jueves, abril 16, 2009

Capítulo VIII. Parte 5.

-Nosotros deberíamos irnos ¿no crees?
Ya llevaban más de diez minutos en el baño y Ale comenzaba a tener frío. Eduardo no había despegado los labios desde que Daniel y Laura habían dejado el lugar. Y a ella le carcomía la cabeza en busca de respuestas que sabía que Eduardo debía responder.
-Eh… Eduardo –lo llamó.
-¿Hum? –respondió este.
-¿Por qué seguimos aquí?
-Por seguridad.
Ale asintió y no dijo nada más. La oscuridad ya no era tan envolvente ya que sus ojos se habían acostumbrado a ella. Veía a Eduardo mirando hacia el cielo a través de la ventana minúscula que había en la pared del fondo. Echó un vistazo a su reloj de pulsera y se sorprendió de que aún no fuera media noche. Los pies le dolían, no estaba acostumbrada a andar con tacos, suspiró. No le quedaba otra que sacárselos ya que no quería llegar a su casa con los pies hechos bolsa.
Unos brazos la envolvieron por la espalda. Se quedó helada.
-Perdón –le susurró Eduardo al oído. Ale trató de respirar de forma normal mientras intentaba encontrar una respuesta-. No quería comportarme de esa manera, es que…
-Shsstt, ya no importa Eduardo. Las cosas ya pasaron, ya fueron. Déjalas así.
-¿Pero cómo…?
-Sí, mejor nos vamos y… -Ale desasió el abrazo y se volvió a mirarlo-.Tú no confías en mí y no pretendo hacerlo si tú…
Pero no puedo seguir hablando, ya que en ese preciso instante Eduardo puso sus labios sobre los de ella.
Algo raro se expandió por la espalda y le llegó de forma repentina al cuello. Se le contrajo el estómago y las manos de pronto se pusieron más bañadas en sudor que de costumbre. Él la apretó más por la cintura y con la otra mano la atrajo hacia sí por el cuello. La oprimió sobre sí y Ale sintió la forma exacta del cuerpo de Eduardo junto al de ella.
Ahora no sabía como seguir, de besos no tenía ni una experiencia, y más encima Eduardo parecía no querer parar y cada vez la ceñía más hacia sí. Cerró los ojos y dejó que el momento la llevara, no quería pensar en la otra chica, no quería pensar en la confianza, en su mano roja, o en las palabras de Laura. No, ahora eran ellos dos en la oscuridad de la noche.
-Ahora sí podemos irnos –le dijo él apenas se hubo separado de ella por pocos centímetros. Ale no respondió-. ¿Estás bien?
-C-Creo q-que sí.
Eduardo soltó aquella risa despreocupada que tenía. Ale se sintió mucho más cómoda.
Salieron de la mano, Eduardo avanzaba con precaución y cada vez que pasaban por una esquina se detenía y los músculos se le tensaban. Cuando llegaron al estacionamiento Ale sintió que él respiraba más aliviado que antes. Ella se dispuso a subir al auto, pero antes de doblar por la parte de adelante Eduardo le tomó la mano y la atrajo y le beso fugazmente los labios.
-Vamos –le susurró sonriendo divertido. Ale quiso sonreírle, pero estaba tan nerviosa que lo que le salió fue más una mueca de sufrimiento que divirtió más a Eduardo.
Ale entró en al auto e intentó pensar con claridad en lo que acababa de pasarle, pero algo le distrajo la atención. Eduardo se alejaba del auto y se detenía. Parecía conversar con alguien pero Ale no puso distinguir quien era. Cuando Eduardo caminó de vuelta a Ale el estómago se le encogió. Eduardo no venía solo pues a su lado no venía nada más ni nada menos que Estheffi. No pudo evitar las ganas de llorar.


Daniel manejaba en silencio por la carretera. Laura entretanto no se estaba quieta. No podía. Ale la tenía nerviosa. ¿Cómo pudo dejarla con Eduardo sola? Movía la cabeza de un lado al otro tratando de encontrar alguna respuesta en esa cabeza llena de ideas locas, pero no encontraba nada. Asimismo Daniel no le ayudaba a estar más tranquila, se ponía a farfullar cosas ininteligibles y a veces apretaba el acelerador al máximo. A Laura esto no le preocupaba, ya que como era media idiota le encantaba ver a Daniel enojado –con tal que no fuera con ella- pues amaba cuando se ponía así de macho. Eran ideas estúpidas en momentos como ese, pero ella se conocía demasiado bien como para desecharlas.
El móvil de Laura sonó. Daniel miró de reojo mientras ella lo buscaba entre la maraña de cosas que tenía en la cartera. Cuando lo sacó no puedo esconder el repentino escalofrío que le recorrió la espalda.
-Aló –dijo con una voz que dejaba de ser normal en el momento en que salía de su boca, Daniel aguzó el oído-, no, no pasó nada… sí, creo pero no sé… no me hables de lealtad por que… como quieras, ya tengo bastante con… ¡Me importa un reverendo pepino cómo te sientas!, tú no sabes… Oh sí, yo sí lo sé… haz lo que te dé la regalada gana… más te vale… si tú también.
Cortó el móvil respirando agitadamente.
-¿Malas noticias? –indagó Daniel.
-No, pésimas.
-¿No me vas a decir?
-¿Me contarás que onda con Eduardo tú?
-No cambies el tema.
-Me lo suponía, pues yo tampoco.
El Mustang corría a mas de 170 Km./hr. y a Laura la rabia la estaba consumiendo. Como si le importara el “sufrimiento de Osvaldo” ¿Para qué diablos la llamaba? Se tomó la cara entre las manos.
-Oh no… -oyó decir a Daniel en un gemido.
Delante de ellos había un auto pequeño, negro que le estaba haciendo señales con las luces. Laura no veía al conductor.
-Pasa por delante –sugirió ella.
-No se puede…
-¿Qué…?
-Oh oh… estamos en problemas.

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