-¿Qué quieres tomar? –Preguntó Eduardo.
-Un café de vanilla. –Le contestó Ale.
-Uy, que malo.
-¿Qué?
Los dos estaban en la fila para poder comprar sus respectivos cafés. Ale estaba un poco reticente pero era imposible que se notara cuando estaba con él. Llegado el momento en que se separaran su cabeza recién podría pensar fríamente.
-No me gusta ese café. –Admitió él.
-¿Cuál entonces? –indagó ella.
-El expreso.
-¡Puaj! Qué mal –ironizó.
Eduardo la miró con acritud. La fila se achicó y ellos pudieron comprar los cafés. Fueron a sentarse al piso superior. La vista que se tenía del casino era completa, Ale le dio la espalda a la ventana y Eduardo se sentó frente a ella.
-Oye Ale.
-¿Mm? –le respondió ella bebiendo de su café.
-Prométeme algo.
-¿Otra vez?
Dejó el café en la mesa y lo miró precavida. Nuevamente le pedía una promesa. ¿Que no se harta este tipo?
-Prométeme –siguió él –que no vas a creer lo que te digan hasta que tú misma lo compruebes.
-¿Eso significa…?
-Nada, sólo promételo.
-Ah no, no prometo nada si no lo entiendo.
-No fastidies ahora con tu desconfianza, por favor, sólo es una promesa.
-Hay cosas que deben creerse aunque no se vean. –le dijo feliz de tener un argumento.
-Sí, pero yo te hablo de cosas que sí se pueden ver.
-¿Ejemplo?
Ale sabía a lo que él se refería y el mail de Laura era algo que implicaba la promesa. ¿Sabría él algo del mail? No, él se sorprendió cuando ella se lo contó, hasta parecía curioso, no podía saberlo. ¿O sí…?
¡Por qué él siempre tan incomprensible!
-Es una simple promesa, nada más. No te cuesta decirlo.
-No, no me cuesta.
Eduardo notó el cambio en la voz de Ale e intuyó lo que eso traía detrás.
-¿Qué quieres a cambio? –inquirió.
-Respuestas. Nada más que eso.
-Nada más que eso… -masculló él tan bajito que si el casino hubiera estado lleno ella no lo hubiera escuchado, pero el casino no estaba lleno y ella lo oyó a la perfección.
-¿Y bien?
Él la miró con rabia, pero Ale estaba tan curiosa que una simple mirada no la iba a llevar a agarrase las manos de miedo. A demás sabía que él lo hacía para que dejara el tema. No, esta vez que no se le ocurra irse por la tangente, ya me aburrí de todo esto.
Eduardo suspiró rendido.
-¿Qué quieres saber? –Ale sonrió orgullosa de no haber cedido ante su expresión de furia.
-¿Por qué estás tan cerca de mí?
-No lo sé. –Parecía sincero. Ella se mordió un labio.
-Pero dime qué sientes. –le pidió bajando la vista.
Eduardo esbozó una sonrisa.
-La verdad, es que me pareces tan atolondrada que me dan ganas de cuidarte, creo que es eso.
-¿Nada más? –Ale no pudo ocultar la desazón que le invadió. Eduardo frunció las cejas.
-¿Esperabas algo más?
Ale sin subir la vista y con las manos más que sudorosas tiró la otra pregunta.
-¿Te gusto?
Levantó la vista al escuchar sorprendida cómo él se reía.
-¿Era eso?
-No, es sólo que…
-Eso es fácil de responder –le interrumpió.- Sí, me gustas, si no porqué crees que hago lo que hago.
-Ah.
No pudo responder nada más. El corazón estaba que se le salía y las manos se retorcían insolentes. Ahora si que se moría. Y más encima en una casino, qué drama. Bien, el tipo se te declaró, ¿qué vas a hacer ahora? Sí, esa era la pregunta… ¿Qué haría ahora?
Ale comenzó a jugar con sus manos debajo de la mesa, no quería desviar su mirada de la de Eduardo, si agachaba la cabeza, éste de inmediato notaría que moría de vergüenza, y aunque se estaba por poner muy roja, se mantuvo firme. Nunca pensó que él le iba a decir que le gustaba. Eso no tenía espacio ni en sus mejores sueños. La verdad era que no se tenía a sí misma ninguna fe, incluso pensaba que Eduardo se lo había dicho de broma, no podía ser cierto que alguien tan guapo se fijara en ella. No cabía en su cabeza. Mejor comienzo a bajarme de mi nube, debí de haber escuchado mal, pensó
-Oye, o sea no es tiempo de bromear, y menos cuando la broma es sobre mí. –dijo tratando de mantener la compostura.
-¿Porqué crees que es mentira? –inquirió él algo intimidante.
-O sea, obvio que no es cierto, no soy el tipo de chicas que te gustan, en serio.
-Y… ¿qué sabes tú a cerca de mis gustos?, además tú fuiste la que me preguntaste, yo sólo respondí.
-¡Ah! Pero era broma, solo para saber…. Nada más.
-¿Saber qué?
-Saber…eh…para reírme un rato –Ale no podía encontraba buenas excusas.
-Mm… ¿Y tú? –preguntó Eduardo con curiosidad.
-¿Yo qué?
-¿Yo te gusto?, sé sincera.
Ahora si que no sabia que responderle, no podía decirle un sí porque moriría de vergüenza, pero un no tampoco, porque no era cierto.
-Tú….me caes bien. –Dijo, evadiendo la pregunta.
-¿Sólo eso?
-O sea… – seguía frotándose las manos – igual te encuentro bien, eres llamativo
-“Llamativo”…. –murmuró él.
-Sí, o sea, eres fácil de agradar y gustar
-No te vayas por la tangente. ¿Qué quieres decir con eso? Es súper simple, solo dime un sí o un no. Yo voy a entender –Eduardo no le quitaba la mirada de encima, esto la hacía ponerse más nerviosa.
-Pues sí –contestó rápidamente, no quería ocultarlo más.
-Ok, era todo lo que necesitaba saber.
Se produjo un largo silencio, Ale daba vueltas el café con la cuchara incansablemente, desviando la vista a donde fuese, menos donde Eduardo.
Eduardo se levantó de la mesa. Ale por inercia hizo lo mismo, era obvio que la conversación ya había acabado, ambos caminaron hasta la salida. Pero Eduardo pasó el brazo por la espalda de ella, como un abrazo. Ale no sabía cómo reaccionar, aquello le parecía muy raro y todo lo que se le pudiera ocurrir con sinónimos de la palabra “extraño”, no estaba acostumbrada a sentir cariño por parte de nadie. Un simple abrazo era algo totalmente desconocido para ella. No dijo nada, su cara ya expresaba todo lo que no podía decir. Se acordó como en las películas las personas se abrazaban, pero le daba mucha vergüenza, sin embargo no hubo otra salida, porque cuando una persona abraza a la otra cuando caminan, hay un brazo que es el de la persona abrazada que estorba si no se pone detrás, es decir, por la cintura de la persona que abraza. Era algo difícil de entender, pero ella lo comprendía. Así que no le quedó otra que seguir el juego de Eduardo, y pasar su brazo que estorbaba por la cintura de él. De esa manera era mucho más fácil caminar.
Se dirigían a la salida, cuando Ale vio que vienen entrando sus compañeras de clase, se quería matar. ¿Cómo les iba a decir quién era Eduardo? No le gustaba dar explicaciones, pero no había de otra, mañana o pasado sus compañeras la hostigarían con preguntas.
-¡Hola Ale! –la saludó Jani que iba junto con Pachi.
-¡Hola! –dijo ella lo más normal que le salió. Eduardo iba con su cara más normal, o sea con una leve sonrisa irónica.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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