martes, abril 21, 2009

Capítulo X.

En los pastos la conversación de Eduardo y Ale aún duraba.
-¿Qué me preguntaste? –Ale lo miró media aturdida. Eduardo se estaba acercando mucho, eso la ponía el triple de nerviosa y lo más atroz de todo es que él se daba cuenta –Tengo que ir a clases –le avisó ella. Al instante de decir esto, Eduardo apoyó la otra mano en el árbol, junto a su cabeza. Por Dios... y ahora ¿qué quiere? Estaba entre sus manos… Encerrada.
-No me importa que te pongas nerviosa, a ver respóndeme… -Eduardo parecía muy seguro de sí mismo.
-N… no. No somos na… nada. –Le espetó ella mientras jugaba con sus manos. Mirando hacia el suelo.
-Yo creo que sí, de lo contrario no te pondrías así. –Ella lo miró. Graso error.
-¿Así como?
Pregunta estúpida.
-Como anoche, cuando… ¿no te acuerdas?
-No, no me acuerdo –Ale desvió la mirada.
-Que eres simpática… -le dijo con ironía. -No me evadas –el corazón de Ale le latía a mil por horas sólo con escucharlo hablar.
-Me voy…
Intento inútil estando atrapada en una especie de celda.
-Todavía no –Eduardo se lo impidió. La mochila rosada de Ale cayó al piso.
-Eduardo mi bolso… -le avisó.
Pero Eduardo ya había estampado sus labios sobre los de ella. Ale al principio no supo cómo reaccionar ya que el simple hecho de que fuera un beso la descolocaba y mas encima que se lo daba él, pero como el cuerpo humano está preparado para esas cosas actuó. Le tomó la cintura y le apretó la camisa que él llevaba puesta. Él por su parte se acercó más a ella y le acarició la cara.
-¿Te quieres ir? –le susurró apenas a escasos milímetros de ella.
Ale, trató de responder pero no le salían las palabras. Eduardo sonrió y volvió a besarla.
-¿Quieres estar conmigo?
Ale se separó un poco de él y lo miró confundida. Ese “estar conmigo” no le sonaba muy legal.
-¿A qué te refieres…?
Ale le pegó con la punta del dedo en la frente.
-Siempre encontrándole la quinta pata al gato, me refiero a que si quieres ser mi novia.
-¡Ah! –Ale tragó saliva. Ser novia de alguien significaba muchas cosas: No tener tiempo libre, peleas, muchas salidas, y con Eduardo, más misterios sin resolver y una confianza casi al 100%. Eduardo estudió la cara de Ale quien parecía estar descifrando un problema de matemáticas sin solución.
-¿Y bien?
-Este… -Ale sabía lo que quería. Y eso era decir que sí, mil veces que sí. Pero era muy complicado decirlo sin sonrojarse o temblar o tartamudear o… ya no sabía que pensar.
-¿Qué pasa? –le preguntó él ahora preocupado-. ¿Será que tú no sientes lo mismo que yo?
-¡No! –Respondió ella al instante, o sea eso que ni se le cruzara por la mente, hasta ella sabía que lo que sentía era demasiado evidente-. Mi problema es otro.
Eduardo se hizo hacia atrás y recogió el bolso que se le había caído a Ale. Dulcemente se lo volvió a colocar en el hombro.
-Confía en mí –le pidió dándole un beso en la punta de la nariz. Ale se acordó de que tenía que respirar, de que tenía que prestar atención a lo que hablaban y de que tenía que mantener el equilibrio.
-E-Ese es el problema, -Eduardo la miró fijamente esperando a que hablara –me cuesta confiar en ti, y se supone que dentro de una relación siempre debe prevalecer la confianza.
-Ya veo… - Eduardo aceptó el razonamiento.
Entonces sin previo aviso él la tomó por la cintura y la levantó por las rodillas, como quien mese a un bebé.
-¿Pero qué….? –alcanzó a decir ella antes de abrazarse al cuello de él y aspirar sin intención su aroma.
Se adormeció sin quererlo. Él olía a un perfume entre dulce y fresco. Y sin poder controlarse aspiró nuevamente ese aroma, el pecho se le llenó de él y ya no sabía si sería capaz de dejarlo. El miedo había desaparecido y la sola idea de que Eduardo la tenía así a ella le llenaba el corazón de mariposas rosadas. Porque tenían que ser rosadas.
-¿Confías en mí? –le susurró él al oído. Ale hundió más su rostro en el cuello de Eduardo. Él sonrió tierno.
-Eres imposible… -le dijo ella.
-Responde Ale, ¿confías en mí?
-Sí… confío en ti. –Ale alzó la vista y como siempre él la besó de improviso.
Entonces él la posó suavemente en el suelo y la obligó a mirarlo.
-¿Y la respuesta a mi otra pregunta?
-Em… creo que me moriría antes de decirte que no por lo que—
No pudo continuar pues, otra vez, Eduardo la besó.
-¿Te había dicho alguna vez que te quiero? –inquirió él después de que se hubo asegurado de que Ale estaba tranquilizada. Ella abrió mucho los ojos y se sonrojó mucho más que antes.
-No, creo que no.
-Pues te quiero –y se acercó tanto a ella que sus narices rozaron.
-Yo también te quiero… -dijo en casi un susurro.
Eduardo soltó una carcajada.
-¿No tenías que hacer de profesora?
-¡Uy! Verdad… -Ale se alejó de Eduardo –pero tú no te enojas ¿cierto?
-No, ¿cómo entonces lo haré en el futuro? Aunque ten cuidado con ese “amigo”, me da que te mira raro.
-¿Cómo raro? –Eduardo le guiñó el ojo.
-Confía en mí, ¿ya?
-Está bien –dijo vencida ella.
Eduardo le tomó la mano y la llevó a la puerta de la biblioteca.
-Te espero en el estacionamiento.
Ale le sonrió sin poder entender lo que le había pasado aún, y aunque Eduardo la besó fugazmente en los labios, ella seguía preguntándose si lo que había vivido era real.
No creo estar tan loca como para inventarme algo así… ¿verdad?
Y con una sonrisa de oreja a oreja pasó la credencial por la barra registradora y entró a la biblioteca.


Laura yacía en pegada al brazo del sillón. Enojada. Cómo se le ocurría a Daniel hacer eso. O sea, que primero lo pensara antes de actuar. Aunque viendo a Daniel como estaba en esos momentos le dio un pequeño remordimiento. No debería haberlo rechazado así, pensó. Pero tenerlo tan repentinamente encima, le había parecido casi un insulto.
Giró la cabeza para mirarlo.
Daniel estaba amurrado con el control del televisor en la mano apretando el botón de cambio de canal continuamente sin dejar si quiera mirar lo que estaba en el canal. Laura tragó saliva y se acercó.
-Daniel… ¿Estás enojado?
Daniel ni siquiera la miró, soltó una especie de gruñido y dejó la televisión en el canal de documentales de la naturaleza. Laura lo intentó de nuevo.
-Daniel, por favor, dime algo.
-¿Para qué viniste? –inquirió él lanzándole una mirada ardiente de ira por aquellos ojos negros. Laura se acordó de que debía mantener un pulso normal por lo que respiró. Ella que se había ido acercando a él a medida que le hablaba, se detuvo de inmediato.
-Vine porque…
-¿Por qué? ¿A ver? ¿A husmear? ¿Chismosear? Si es así, te recomiendo que te largues… Ahora –añadió desviando su vista a la televisión.
Laura se acomodó quedando frente al televisor.
-No me voy a ir –lo desafió sin mirarlo, concentrándose inútilmente en las anémonas que salían por televisión. Daniel bufó.
-Es mi casa, te puedo echar a patadas si así lo deseo.
-Hazlo –volvió a desafiarlo. Laura sabía de sobra que Daniel era capaz de eso, pero se había dado cuenta de que él no estaba bien, y a pesar de lo que él le había echo antes, quería ayudarlo. Lo conocía muy bien para saber de que si dolor se trataba él no iba a decírselo a nadie, pero ella sabía, así que quería que por una vez en su vida él se sincerara con alguien, aunque después la tratara como basura. Esperó a ver qué decía él.

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