miércoles, abril 15, 2009

Capítulo VIII.

Daniel llegó a su casa y se sacó los zapatos.
-Te llamaron Dani –le avisó su mamá.
Daniel la miró con rabia.
-Te dije que no contestaras llamadas para mí, cuantas veces te lo he dicho.
-Pero hijo…
-Ya, no vale.
Su madre miró por la ventana.
-Veo que te ascendieron.
-No te metas mamá.
-No quiero que te pase lo que a tu hermano.
-¡Te dije que no te metieras!
Daniel se acercó a ella y le tomó fuerte del brazo.
-No me va a pasar nada, ¿te queda claro?
-Eso espero Daniel, ahora suéltame.
Daniel de mala gana la soltó y subió las escaleras. Se encerró en su pieza y sacó la caja negra que guardaba debajo de la cama. Ahí almacenaba sus armas. Sopesó cuál usaría ese día, cuando se encontrara cara a cara con los Freire, con esos que meses atrás habían asesinado a su hermano, cuando se encontrara con el imbécil de Eduardo.
-Maldito –masculló sacando la más conveniente.
El revólver semiautomático con cañón rayado y un cargador que almacenaba hasta 20 proyectiles, se paseó ante sus ojos.
Llevaría esa, no estaba de más estar preparado. A demás Tenía que cuidar de Laura. La había invitado, tenía que hacerse cargo.
Se móvil sonó.
-¿Diga?
-Daniel soy yo. –Contestó una voz femenina.
-Lo sospechaba, ¿Qué quieres Camila?
-¿Vas a ir cierto?
-Eso no es asusto tuyo, tú ya no estás en la división.
-Pero…
-Nada de peros, no te metas.
-Te están utilizando.
-¿Y qué? Ya no es tu problema.
-Daniel tú no sabes…
Clic. No pensaba escucharla, por algo la habían sacado de la S.S.J. y él ahora no iba a hacerle caso. Miró el reloj. Le quedaba media hora para ducharse e ir en busca de Laura. Por un momento pensó en cancelar la invitación, pero ella lo ayudaría, si algo salía mal estaría contento de tenerla cerca.
-Soy un monstruo –susurró quitándose la polera para ir a la ducha.


-Mamá ¿cómo me veo? –preguntó Ale bajando las escaleras. Su madre la quedó mirando y sonrió.
-Preciosa hija.
-¿Para quién te arreglas tanto? Mamá yo creo que Ale tiene novio –dijo su hermano riendo.
-Cállate tú, no te metas –le retó Ale. Su madre rió.
-¿A qué hora te pasan a buscar?
-Ya debería estar aquí –dijo mirando su reloj diminuto en la muñeca.
Justo en ese momento sonó una bocina. Ale instantáneamente se sonrojó.
-Uuuuuuiiiii, mírala mamá, mira como se pone.
Ale le lanzó un cojín del sillón.
-Cállate.
La bocina sonó de nuevo.
-Iré a ver –se ofreció Islen.
-¡Noooo! –Gritó Ale.- Quiero decir que me buscan a mí, no a ti.
-Te dejaré en la puerta –le dijo su madre. Ale suspiró.
-Está bien. Pero tú te quedas aquí ¿OK? –le ordenó a su hermano. Islen hizo un mohín y siguió viendo la tele.
Ale salió y se quedó de una pieza al notar que el auto era otro.
El Mercedes Benz plateado se alzaba majestuoso en la calle, desentonando con los Chevys del año de la cocoa y con las micros viejas que pasaban. Ale sonrió. Este Eduardo siempre la sorprendía, él no sabía el efecto que le causaban sus autos, pero para Ale el auto es como la persona.
Eduardo se bajó y fue hacia la reja, la madre de Ale se apresuró a abrir la reja. Eduardo le saludó.
-Buenas noches.
-Buenas noches muchacho.
Ale sonrió avergonzada pero Eduardo le guiñó el ojo.
-Tranquila.
Ale salió y su madre entró. Le extrañó que no preguntara nada. Pero prefería que fuera así. Se quedó mirando hipnotizada al auto, aunque Eduardo con ese traje de etiqueta le hacia buena compañía. Se sintió ridícula y su cara lo demostraba. Eduardo se acercó a ella.
-¿Qué te preocupa?
-Contrasto demasiado entre tú, el auto… y yo.
Eduardo de improviso la abrazó.
-No seas tonta, te ves linda.
-Si claro.
-A ver, -Eduardo le levantó la cara- de verdad a mi me encanta como estás.
-Mm…
-Ya. ¿Estás lista?
-Como digas.
Eduardo le abrió la puerta del auto y la hizo entrar.
Adentro el automóvil estaba calentito.
-¿Qué auto es? –preguntó apenas él hubo entrado al vehículo.
-Un Mercedes Benz Ocean Drive. Se supone que todavía no sale. Sólo hay un prototipo –él le hizo un 1313-, para que veas.
-Ah, ¿y es muy caro? –Ale hizo como que le restaba importancia al asunto, pero lo cierto es que se estaba dando cuenta de que Eduardo tenía muchos vehículos para ser sólo un simple estudiante de universidad. Laura debe saber algo… por eso lo del mail. Pensó.
-Caro… sí. Pero no difícil de conseguir si tienes los contactos –Eduardo arrancó el auto y bajó por la Av. Pérez Canto.
-Tú siempre hablando de contactos, ¿algún día me dirás de dónde los sacaste? –Él le sonrió pícaro.
-Algún día –le prometió.
Ale no habló nada más. Estaba absorta en encontrar alguna explicación a todo lo que había pasado desde que lo conoció, pero nada sensato se le ocurría. Lo irreal sobrepasaba a lo verdadero. Y más encima el mail de Laura. Ahora cobraba un poco de sentido, y cómo la había evitado ese día al bajar las escaleras. Sacudió la cabeza, Eduardo la miró de reojo pero no profirió comentario alguno. Bien, así está mucho mejor.
El vestido que llevaba se le ceñía demasiado al cuerpo y le estaba molestado. Además de que tenía un tajo hasta el muslo que justo iba para la parte de Eduardo. No pienses en eso, eso es lo que menos importa ahora, se dijo. Pero era imposible, si movía sólo un poco la tela podría subirse más y Eduardo era hombre, eso no le pasaría desapercibido. Pero era obvio, cuando una quiere menos moverse siempre el cuerpo quiere otra cosa y lo hace a como dé lugar. Ahora le empezó a picar la rodilla. ¡Santa rodilla! Exclamó para sí. Alargó la mano sólo un poco para ver si así calmaba la picazón, pero por Dios, la mano apenas llegaba a una parte minúscula, y si se agachaba más quedaría más descubierta. De pronto otra mano ajena a la suya le rascó la rodilla.
-¿Mejor?
-¡Oye, qué haces! –le gritó apartando la mano de Eduardo de un manotazo. Eduardo sonrió y puso su vista hacia el frente.
-¿Te picaba cierto? Sólo te ayudé.
-Pues no pedí tu ayuda.
-¿Te pica ahora?
-No, pero…
-Pero nada, ya, deja de moverte que vas a hacer que pierda la concentración.
Ale tragó saliva. El corazón quería disparársele.

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