no me enoja mucho. Lo que sí me enfada es que hayas sacado conclusiones propias y no esperaras a que te diera una explicación.
-Yo… -trató de decir Ale quien no salía de su asombro. Había esperado que le dijera que era toda una entrometida, que no tenía porqué meterse en donde no la llamaban y hubiera esperado que la echara de su casa, pero él, siempre tan caballero, siempre haciendo cosas que sólo las haría un príncipe, tan perfecto y ella, dudando como siempre de todo. Eduardo le levantó la cara con la mano en su barbilla y se acercó tanto a Ale que ella podía sentir el rosa de sus labios sobre los suyos.
-No digas nada. De ahora en adelante las cosas tan claras como siempre debieron ser. ¿Te parece?
Ale lo miró y asintió. Él la besó.
-Ahora, ¿me ayudas a ordenar?
Se pusieron a la tarea de ordenar el desastre que Ale había dejado. Papeles iban y venían, y Eduardo sabía de qué era cada uno de ellos. Tanta información y yo apenas con los problemas de cálculo… se lamentó. Pero más aún, ella estaba atónita al notar que Eduardo ni siquiera la había regañado, nada. Algo tenía que él haber pensado para que eso pasara, y tenía que preguntárselo. Pero no ahora, a lo mejor mañana. Es que no quería que él se acordara, capaz que ahora sí se enojara y cambiara su modo de ver las cosas.
Cuando terminaron de ordenar los papeles y demás cosas Ale se puso nerviosa de repente. Ahora era el momento de la verdad, ¿trataría él de hacer algo? O bien, ¿se conformaría con dormir junto a ella y así pasar la noche? La miles de preguntas que tenía en la cabeza se confundieron más cuando Eduardo le ofreció su mano. Ale en vez de estirar la suya, retrocedió. Eduardo frunció el cejo.
-¿Qué? ¿Ya tienes miedo otra vez?
-No, pero ya te dije yo….
-Te iba a llevar al balcón, tonta.
Ale sonrió, Eduardo se acercó a ella y la llevó de la mano hacia la ventana a la izquierda de la habitación. Ale abrió la boca cuando vio el cielo despejado, y el mar con el reflejo de la luna a sus pies.
-Es hermoso –exclamó.
-No tanto como tú –le dijo él.
Ale se encogió y se puso roja.
-No digas tonteras –le dijo con esa risa histérica que tenía.
-No estoy mintiendo, es lo que pienso.
Ale se volvió a mirarlo y casi le da un retortijón en el estómago al notar que él estaba serio, como una estatua.
-Tú… ¿tú me encuentras linda?
-Por supuesto.
-Ah, bueno, yo también te encuentro lindo –por no decir bello, perfecto, maravilloso…
Eduardo le pasó el brazo alrededor de la cintura y la apretó hacia sí.
-Te amo. –le susurró al oído.
Ale contuvo la respiración, pero antes de que pudiera responder algo, él la envolvió con sus brazos y la besó a la luz de la luna.
Yo también te amo… pensó ya lejos, Eduardo era lo único lindo en esos momentos en que redes de tráfico y peligros sangrientos la rodeaban. A su lado podía esperar de todo y aguantarlo todo. Lo quería solo a él, y a nadie más.
Cuando Estheffi abrió los ojos y se vio en una habitación iluminada apenas por una pequeña ventana a su derecha, con el piso de cemento cubierto de cera roja y sobre una cama tan baja que podía tocar el suelo sin necesidad siquiera de bajar el brazo, supo que no estaba en su casa. Bueno, eso era más que obvio, ya que si lo pensamos ella estaba escapando de una asociación que se encargaba de utilizar adolescentes para cumplir su cometido y, en el caso de que los adolescentes como ella, se escaparan, deshacerse de lo que no servía. Se cubrió la cara con las mantas y replegó sus pies hasta quedar en forma de feto.
Le hubiera gustado nunca haberse metido en una asociación como esa, bueno, en realidad, no meterse en ninguna asociación. Continuar con su vida de adolescente, vivir tranquilamente con su hermana y padres en León, España y tener un amor normal. Porque aunque todavía quisiera a Eduardo, tenía que admitir que lo de ellos había sido algo muy espeluznante. No malo, pero sí espeluznante.
Lo había conocido por casualidad cuando ella, recién ingresada a la S.S.J. había sido llamada por la misma para cuidar la retaguardia en una misión. Para ella fue amor a primera vista, claro que sin siquiera saber que él era el objetivo de la misión. Sintió remordimiento cuando se alegró de que la misión fracasara y se calló cuando notó como él escapaba. Lo había seguido, aunque dijo que sólo quería patrullar los alrededores por si lo encontraba, lo que en parte era cierto, aunque no estaba dispuesta a delatarlo.
Le había visto con un gorro en la cabeza, sentado frente a la gran catedral de León, que yacía ahí desde el siglo X. Se acercó sigilosa y le habló de quien era, de qué hacía allí y de que no lo iba a delatar. Eduardo la había mirado con desconfianza, pero a partir de eso ella siempre le había avisado de las misiones que habían sido planeadas en su contra y por esa razón Eduardo la llegó a considerar una amiga.
Su relación había comenzado cuando luego de un operativo ellos habían escapado juntos. Se quedaron toda una noche solos, caminado por las calles de Barcelona, mientras ella, que lo había ido queriendo cada día más, lo miraba sin dar crédito a sus ojos de que tal maravilla podía existir. Se le había declarado bajo la luz del alba y él le había correspondido. No había estado más contenta.
Lástima. Podían haber sido felices, si no fuera por que él siempre iba a ser el enemigo jurado de la S.S.J. y aunque no lo quisieran les era imposible estar juntos. Todo había acabado como había empezado y Estheffi suponía que era la única que había sufrido. No podía saberlo, en realidad, por que Eduardo había vuelto a Chile apenas hubieron cortado la relación.
-¡Ah! -exclamó cuando se estiró por toda la cama. Iría por una ducha en este instante.
Se levantó y abrió su maleta en busca de la toalla para secarse. Esperaba que por lo menos el tipo este, Osvaldo, tuviera una bañera. Pero viendo en las condiciones que estaba lo dudó. En fin, la higiene era lo primero, en un jacuzzi o en un río. Escogió las prendas que utilizaría, la ropa interior y las enredó en la toalla, por si él la veía. Miró el reloj.
Las 9:17 AM. Temprano, podía preparar un desayuno decente antes de que Osvaldo se levantara y así por lo menos agradecerle el gesto de tenerla en su casa. Abrió la puerta con cautela, pues no quería despertar a nadie y se fue en cuclillas al baño que quedaba dos puertas más a la derecha que la suya.
La puerta se abrió de golpe.
-¡Jo...! -dijo ella estampándose contra la pared.
Ahí estaba Osvaldo, con la toalla envuelta en su cintura y secándose el pelo. Le sonrió al verla así de sorprendida.
-Buenos días -la saludó.
-¿Podrías por lo menos esperar a que me recupere? -le pidió ella con la mano en el pecho y con la otra apretando muy bien la toalla.
-Disculpa, no sabía que estabas ahí.
-Si ya me he dado cuenta.
-Pues bueno, puedes ocuparlo ahora.
-Gracias -dijo arrastrando las palabras. Aunque estaba más sorprendida de como su corazón había saltado al verlo ahí, medio desnudo, al hecho de que la hubiera asustado con su imponente porte.
Pasó a su lado, y sintió el fresco aroma de la piel perfumada con jabón de lavanda, se volvió a mirarlo esperando que él no se diera cuenta, pero he aquí que él estaba mirándola fijamente.
-¿Qué pasa? -le preguntó ella sintiendo como sus mejillas se sonrojaban.
-Nada, -Osvaldo levantó los hombros pasando de largo el hecho de que ella estuviera colorada, debe ser que está recién despierta, se dijo- el desayuno estará listo para cuando termines, a menos que te demores, claro.
-No te preocupes, tío, soy una bala -y dicho esto se encerró en el baño.
Ahí, se apoyó en la puerta, cerrándola con pestillo y dándose media vuelta se miró al espejo.
-No más, por favor. -le suplicó a su reflejo.
Cuando se hubo dado la ducha –no había bañera ni por si acaso- y se hubo vestido, salió al pasillo y el aroma de huevos revueltos le golpeó en la cara. El estómago le pasó cuentas y se dio cuenta de que estaba hambrienta. Pero antes de pasar al comedor, se dirigió rápido hacia su pieza.
-¡Woo! –Exclamó al ver a Osvaldo en ella -¡¿Qué coño haces aquí?!
Osvaldo cerró la puerta de golpe dejándolos encerrados y la tomó del brazo sentándola en la cama.
-¡Jope! ¡Qué chungo me has salido! ¿Qué diantres te pasa? –Estheffi trató de levantarse pero Osvaldo la miraba taladrándola con los ojos.
-Esto me pasa –y le mostró el revólver que yacía colgado del índice de su mano izquierda. Estheffi frunció el cejo.
-¿Y qué tiene que ver el revólver?
-Aquí no quiero armas, ¿me escuchaste?
-Jo… pero ¿cómo supones que me defienda cuando vengas a por mí?
-Bueno… -Osvaldo se enderezó y a Estheffi le pareció que media casi un kilómetro –para eso Laura te dejó aquí, creo que esperaba que yo te protegiera.
Estheffi soltó una risotada.
-¿Tú? –Osvaldo entrecerró los ojos –tú no puedes protegerme, eres apenas un crío.
-¿Y tú que se supone que eres entonces?
-Pero yo tengo la experiencia, tú no.
-Mira cabrita –Osvaldo se agachó hasta quedar frente a ella.- No te va a pasar nada mientras estés conmigo, Laura me dejó esta responsabilidad, mínimo hacerme cargo.
Estheffi abrió la boca, pero antes de que dijera nada Osvaldo se levantó y fue hacia la puerta.
-Te espero en el comedor. Vamos a tomar desayuno y luego vamos a ir a la universidad, que hoy me toca delta. ¡Ya! Quita esa cara de loca y apúrate.
Estheffi lo vio salir de la habitación aún con el revólver en la mano. ¿Loca? ¿Yo?... pensó. ¿Qué le estaba pasando? Nunca en su vida había sido tratada así, ni su madre lo había hecho. Qué se creerá este gamberro, me las va a pagar, él estará como regadera, lo que es yo, estoy bien cuerda. Y con este pensamiento se levantó de la cama y salió al comedor.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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