Ale se dio la media vuelta tan rápido que casi se cae, pero una mano ya la estaba sujetando.
-¿Te importaría fijarte por dónde caminas? –Le espetó Eduardo mirándola. Ale de forma herida zafó su brazo de sus manos.
-¿Te importaría dejarme en paz? –le preguntó con ironía.
Eduardo la quedó mirando y lentamente bajó el brazo que había quedado en la posición en que Ale lo había dejado.
Suspiró.
-¿Me vas a responder algo si te lo pregunto?
Ale frunció el cejo. Qué, ahora se las daba de reportero. Cómo sería si no me comportara de forma tan idiota cuando estoy frente a él, pensó con rabia.
-Habla.
-¿Eres así de antipática ácida con todos, o sólo conmigo?
¡Diablos!
-Eh, no sé. No me analizo mientras socializo con otros.
Vamos Ale, sigue así, lo vas a espantar más rápido que a una mosca.
-Ah, en ese caso…
-¿En ese caso qué? –Ale miró de forma distraída el reloj y se dio cuenta de que ya sólo quedaban 3 minutos para entrar a clases. En realidad para preguntar si las había. Se retorció las manos nerviosas. Eduardo abrió la boca para hablar, pero se calló ipso facto al ver las manos de Ale.
-¿Tienes clases ahora?
-Eh, no sé. Tenía que ir a preguntar.
-Ah… -Eduardo la miró fijamente y a Alel se le olvidó de respirar por 5 segundos-. ¿Si te lo pidiera, me acompañarías?
-¿Yo? –Ahora sí que se desmayaba. –Creí que era una antipática ácida.
Eduardo levantó los hombros.
-Bueno, sí lo eres, pero aún así me pareces interesante.
-¿Yo? –volvió a preguntar como una tonta.
-Sí, tú. ¿Puedes no?
Ale miró la hora. Si tuviese clases ya debería estar en la sala. Suspiró. Sabía lo que su cabeza debía hacer, pero también tenía muy claro lo que su corazón quería hacer. Lo miró.
-Si, creo que sí.
-Vamos.
Eduardo bajó las escaleras en donde habían estado conversando y la condujo al estacionamiento que estaba cerca del casino.
-Pensé que tenías moto. –le dijo sin dejar de mirar el Toyota plateado del año brillante en el que se había detenido Eduardo.
-Bueno, a veces cuando estoy apurado ando en la Harley, pero ahora no lo estoy.
-¿Tú no tienes clases?
-Sí, pero digamos que sé a lo que debo ir y a lo que no.
-Sabes que no tengo ni idea de lo que estás hablando ¿Cierto? –Eduardo lanzó una risa despreocupada al aire que hizo que las extremidades de Ale se adormecieran de repente.
-Lo sé. Ya, súbete. –Ale se quedó de pie horrorizada ante la idea.
Ir en auto, a un lugar desconocido -con un desconocido- mientras su madre pensaba que estaba estudiando en la universidad no era su mejor idea de un paseo. Eduardo frunció el cejo.
-¿Pasa algo?
-Es sólo que… ¿Vamos muy lejos? –Eduardo se acercó a ella y Ale pensó que en cualquier momento se derretiría.
-¿Tienes miedo? ¿Tú? ¿La gran antipática ácida? No me lo puedo creer. –se burló.
-No es miedo, es sólo que… no sé…
-Vamos, súbete, si pronto volveremos. Te lo prometo.
Eduardo se había acercado tanto a Ale que esta podía sentir su aliento fresco en la barbilla y parte del cuerpo. Trató de concentrarse en lo que debía hacer y no en el hecho de que sus piernas flaqueaban y de que estaba segura de que si abría la boca sólo serían tartamudeos.
-E… Está bien… - Trató de sonreír, pero sólo logró formar una mueca nada de linda. Eduardo se alejó y sonrió.
-Pues vamos entonces.
Ale se subió en la parte del copiloto y Eduardo en la del conductor. ¿Dónde la llevaría? ¿Qué quería mostrarle? ¿Qué estaba pasando? Movió la cabeza de un lado para el otro y se dio cuenta de que la verdad estaba así de nerviosa no por el hecho de no saber qué harían, si no de ir con él. Y la verdad es que con él podían hacer lo que se les viniera a la mente.
Si Laura supiera de esto… Ahora por fin tengo una historia que contar.
Sonrió de forma involuntaria.
El Otro Lado. Parte 2.
Hace 16 años
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