-¿Qué te pasa? –le espetó un poco enojada ya que los últimos minutos sólo se había quejado.
-Nada, es que…
-¿Qué?
-¿No será peligroso involucrar a alguien ajeno? –Laura la miró y sonrió.
-Créeme, este animal de ajeno no tiene nada.
La puerta se abrió y apareció Rodrigo, el hermano de Osvaldo.
-¡Hola! –saludó Laura. Rodrigo la miró extrañado.
-Hola –saludó confuso.
-Oye, ¿está tu hermano? –Rodrigo asintió y entró a buscarlo.
-¿No nos va a hacer pasar? –preguntó Estheffi con tono ofendido.
-No, todavía. –Laura entonces advirtió la forma de la sombra de su amigo. Al segundo Osvaldo la miraba con sorpresa que más parecía susto.
-¿Laura? –preguntó.
-Obvio animal.
-¿Y qué haces acá? ¿Se te olvidó preguntarme algo cuando nos juntamos?
-¿No nos vas a hacer pasar? –inquirió Estheffi adelantándose hasta quedar frente a él. Laura notó que de pronto Osvaldo se enderezaba y la miraba con escrutinio.
-Claro, -dijo desconfiado –pasen.
Laura se dio cuenta de que su amigo actuaba extraño, y no se debía todo a su repentina aparición con Estheffi, sino de algo que le había pasado antes. Pero creyó conveniente conversarlo con él más tarde, cuando Estheffi no estuviera escuchando, y no era que no le tuviera confianza, pero conocía a su amigo, y él no decía las cosas que le pasaban tan fácilmente, así que se concentró en encontrar las palabras correctas para poder pedirle a Osvaldo si podía albergar a Estheffi por un tiempo.
Ale iba casi tiesa en el auto cuando Eduardo dobló una esquina por la calle 14 de Febrero en el centro de la ciudad. Había llamado a su mamá para pedirle el falso permiso de quedarse a estudiar en casa de una compañera. Obviamente su mamá la llenó de preguntas y ella tuvo que darle el número de teléfono de la casa de la de Jani, y eso que la llamó antes para avisarle de que por cualquier cosa dijera que se había quedado dormida. Le había dado una lata tremenda tener que crear esa historia pero entre todas las cosas que sentía en ese momento, el miedo la gobernaba por completo y como Eduardo sabía lo que había que hacer, sólo le quedaba acatar como simple espectadora que se ve de repente involucrada en algo de lo que es completamente inocente.
Estaba segura de que los habían estado mirando mientras estaban en el auto. Sus primos, había pensado ella, pero Eduardo con la cabeza había negado categóricamente la existencia de algún primo. Eso la había puesto más nerviosa. Más encima el hecho de que ahora pasarían la noche juntos la ponía a tiritar de miedo. Tantas cosas que le pueden pasar a alguien tan mansa como ella. Suspiró, recordando con aprensión el fundamento de Eduardo para que ella accediera a quedarse con él esa noche:
-Si ya saben quien eres, por lo que tú me has dicho –dijo –no creo que te dejen irte así como así. Apenas yo te hubiera dejado, ellos habrían hecho algo contigo. No sé qué, y me da una rabia haberte metido el algo así. Más encima si tú estabas en tu casa, no se me ocurre qué podrían haberle hecho a tu familia.
Ale había sentido un escalofrío de terror. Aunque ella lo sabía desde un principio, nunca hubiera pensado que estar con Eduardo significaba tanto peligro (y menos estadías nocturnas). Creía que su relación sería como las demás… cuán equivocada estaba. Ahora que lo pensaba, Eduardo todavía no le había contado nada de lo que hacía, su vida real detrás de esa otra vida de estudiante de Universidad, aún ella no sabía nada. Por eso se había sorprendido mucho al ver cómo manejaba las cosas, y cómo pensaba en todas la posibilidades antes de actuar. En especial las posibilidades que concernían la seguridad de ella misma por sobre la de él. En una parte del viaje le había oído: Primero yo, antes que ella… Ya no sabía que pensar.
Iban por la calle 14 de febrero, derecho, cuando Eduardo al parar en un semáforo la mira.
-¿Qué pasa? –preguntó ella.
-Eh…
Ale, con asombro, se dio cuenta de que él estaba titubeando. Enarcó las cejas, segura de que estaba bromeando. Eduardo miró el semáforo que estaba en rojo y suspiró.
-No quiero que te sientas incómoda –le dijo-. Si sientes algo ahora y comprendo perfectamente qué puede ser, házmelo saber. Por favor.
Eduardo le clavó los ojos y Ale notó el mensaje implícito en aquellas palabras: Si no quieres pasar la noche conmigo, dímelo. Tragó saliva.
-Yo… este… -trató de decir, Eduardo levantó las cejas mientras bajaba la cabeza.
-¿Sí?
-Haré lo que tú me pidas. Quiero decir, que lo que sea por mi bien está bien.
Ale escondió la cara en la oscuridad que proyectaba el parabrisas en ella. Sentía que las mejillas se le sonrojaban y cómo no, si le había dicho: haré lo que tú me pidas. Idiota. Escuchó una risa ahogada a su lado.
-Te entiendo –dijo asintiendo. Ale lo miró-. Yo también estoy nervioso, no llevamos ni un día de novios y ya vamos a pasar la noche juntos.
-¡Oye, nada que ver! –Ale apretó los puños sobre sus rodillas. Eduardo soltó una risa despreocupada.
-No en ese sentido, claro. No te pases rollos.
Ale se amurró.
-No me estoy pasando ningún rollo, sólo que no me gustó como sonó.
-¿Qué? ¿Acaso no te gustaría pasar la noche conmigo como Dios manda? – Ale sintió que se atragantaba.
-Será mejor que avances, ya estamos en verde. –Le dijo apenas. Eduardo entrecerró los ojos y desviando lentamente la mirada de ella, apretó el acelerador, metió segunda, y avanzó.
Me metí en la pata de los caballos, pensó.
Eduardo siguió conduciendo rápidamente, aunque su dirección no tenía mucho sentido, después de doblar por 14 de febrero cambió su rumbo hacía el oeste, en dirección a la costa. Parecía que jugaba a hacer laberintos. Ale estaba ya un poco mareada y cansada y no precisamente por las maniobras de conducción de Eduardo, si no que por la situación. Todo era muy, pero muy raro para ella, las piezas no calzaban y cada minuto se le hacía más tormentoso sólo al imaginarse lo que podía estar ocurriendo.
El auto se detuvo en un gran departamento a la orilla de la playa; Eduardo miró bien hacia todos lados afuera en la calle y continúo conduciendo, pero ahora se adentraba en los estacionamientos del “condominio” si así podría llamarse. Ale estaba algo “anonadada”, el tipo de vehículos allí estacionados no eran cualquier tipo de autos, podría jurar que eran de los más caros que vendían en la región; y el departamento… no habían comentarios. Sospechaba que Eduardo no pertenecía a una clase socioeconómica “normal”, pero de allí a imaginarse que era totalmente un ABC1 (medida de las clases sociales en Chile), la dejaba media tonta y la inseguridad la invadía. Nunca había estado tan cerca de relacionarse con “ese” tipo de gente, hasta encontraba muy extraño que un tipo como él, se fijara en alguien como ella; muy, pero muy raro, a su manera de pensar. Sin embargo ahora, preguntas e inseguridades peores la embargaban e iba a tener que enfrentarlas con un ataque de pánico casi en las manos.
Su estacionamiento estaba reservado, como todos los que vivían en el departamento. Ale no se había percatado de que ya habían llegado, mantenía su mirada en un punto fijo, pensando. Eduardo se bajó, le abrió la puerta del auto y con la mano le hizo señales.
-Hey… ya llegamos –parecía divertido.
-¿Ah?... –Ella lo miró confusa, Eduardo dejó de mover su mano para hacer las señales, hizo un gesto de olvídalo y le tomó el brazo sacándola del auto.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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