martes, abril 21, 2009

Capítulo X. Parte 2.

Daniel la miró de reojo y sonrió.
-Si tú quieres…
Se levantó, la tomó de la mano y la puso delante de él.
Laura cerró los ojos esperando el golpe. Sí él se lo daba, cosa que era muy probable, ella lo miraría con odio y se iría para siempre de ahí. No volvería a hablarle nunca más y se olvidaría de la estúpida S.S.J., aunque Estheffi seguía metida ahí, y el crío de Osvaldo sabía algunas cosas, pero ella se desligaría de eso. Ahora bien, si él no se lo daba, cosa muy improbable, haría lo posible por ayudarlo.
Pasaron unos segundos hasta que Laura sintió una leve palmada en el trasero.
-No te voy a patear –admitió Daniel.
Laura se dio la vuelta y abrió los ojos tratando de entender qué era lo que había pasado. Daniel le sonrió.
-Ven –la llamó abriéndole los brazos como aquella vez en la kermés cuando la levantó.
Laura dudó, pero por solo un segundo. Corrió y lo rodeó con sus brazos. Hundió la cabeza en su pecho para aspirar lo máximo de eso aroma que le llenaba el pecho de exquisito placer y lo apretó lo más que pudo.
-Me asustaste –le dijo aún con su cabeza hundida como un avestruz.
-Y tú a mí. Pensé que te habías convertido en algo así como una masoquista.
Laura rió y suspiró.
-¿Qué te pasa Daniel?
Daniel se separó un poco de ella y la llevó al sillón. Laura se detuvo antes de tomar asiento.
-¿No pensarás….?
-No –sonrió divertido –ya me quedó claro que eso no sirve contigo.
-A ya, menos mal.
Laura se sentó a su lado y dejó que él la abrazara por la espalda. Ella por su parte se recostó sobre su hombro y aspiró de nuevo ese olor.
-¿Por qué haces eso? –preguntó él confundido.
-¿El qué?
-Eso, como que aspiras sobre mí.
Laura rió entre nerviosa y traviesa.
-Es que me gusta mucho tu olor –confesó sonrojándose.
-Ah, eso es lógico. A todas les gusta mi olor. –Laura le dio un golpe en el pecho.
-Idiota.
Él la apretó hacia sí.
-¿Quieres que te cuente que me pasa?
Laura levantó la vista y supo Daniel debía tener muchos problemas para querer contárselos a alguien.
-Si tú me los quieres contar… -dijo lacónicamente.
Entonces Daniel se dispuso a relatar lo que había pasado desde que él supo a lo que se dedicaba su hermano.



-¿Ale estás bien? –preguntó Sebastián notando por enésima vez que ella se sonrojaba sin explicación.
-¿Eh? ¡Ah! Sí, estoy perfectamente bien –respondió sonrojándose de nuevo.
-Entonces –la probó –dime que fue lo último que te dije.
Ale se mordió un labio. Lo último de lo que se acordaba era de que Eduardo le había prometido esperarla en el estacionamiento.
-Eh… me preguntaste acerca de… bueno… ¿la asignatura? –aventuró sabiendo que era un esfuerzo inútil tomando en cuenta de que eso se lo había preguntado al principio. Sebastián suspiró.
-¿Qué te pasó con el tipo ese?
-¿Tipo? ¿Qué tipo? ¿Dónde?
Y miró pensando que a lo mejor Eduardo estaba en la biblioteca.
-No está aquí –aseguró Sebastián con tono seco.
-Ah, bueno, entonces ¿en qué íbamos?
-Ale hace casi media hora que no me dices esto –y le mostró una fórmula que a Ale se le antojó de lo más horrible que había visto hasta entonces.
-Ah, eso…
En ese momento dos personas se situaron frente a ella, detrás de Sebastián y llamaron su atención, ya que no tenían pinta de estudiantes.
-¿Ale Miranda? –preguntó el que estaba a la derecha de Sebastián. Éste se dio la vuelta sobresaltado por la voz ronca del hombre, pero el otro tipo, el de la izquierda le apretó el hombro dejando a Sebastián petrificado del susto.
-¿Pero qué le han hecho? –inquirió asustada Ale.
-Si no viene con nosotros el chico…-el tipo hizo un gesto de cuchilla por el cuello.
-¿Y quienes son ustedes? –el tipo que le habló primero sonrió.
-Digamos que muy buenos amigos de un tipo llamado Eduardo.
En qué me habré metido ahora…

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