Laura lo miró y trató de parecer casual.
-Sí, sí la conozco ¿Por?
-La estamos buscando.
-En ese caso sigue con lo que estás haciendo, tengo que llegar a la universidad –Laura trató de pasar a su lado de forma rápida, pero Matías no la dejó, le tomó del brazo.
-No te hagas la tonta.
-¿Ya? O sea, me preguntaste si la conocía, bueno pues, sí, pero no sé nada más. Ahora suéltame –Laura con fuerza se zafó de la mano que la sujetaba y comenzó a caminar.
-¡Espera! –Matías la alcanzó y la detuvo de nuevo.- Tú sabes donde está ¿no es así?
-¿Qué te hace creer eso?
-Tú eres su amiga.
-Eso no tiene nada que ver, así que por favor quítate del camino que voy más que atrasada.
-Daniel está en problemas.
Laura se detuvo en seco y subió la mirada hacia el tipo.
No debía tener más de 24 ó 25 años, era alto, más alto que Daniel mismo. Llevaba una camisa cuadrillé abierta y debajo una camiseta negra que se le ceñía a su esbelto cuerpo. Ella había escuchado de él, éste es el tipo que metió a mi Dani en todo esto, masculló en su mente con rabia. Apretó los dientes.
-¿Cómo que en problemas?
-El jefe no está contento con su trabajo, lo que pasó en el casino anoche no fue un juego, y él falló.
-Tú no estabas ahí, así que no sabes qué fue lo que pudo pasarle a Daniel para que todo saliera mal.
-¿Y tú si? –Laura tragó saliva.
-Tampoco –dijo en un murmullo.
-No me vengas con el cuento, sé perfectamente que estabas ahí anoche.
-¿Para qué preguntas entonces?
Matías le sonrió descaradamente y Laura consideró la idea de propinarle un puñete en esa perfecta nariz que tenía.
-¿Qué quieres de mí? –preguntó ella al fin.
-Acompáñame.
-Ah no, estás loco, o sea, yo contigo no voy ni a la esquina, primero muerta, a demás estoy atrasada, mis compañeros me van a matar si no llego en… ¡uf! Mira la hora, no, ya, me tengo que ir…
-Si no vas conmigo tus amigos, y con eso incluyo al grandote con el que hablabas recién, van a pasarla muy mal.
Laura dejó de hablar de golpe y sintió el miedo en cada parte de su cuerpo. Ella no era una cobarde, es más, nunca le habían asustado las típicas cosas de las que hay que asustarse. Por ejemplo: la oscuridad, los bichos, saltar de algo muy alto, etc., pero ahora era diferente. No se enfrentaba a un miedo que podría causarle un daño a ella, sino un daño a otros por su causa.
Notó cómo Matías al verla, ya saboreaba una victoria. Laura, quién prefería sufrir ella antes que sus amigos suspiró resignada.
-Vamos –convino.
-Muy buena elección. –Matías le señaló que caminara junto a él.
-¿A dónde vamos?
-A mi casa.
Ale notó la respiración de Eduardo, o como se llamase, en su rostro. Lo único que deseaba en ese momento era salir de ahí. Ya estaba harta de engaños y de verdades a medias, quería respuestas ahora, y si Eduardo era incapaz de dárselas, ella ya no tenía qué más hacer ahí.
Ojala me pillen esos tipos, por lo menos ellos sí me dirían qué está pasando. Pensó con tristeza. Miró hacia el suelo notando que Eduardo cada vez presionaba más su cuerpo contra el de ella. No iba a hablar, no hasta que él tomara la decisión de confiar en ella sí o no.
-Ale… -la llamó el suavemente.
Ella siguió con la vista fija en el suelo y su cabeza en otra parte.
-Ale, por favor…
-Quien quiera que seas, suéltame ahora. –Ella se sorprendió al escuchar ese tono de voz, en su voz. No era una súplica, era una orden. Una orden de alguien que ya estaba cansada de un juego en el que la habían metido sin siquiera preguntar, una orden de alguien decepcionada.
Eduardo se dio cuenta de su tono, pero aún así no se separó ni un poco de ella.
-Por favor no me hables así –imploró él.
Ale comenzó a flaquear al oír ese tono en su voz. Cómo lo hace, Dios… respiró hondo y trató de controlarse.
-Suéltame –volvió a decirle.
-Prométeme que no te vas a ir.
-No te prometo nada. Eso ya no funciona conmigo.
-Ale…
-No digas mi nombre otra vez. Y aléjate de mí.
Ale lo empujó y él retrocedió dejándola libre. Sorprendida descubrió que dudaba entre quedarse o irse. Tengo que irme, ya. Pero sus pies no le hacían caso. Eduardo aprovechó su indecisión y le tomó la mano.
-Te prometo, no, te juro que te voy a contar la pura y santa verdad.
-No te creo.
-Confía en mí.
-Si serás… -masculló ella enrabiada –ya saliste con la cantinela del “confía en mí”. He confiado en ti y mira como estoy. No me pidas estupideces.
-Entonces…
-¿Entonces qué?
-¿Quieres escuchar la historia o no?
-¿Estas seguro de que ahora me la vas a contar entera, sin censuras ni idioteces como que “eso no importa”?
-Seguro como que te quiero.
Ale puso los ojos en blanco y asintió. Eduardo le indicó que se sentara en el sillón y ella lo hizo. Lo más alejada de él posible. Él tomó aire y se dispuso a contar su historia:
-Me llamo Eduardo Freire Ossa. Nací en Santiago el 12 de diciembre de 1984. Tengo un padre llamado Rubén Freire, una madre que murió hace casi 22 años y ningún hermano. No tengo muchos recuerdos de mi infancia puesto que la pasé en un internado desde que tengo memoria. Hasta que mi padre pudo hacerse cargo de mí. Mi madre murió de cáncer y mi padre quedó devastado por eso. Mi abuelo, que murió años después, le aconsejó que lo mejor, era que se mantuviera alejado de mí, puesto que yo le hacía recordar a mi madre y eso lo llenaba de más rabia, ponía en peligro mi salud física y su salud mental. Así que la parte de mi infancia la voy a dejar ahí no más, pues no es eso lo que quieres escuchar, ¿me equivoco?
Ale lo miró sin ninguna expresión en la cara que Eduardo entendió como un “continúa”. Asintió.
-Cuando tenía 16 años a mi padre le dieron un trabajo que le consumía la mayor parte del tiempo y nunca estaba en casa. Por mi parte no me importaba mucho, pues estaba pasando por la típica etapa de “adolescente libre” y su ausencia me venía como anillo al dedo.
“Todo comenzó cuando mi mejor amigo, Aníbal, empezó a faltar a clases muy seguido. Me preocupé puesto que lo quería mucho y…
-¿Querías? –preguntó Ale interrumpiéndolo, sorprendida de que él usara el verbo en pasado.
-Murió –le respondió él sin la menor expresión.- La cosa es que cuando ya no aguanté no saber nada de él, fui a buscarlo, a su casa, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de lo que realmente pasaba. Mi mejor amigo estaba siendo utilizado como un “agente” por una asociación que se autodenominaba “S.S.J.”
-¿S.S.J?
-Sociedad Secreta Juvenil –le explicó –me dio una rabia, no podía ser que se estuviera metido en algo tan bizarro. Aníbal me hizo jurar que nunca se lo contaría a nadie, y yo se lo juré. Estaba muy asustado. Me dio rabia, te prometo Ale, que por eso me uní a la organización en contra de la S.S.J. – Ale arqueó la cejas sin comprender.- Cuando se dieron cuenta de que Aníbal me había contado todo, le dieron dos opciones, o me metía a la sociedad o me mataba.
Ale abrió la boca muda de horror. Eduardo asintió apesadumbrado.
-¿Qué decidió él? –preguntó Ale cuidadosamente.
-Él hizo lo peor, claro.
-¿Trató de matarte?
-Se suicidó.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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