¡Hola! Soy yo, Laura ¬¬ obvio, ¿quién más? Bueno te escribo porque ¿te acuerdas que te dije que te iba a contar todo lo que me había pasado? Bueno, pues aquí empiezo…
-¡Laura! ¡Teléfono!
-¡Ay Anahí! –se quejó ella. -¿No ves que estoy ocupada? Hace una hora que quiero escribir esto y todavía no puedo.
Laura bajó corriendo las escaleras, porque su teléfono del segundo piso se había echado a perder.
-¿Aló?
-Hola, soy yo…
-¿Daniel? -preguntó con tono perdido.
-Eh, creo que si…
-¿Qué respuesta absurda es esa?
De la otra línea se oyó un bufido.
-Oye…
-Oigo.
-Este… ¿te importaría si voy a verte?
-¿Para volver a dejarme sola? –el tono de reproche de Laura era muy notorio.
-No. Es sólo para—
-¿Para qué? ¿No puedes decírmelo por teléfono?
-No, pero—
-Es que ahora no puedo –lo interrumpió ella.
-Pero Laura, es importante y—
-Ya, pero en otro momento ¿vale?
-Tiene que ser ahora, o si no—
-¿Qué? ¿Te vas a morir o algo?
-Cerca.
-¿Ah?
Laura oyó que del otro lado de la línea Daniel guardaba silencio. Cerca. Había dicho, ¿cerca de qué?
-¿Daniel?
-Si, aquí sigo.
-Ya pues, habla.
-Sólo en persona. –Laura suspiró.
-Está bien. Dime dónde.
-No te preocupes, te paso a buscar.
-Ok.
Clic.
Laura colgó el teléfono y fue a la ducha.
Mientras el agua la bañaba, pensó en lo rápido que habían pasado ciertas cosas, y en que al final de cuentas no le había podido contar nada a Ale. ¿Y ahora quien la ayudaba? Nadie, lo único que tenía, era a su amigo, el animal que la había traicionado. No seas así de dura con él. Le dijo su mente. Pero ella ya estaba cansada de tener que ir por la vida sabiendo las verdades a media. No. Ya no.
-Mamá, voy a salir.
-Ya.
-Pero me van a venir a buscar, así que me avisas.
-Está bien.
Subió las escaleras y se estiró de boca en la cama de su hermana Aranxha. No alcanzó a estar ni cinco minutos cuando el sonido del golpe en la puerta la alertó. De abajo oyó como su madre abría la puerta y saludaba al recién llegado.
-¡Laura!
-¡Ya!
Bajó las escaleras mientras se colocaba la chaqueta café de lana.
-¿Nos vamos? –preguntó sin saludar. Su madre la observó con reproche.
-Si, vamos.
-¿A qué hora vuelven? –preguntó su mamá antes de que pudiera salir por la puerta.
Laura miró la hora en su celular y se sorprendió al notar lo tarde que era. Miró a Daniel quien respondió por ella:
-En una hora más o menos. No es mucho tiempo.
-Está bien, cuídate.
-Adiós mamá.
Laura cerró la puerta y se quedó de pie si poder moverse contemplando el auto que estaba frente a la casa.
-¿A quién se le ocurre estacionar un auto así en este barrio? –preguntó mirando hacia los lado tratando de encontrar al culpable.
-Lo siento, no sabía que no se podía –respondió la voz de Daniel. Laura enarcó una ceja.
-¿Es… es tuyo?
-Afirmativo. ¿Nos vamos?
Laura se quedó mirando el Peugeot 206 azul que se cernía extranjero en la huella. Daniel le tomó el brazo, pero Laura se lo soltó.
-Olvídalo, eres menor de edad, ¿de dónde lo sacaste? –el tono de la voz evidenciaba una desconfianza profunda.
-No lo robé, por si es eso lo que te preocupa. Es de un amigo, me lo prestó.
-Pero no tienes licencia.
-Claro que sí.
Daniel sacó su billetera del pantalón y le pasó un carnet amarillo pálido.
-Observa.
Laura desconfiada aún tomó el carnet y lo miró. Era una verdadera licencia de conducir. Como si no pudiera controlar a su cuerpo se la devolvió temblando.
-¿Cómo la conseguiste?
-Se cuenta el milagro pero no el santo. ¿Nos vamos?
Laura de forma automática rodeó al Peugeot y se subió en el asiento del copiloto. Rápidamente se abrochó el cinturón.
-¿A dónde vamos?
-Sorpresa –le dijo él con una sonrisa pícara mientras se abrochaba el cinturón y encendía el motor.
Estoy segura que la Mapa no haría una cosa así. Segura.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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